La mantis religiosa devora al macho después de la cópula. Pero a veces el macho consigue escapar.
Entomology proceedings, vol. 123
1
Me gusta. Tiene el cabello lacio, abundante, oscuro como la noche. Ojos de un color indefinible, entre marrón y violeta. Cuarenta años, según su perfil de Tinder. Pero podrían ser diez menos.
-¿Qué vas a tomar?
-Un capuccino irlandés.
-Yo igual.
El mozo toma el pedido y se va. Nos quedamos mirando, sin romper el hechizo con palabras. Viuda negra, pienso, cómo este bombón se va a fijar en un viejo como yo. A los 65 años, no me hago ilusiones sobre mi capacidad de seducción. Aunque algunas digan que estoy muy bien, lo cual traduzco para mí como “zafo”.
-¿Qué te parezco en vivo? –lanza ella.
-No estás mal. Sos muy natural-. Un camión.
-Algunos me dan veinticinco.
-Yo te doy quince.
-Ja ja ja
Si haces reír a una mujer, es tuya.
-¿Y cómo es que ligás con un anciano?
-Vos no sos anciano… y yo no ligo, sólo hago amigos.
-Pero en el Watsapp estabas muy hot…
-No, es que yo soy así cuando me relajo en la cama.
-Claro, pasándote el celular por las piernas, por si me pierdo algún detalle…
-Ja ja ja
Ésta me va a envenenar.
El mozo trae los capuchinos y se va, fingiendo no fijarse en nuestra diferencia de edad; debe haber visto parejas más desparejas que la nuestra.
-Vos me parecés un tipo interesante –concede ella tras el primer sorbo.
-Y vos me parecés una mujer fascinante –me sincero, aprovechando que ella me da el pie.
-¿Sí? –me invita a seguir.
Quiere oír mis halagos, para sumarlos a su colección.
-Parecés salida de una novela gótica.
-¿Porque visto de negro?
-El negro te sienta muy bien... tenés aspecto de bruja, con esa piel tan tersa y blanca.
-¿Me estás llamando bruja?
Si se ofende, estoy al horno.
-Me encantan las brujas, y sobre todo, ser el palo de escoba que las hace volar.
-Ja ja ja
La arreglé bien.
-No me equivoqué con vos, sos ingenioso.
-Vos encendés mi imaginación. Me imagino llevándote por el aire…
-¿Adónde me llevarías?
-A la luna… Pero después bajamos y hacemos el amor en un callejón oscuro.
-¿Te gusta a vos eso?
-¿Y a vos no?
Se queda pensando un rato, dejándose empapar por la idea.
-Sí… me excita.
Uy uy uy…
-Y yo convertido en palo, literalmente.
-Pobrecito…
-Por obra y gracia de tu hechizo.
-¿No podés volver a ser un hombre?
-No hasta que vos lo decidas.
-Uy cómo te tengo…
-Como querés.
Me mira fijo. El pantalón se me tensa por el empuje de una erección, pero por suerte ocurre bajo la mesa.
-Te invito una porción de torta.
Quiero prolongar la conversación. A ver dónde nos lleva.
-A ver… puede ser una cheese cake de maracuyá.
-Buena elección. Acá las hacen riquísimas.
Llamo al mozo y ordeno nuestro encargo, mientras ella revisa su celular.
-Uy este tipo me persigue…
-¿Cuál de todos?
Me
muestra su teléfono con la aplicación abierta en el perfil de un señor muy bien puesto de unos cincuenta
y pico, tripulando un velero.
Quiere acomplejarme presumiendo de sus pretendientes ricos.
-¿No te gusta pasear en velero?
-No me gusta él.
-Si querés lo ahuyento yo.
-Dale.
Me tiende el teléfono para que escriba.
-¿De verdad me autorizás a contestarle?
-¡Claro! Quiero ver qué se dicen.
-Bueno…
Pienso un poco y escribo lo primero que me viene a la mente: “Qué hombre!”. Pulso Enviar y le devuelvo el teléfono. Ella lee el mensaje y se toma la cabeza.
-¿Cómo se te ocurre alabarlo? ¡Ahora sí se va a poner pesado!
-Vos me pediste que escriba.
-Dijiste que ibas a ahuyentarlo… ¿qué hago ahora?
-Seguramente se te ocurrirá algo.
-Sos raro… no parecés celoso.
-No puedo celarte porque no sos mía.
-¿Y si lo fuese?
La cheese cake llega en ese momento, salvándome de responder. ¿Para qué imaginar una situación imposible?
-Estábamos en que me convertía en palo… -digo para orientar la charla al terreno erótico.
Ella degusta la torta con fruición, y calla. Sabe que tiene el poder.
-Un palo, sí –dice al fin-. Calentito entre mis piernas…
Juega conmigo como la pitón con el sapo… me lo tengo merecido por buscarle las cosquillas.
-El del velero podrá llevarte a navegar, pero conmigo vas a volar.
-Mmmm… quiero un vuelo largo, largo…
-No te vayas a desmontar de la escoba.
-No, perdé cuidado. Te tengo bien atrapado…
-Es una cualidad de las brujas. Nunca sueltan la escoba cuando vuelan.
-Claro, mirá si me caigo.
-Conmigo vas segura.
-No lo dudo.
La erección amenaza con reventar el cierre de la bragueta, pese a mis años.
-¿Nos vamos?
-¿A dónde?
-A volar.
-¿Ahora?
-Sí.
-No lo creo.
La erección cede de inmediato. Menos trabajo para la modista.
-Mirá que ya pronto es de noche…
-¿Y?
-La hora en que las brujas vuelan.
-Ja ja ja… yo decido cuándo volar.
-Claro, por supuesto.
Me callo. La decisión es de ella, y no vale la pena insistir.
-Bueno, ha sido un placer conocerte, de todos modos.
Dejo unos billetes sobre la mesa y me levanto. Ella me imita y salimos. Pido un taxi.
Dejé de escribirle por Watsapp, sin bloquearla. Si quiere volver a verme, ella debe tomar la iniciativa. Yo no persigo mujeres más allá de la primera invitación, si no fui aceptado. A fin de cuentas, sus motivos para encontrarse conmigo no quedaron suficientemente claros… Me salvé de que me desvalijen.
2
El hombre propone, la mujer dispone; y cuando ambos meten la pata ni Dios lo arregla. Amatista –tal el nick de Internet de la dama gótica- fatalmente volvió a escribirme, pues le había tomado el gustito a su poder erótico sobre mí. Yo no supe si alegrarme, pues intuí que no sería fácil llevarla a la cama, si es que eso ocurría alguna vez.
-¿Cómo vas, Roger? –tal su mensaje de Watsapp diez días después de nuestro encuentro en la cafetería.
-Bien, linda ¿y vos?
-¿Querés verme?
Se me aceleraron las pulsaciones.
-Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
-Esta noche, en la estación Puan, a las once.
-Ahí estaré.
Apagué el teléfono, demudado. Me estaba citando en una estación de metro del barrio de Flores. ¿Qué se proponía? Ya era tarde, faltaban apenas dos horas para la cita, y yo ni siquiera había cenado. Pero no quise comer. Me di una ducha, me afeité y me vestí, luego hice tiempo jugando al ajedrez por Internet. Demás está decirlo, perdí todas las partidas.
A las once menos cinco estaba en la boca de la estación Puan, sobre la avenida Rivadavia. Me aseguré de llegar primero, para no hacerla esperar. Vestía casual, pues no parecía que fuésemos a ningún lugar elegante. Pasados diez minutos, el escepticismo hizo presa en mi ánimo habituado a las decepciones. Consulté el Watsapp: nada. Me resistí a enviarle un signo de interrogación, pues eso sólo haría patente mi plantón. En fin, me dije, hasta y cuarto espero, luego… entonces la vi venir. Vestía una capa oscura con caperuza y botitas negras; apenas podía ver sus labios frescos emergiendo de las sombras.
-Vaya… una dama gótica perfecta.
Me tomó de la mano sin hablar. Rodeamos la manzana hasta Yerbal, allí para mi asombro nos dirigimos al puente Caballito que cruza la vía. Desde arriba contemplé un parque ferroviario semiabandonado sumido en la oscuridad.
-¿Dónde vamos?
Ella no hablaba, pero sentí crecer mi alarma al comprender que su mano persuasiva me llevaba hacia ese parque desolado. Algo no estaba bien con esa mujer. Me lleva a que me roben el celular. Pese a todo, no quise mostrarme cobarde y seguí avanzando junto a ella. Ahora nos detuvimos junto a la vía, y ella se quitó la capa, luciendo su cuerpo escultural bajo la luna.
-Mi Dios…
Avancé tembloroso hacia ella, pero me detuvo poniéndome la palma sobre el pecho. Me hizo recostar entre las vías, imponiéndome silencio con el dedo sobre los labios. La vía parecía abandonada, ahuyentando mis temores. Por otra parte, el pasto crecido entre las traviesas de madera permitía recostarme sin incomodidad. Si puedo gozarla antes del atraco, habrá valido la pena.
Ella se montó sobre mi vientre, haciéndome sentir la frescura de sus nalgas firmes de fitness gym. Tomó mis manos y se acarició con ellas los pechos mientras ponía los ojos en blanco… yo sentí que estaba en el Paraíso, y no quería irme de allí.
-Sabés que me escribió el del velero…
-No, tengo el celu acá al lado.
-¡Acá me escribió! “Estoy loco por vos, nena. Mandame una foto por favor”.
-¿A ver?... ¡Salí bárbara!
-No le va a gustar la imagen, conmigo incluido…
-Bah… que se joda.
De pronto Amatista abrió los ojos con expresión aterrada y se tiró a un costado, rodando lejos mío. Al mismo tiempo un infierno negro me tragaba con estruendo ensordecedor, rugiendo como un cielo de hierro. Permanecí inmóvil, pues comprendí que un tren pasaba sobre mí, y el menor movimiento significaba mi muerte. Durante un minuto interminable se prolongó esta agonía… las ruedas de metal pasando junto a mi cabeza con su traqueteo pesado, y el chasis erizado de fierros como un esqueleto prehistórico que podía matarme con un solo golpe… de pronto el último vagón pasó y pude ver de nuevo las estrellas.
Quedé tirado entre las vías con el corazón latiendo a mil, sin atinar a levantarme. Algún milagro me mantenía aún con vida, contra todo pronóstico. De pronto vi una cara mirándome con asombro. Era Amatista, quien me había dado por muerto.
-Hola –dijo divertida.
Yo no pude responderle, pues aún me duraba el espanto.
-Somos duros de matar, parece.
El riesgo de morir la había excitado, se le notaba en la voz. Sin pedir permiso se montó de nuevo a horcajadas sobre mí, haciéndome gemir de dolor.
-Ay…
-No seas maricón, no te pasó nada.
Yo estaba entregado por completo a la voluntad de esta atracadora de caminos, que ahora presionaba sus nalgas amplias y firmes implacablemente contra mi erección. Entonces ocurrió lo que sólo puedo describir como una violación en reversa, una penetración forzada contra natura. Cuanto más mansa era mi aceptación de la situación, más brava se ponía ella con saltos, arres y iujuuus…
Apuesto a que mis partes blandas
tienen menos consistencia que su culo.
No voy a relatar el final ¿para qué? Ella tuvo su orgasmo y yo el mío. Cuando sintió que su víctima no aguantaba más tanta provocación, puso todos sus músculos en tensión y me arrancó la simiente de la vida a borbotones. Un largo grito de placer brotó de su garganta, un grito de triunfo interminable…
Nos fuimos sin saludarnos, cada uno por su lado. A mí no me importaba nada, ni la luna, ni el horario de los trenes, ni la actualización de Watsapp. Sólo me importaba la sensación de plenitud dilatándome el pecho. Esa noche había muerto dos veces.
3
“Complejo de Electra es el término propuesto en 1912 por el psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav para designar la contrapartida femenina del complejo de Edipo. Consiste en la atracción afectiva de la niña por la figura del padre. Según la mitología griega, Electra, hija de Agamenón (rey de Micenas) y Clitemnestra, vengó a su padre, quien fuera asesinado por Egisto, amante de Clitemnestra, o en otros mitos, por la misma Clitemnestra. Electra animó a su hermano Orestes para que diera muerte a su madre y a Egisto, asesinos del padre de ambos.
Según Jung, el complejo de Electra es común en las niñas en algún momento de su infancia aunque, en algunas ocasiones, va más allá. La fijación afectiva o enamoramiento hacia el padre puede generar una situación de rivalidad con la madre. Se supone que es una dinámica normal en el desarrollo de las niñas, que puede observarse a partir de los 3 años y que suele resolverse de forma natural.”
Algo me decía que Amatista no había resuelto del todo su complejo de Electra. Prefería a los hombres mayores -según me dijo la primera vez que chateamos- porque ellos la trataban mejor que los jóvenes. Yo intuí que esto no era del todo cierto: ella buscaba a los viejos porque en el fondo los identificaba con su padre. Por eso me había elegido a mí. ¡Bendito complejo de Electra!
A juzgar por lo poco que sabía de ella, su vida había sido una sucesión de amores con hombres maduros que le llevaban décadas. A medida que pasaban los años, necesitaba hombres cada vez más viejos para mantener la fantasía de estar con su padre. Y ahí entraba en escena yo, en el límite de lo que un hombre puede funcionar sexualmente sin sufrir un infarto. Porque al día siguiente de nuestra aventura en las vías del tren, apenas pude levantarme de la cama y hacer vida normal.
Le escribí “gracias por una noche inolvidable”, pero
ni se dignó contestarme. Ella llevaba
las riendas de nuestra relación como le daba la gana, sabiendo que hombres sexagenarios hay muchos, y
mujeres hermosas que se fijan en ellos, pocas.
O casi ninguna. El amor se rige por la ley de la oferta y la demanda, y si nadie lo admite es porque en cuestiones
donde entra en juego el corazón, la verdad suena mal. Yo no tenía nada: ni su Facebook,
ni su dirección, ni siquiera su nombre verdadero. Ella lo
quería así, y de nada valía forzar la situación. Ya volverá
a escribir cuando le pique el bichito.
Días después. Mensaje de Watsapp de Amatista:
-Si me presento y alego un interés legítimo, sí.
-De un infarto, quiero decir.
-Allí estaré.
Llegué algunos minutos tarde, para decirle sin
palabras que este encuentro me
interesaba mucho menos que el anterior. Para mí el erotismo tiene prioridad absoluta, y la abogacía viene muy por
detrás. Amatista estaba con un trajecito formal
muy ceñido al cuerpo, que la hacía inabordable y atractiva a la vez. Es capaz de derretir un glaciar.
-¿Cómo estás hermosa?
-De hecho, sí.
Asintió en silencio.
-Trabajo como agente secreta, sí.
Mentiría si digo que no me sentí impresionado.
-Ajá…
Llegaron los cafés. Yo me abstuve de hacer comentario alguno delante del mozo, porque empezaba a pegarme la paranoia.
-Vos dirás –pronuncié después del primer sorbo.
-Cecilia Basaldúa.
-¿Quién es?
-Una mochilera que hacía senderismo en el cerro Uritorco. Desapareció el 5 de abril de 2020 y la encontraron muerta veinte días más tarde.
-Plena pandemia.
-Exacto. Su caso tramita en los Tribunales en lo Criminal de Cruz del Eje. Quiero que revises su expediente.
-¿Por qué? ¿La AFI no tiene abogados?
-Tenemos. Pero no quiero que el Juez y la Policía de Córdoba sepan que estamos investigando este caso. Necesitamos un abogado particular sin ningún vínculo con la AFI.
-Entiendo… -dije lentamente.
¿Me levantó por eso?
-¿Por qué les interesa ese caso en particular?
-Todavía no terminé. Hay otros expedientes que quiero que revises.
-Upa… ya te estás pareciendo a una jefa.
-Vas a cobrar tus honorarios, por supuesto.
-¿Alguna tarifa sugerida?
-Vos la ponés. Pero no te zarpes, el presupuesto para investigaciones no es ilimitado.
-¿Cinco mil dólares está bien?
-Manejamos pesos.
-Cinco millones entonces. Por caso.
-Cómo te cotizás, querido.
-Tengo que aducir un interés legítimo, eso requiere inventiva y contactos. Si no fundamento bien mi petición, el juez no me brindará acceso al sumario.
-Lo sé.
Ella se miró las uñas, abstrayéndose unos instantes.
-Si fuese para vos lo haría gratis.
-No lo dudo.
Silencio incómodo. El primero entre nosotros. La plata siempre lo arruina todo.
-Okey, aceptado –dijo por fin.
-¿Cuáles son los otros casos?
-Mariela Natalí. Desaparecida en el cerro Uritorco el 4 de febrero de 2020 y encontrada muerta quince días después.
-¿Mismo lugar? –pregunté asombrado.
-Sí. Intervienen los Tribunales en lo Criminal de Cruz del Eje, como en el caso anterior.
Yo tomaba nota de los nombres, luego averiguaría la
radicación de las causas en la
página web judicial. Voy a tener que inventar una buena
historia para que me dejen leer esos expedientes.
-Ultimo caso: Pablo Benedetto. Desaparecido en San Marcos Sierras en 2013, y encontrado muerto en 2020.
-¿Juzgado?
-Tribunales en lo Criminal de Cruz del Eje.
La miré en silencio: nadie hubiese dicho que compartimos momentos de locura días atrás.
-Okey, lo tengo.
-Pasame después por Watsapp los datos de tu cuenta bancaria, así te hacemos un primer depósito.
Amatista llamó al mozo y pagó la cuenta, sin hacer
caso a mis protestas. La relación entre nosotros había cambiado a modo profesional. Se puso de pie y se
despidió de mí con un beso en la mejilla, sin dar lugar a nada más. Hubiese preferido pagar la
cuenta…
4
Caminaba reflexionando, sin ver a la gente. No podía
quitarme a esa mujer de la cabeza. Había proyectado una
jubilación tranquila, mas hete aquí que la tal Amatista
había entrado en mi vida sentimental y profesional para trastornarla
por completo. A juzgar por su forma de hablar, debía tener un puesto jerárquico en la AFI, no parecía
una empleada subalterna. “No quiero que
el Juez y la Policía de Córdoba sepan que estamos investigando el caso”, había dicho. Así habla una autoridad. Y
luego consideró por unos momentos mis
honorarios y decidió aceptarlos sin consultar con nadie más. Me había topado con una jefa del servicio de
espionaje argentino, evidentemente. Y una jefa
en la cama, también. Demasiado para un abogado de medio pelo, jubilado con la mínima. Pero ya la bola había
empezado a rodar, y no había más que seguirla para encontrar unos pesos al final. No me vendrán mal quince lucas…
La página online del Poder Judicial de Córdoba no permitía acceder a los expedientes completos de manera remota. Debía presentarme con un pretexto válido para tener permiso de revisar los sumarios, sin parecer invasivo. Incoar tres querellas simultáneas significaba ir al choque con la Justicia, que sentiría la paranoia de una supervisión general de sus actividades, y denegaría las peticiones.
Quizá convenía circunscribir la querella a las dos mujeres, desaparecidas dentro de un breve marco temporal. Una de las muertes –Cecilia Basaldúa- se había caratulado como femicidio, la otra –Mariela Natalí- pegaba en el poste…¿Y si invocaba la representación de una asociación contra la discriminación de la mujer? Eso me daría acceso a los expedientes, y luego, tal vez encontraría una conexión con el caso de Pablo Benedetto que permitiera pedir su revisión, para echar luz recíproca entre todos. Decidí jugarme.
Marqué el número del escribano Girón, viejo conocido a quien había hecho ganar más de una jugosa remuneración en el pasado, con escrituras de compraventa.
-Buenas tardes, escribano…
-¿Rogelio? ¡Cómo le va, doctorazo!
-Muy bien. ¿Podré pasar por su oficina a charlar un temita?
-Venga cuando quiera. Después de las 14 estoy acá.
Hora de cobrarme
favores…
-Y yo necesitaría un poder ficticio otorgado por una asociación civil.
El escribano Girón estaba como siempre. Bajito, aparentando
unos ochenta años -¿cuántas
décadas hace que aparenta ochenta años este hombre?- y con ánimo jovial en medio de su despacho
atestado de muebles
prehistóricos.
-Primero habría que constituir tal asociación.
-No lo había pensado… eso sería bastante engorroso.
-Y, sí. Acta de constitución, Inscripción en el Registro Público…
-Claro.
Me quedé en silencio, buscando la salida como un animal encerrado.
-¿Gusta un café?
-Sí, gracias.
No me apetecía café, pero acepté para ganar tiempo. El escribano salió al recibidor para encargárselo a la secretaria. Al volver me encontró en la misma posición, con la mirada fija en una placa de bronce colgada en la pared.
-¿Usted es miembro del Club de Leones?
-Claro, soy presidente en ejercicio.
Me acerqué y le di un abrazo. La placa llevaba esta inscripción: “Club de Leones. Dean Funes, Córdoba”.
-Entonces hágame un poder del Club de Leones. Y lo firma usted mismo.
-¿Le sirve?
-¡Claro! Meta nomás, como dicen los tucumanos…
Al día siguiente tenía mi poder firmado por el escribano Girón, “para representar al Club de Leones de Deán Funes, provincia de Córdoba, en todos los actos que competen a dicha asociación…” etc. Esa noche misma me puse a redactar dos querellas particulares idénticas, una para la causa Mariela Natalí, y otra para la causa Cecilia Basaldúa. Reflexioné que mi presentación en dos causas distintas quedaba justificada por ser mujeres desaparecidas y encontradas muertas con sólo dos meses de diferencia, lo cual permitía sospechar un mismo asesino merodeando en la zona. Además, no dejaba de favorecerme cierto tufillo a femicidio, que metería presión sobre los jueces. Rechazar las querellas podría meter a los Tribunales en la picota y hacerlos blanco de las organizaciones feministas; decidí machacar sobre ese punto sensible.
“El Club de Leones defiende los valores sociales y familiares, y no puede permanecer al margen de lo que se presenta como un crimen de odio aún sin esclarecer, cometido contra una mujer amante de la naturaleza, que vino a nuestra provincia a practicar senderismo, sólo para encontrar una muerte incomprensible. Y contribuye a agravar el caso el hecho de haberse perpetrado en la zona un crimen similar contra otra senderista, con apenas dos meses de diferencia. Por esta razón, Su Señoría, la institución representada por el suscripto se constituye en querellante, a fin de asegurar la máxima diligencia de las autoridades judiciales en la investigación... Será Justicia”.
Subí los escritos gemelos al sistema de gestión judicial, junto con el poder escaneado del Club de Leones que me acreditaba como su representante.
A ver si se animan
a decirme que no.
Transcurrió una semana sin novedad. Abrí la página del Poder Judicial cordobés, y…
“Por la autoridad que la ley confiere a este Tribunal, se acepta como querellante al Club de Leones de Deán Funes en la causa que se sigue por la muerte de Mariela Natalí…”
¡Bingo! ¡A cobrar se ha dicho!
Tecleé el teléfono de Amatista.
-Hola.
-Tengo novedades.
-Decime.
-Me aceptaron como querellante en la causa de Mariela Natalí.
-Bieeeeennn
-Todavía no hay resolución en la de Cecilia Basaldúa, pero no veo razón para un criterio distinto.
-De acuerdo.
-Era cara o cruz. No había segunda oportunidad.
-¿Qué vas a hacer ahora?
-Viajo a Córdoba. El expediente completo con todos los testimonios y pericias sólo existe en papel.
-Quiero una copia completa.
-No sé si me dejarán fotocopiarlo… pero en una de ésas puedo fotografiar todas las páginas a escondidas.
-Sí o sí lo quiero.
-Tranquila… ¿no querés venir conmigo?
-…
Decí que sí… San Expedito, ayudame.
-¿Cuál sería la utilidad de que yo vaya?
-Podemos visitar testigos, hablar con los peritos que intervienen...
-Voy.
-¿Segura?
-Sí.
-Salimos mañana mismo, si querés.
-Mañana es jueves… está bien.
-¿Por dónde paso a buscarte?
-Arcos esquina Monroe.
-A las nueve estaré allá.
-Dale.
Cuando me recupere del desmayo le prendo una vela a San Expedito.
5
La mina está en la esquina con su bolso, mirando a cualquier lado. Bocinazo
¡Y arriba! Si la vida fuese tan fácil…
-Hola.
-Hola.
Una sonrisa de niña feliz ilumina su rostro, descubro en ella una faceta nueva. Doy arranque y partimos en silencio. Las palabras sobran cuando el momento es perfecto. Salimos por Monroe hacia Figueroa Alcorta, luego empalmo el puente hacia General Paz, y por fin la Panamericana. El día es soleado y no hay mucho tránsito.
-Alquilé una cabaña en Capilla del Monte –digo al cabo de un rato.
-Gracias por ocuparte. Yo ayer no tuve tiempo de nada.
-Está al pie del cerro Uritorco y cerca de los Tribunales de Cruz del Eje.
-Perfecto. Quiero conocer la zona de las desapariciones, y estudiar en detalle los lugares donde aparecieron los cuerpos.
-¿Por qué te interesan esos casos?
-Algo no cierra. A Mariela Natalí la buscaron 600 voluntarios en una zona de apenas cinco kilómetros cuadrados, durante quince días. Trajeron 42 perros entrenados para rastrear cadáveres, incluyendo uno que había encontrado el cadáver de Santiago Maldonado.
-¿El muchacho que se ahogó en el río Chubut?
-El mismo. Esos sabuesos pueden oler un cuerpo en descomposición a kilómetros de distancia. También hubo 70 drones patrullando la zona. Uno de esos drones tenía sensor de calor para detectar personas o animales vivos.
-Como en la película Depredador, de Schwarzenegger.
-Fue el operativo de búsqueda más grande en la historia de la provincia de Córdoba. Si estaba viva, los drones la hubiesen detectado. Y si estaba muerta, la hubiesen encontrado los sabuesos.
-Por no hablar de los 600 voluntarios…
-Un operativo así encuentra una aguja en un pajar. No estamos hablando de alguien que se perdió en el Amazonas, sino en un área bastante restringida, con escasa vegetación.
-¿Y no la encontraban?
-Pasaron dos semanas enteras sin encontrarla. Después la descubrió alguien que no pertenecía al operativo… ¡en un lugar por donde los rescatistas habían pasado varias veces!
-Qué raro…
Amatista se bajó los anteojos de sol que había llevado puestos cancheramente sobre el pelo, porque el día era radiante.
-Y los otros casos también plantean muchos interrogantes -continuó.
-Pero de eso ya se ocupa la Justicia… ¿qué interés tiene la Agencia de Inteligencia?
-Mirá…-pareció dudar antes de sincerarse con un profano- yo hice un curso de perfeccionamiento en el FBI. Allá aprendí muchas cosas. Ellos investigan todo tipo de riesgos potenciales: terrorismo, organizaciones criminales, brotes sicóticos colectivos, aliens…
-¿En serio?
-Sí, no tienen la mente cuadrada de los funcionarios de acá. Cuando entré a la AFI hace quince años, mi jefe me decía piropos y me tenía de secretaria para que le lleve café. Un día me hizo gesto para que me le siente en las rodillas…
-¿Y vos qué hiciste?
-Me le senté y le dije: “Quiero hacer un curso en el FBI”.
-Guau… ¿y él?
-Se hizo el difícil al principio: “voy a pensarlo”, dijo. Yo me puse de pie y lo ignoré el resto del día. A la mañana siguiente me llama a su oficina y me dice: “vení, vamos a redactar la solicitud para que hagas el curso”. Y me hizo sentar en sus rodillas mientras me la dictaba. Pajero…
-No lo critiques, pobre hombre. Al fin y al cabo te dio el gusto.
-Después que volví de Estados Unidos, me ascendieron, y hoy tengo veintitrés agentes a mi cargo… ¡incluido él!
-¿Tu antiguo jefe?
-Tal cual. Pero no soy vengativa, no lo mando a prepararme café.
-Ja ja…
Tres horas después nos detuvimos a cargar combustible y tomar un café. Reanudamos la marcha y a eso de las 16 llegamos a la ciudad de Córdoba, conocida como “La Docta”, por haber albergado un seminario jesuítico durante la colonia. Nueva parada técnica –esta vez con refrigerio incluido- y encaramos el último tramo del viaje por un paisaje de colinas cada vez más escarpadas.
-No me contestaste por qué se interesa la AFI en estos casos.
-Here we go again… Vos sos como el Principito, que nunca abandona una pregunta.
Callé y esperé, para evitar que se vaya de nuevo por las ramas. Por fin habló, y esta vez percibí preocupación en su tono de voz.
-La gente no puede desaparecer así como así en el Uritorco, sin ninguna explicación. Podría haber un riesgo para los senderistas que desconocemos. O lo descubrimos, o cerramos el área al público.
-Got it.
Al menos, me había contestado.
Llegamos a Capilla del Monte cuando caía el sol. Cruzamos la pequeña ciudad sin detenernos hasta llegar al complejo Nueva Esperanza, ya en las afueras. Nos apeamos del auto, sintiendo el placer de estirar las piernas tras un viaje largo. El lugar era idílico: unas cabañas acogedoras en medio de la naturaleza, y al fondo la mole ceñuda del Uritorco sumida en sombras a excepción de la cima, apenas tocada por una fría luz rosa.
Los dueños –una pareja muy agradable- nos dieron la bienvenida y tras las presentaciones de rigor, nos acomodamos en nuestra cabaña. Desempaqué mi ropa y la acomodé con cuidado en el placard, pues iba a pasar aquí una temporada más o menos larga. Amatista se había metido en la ducha. ¿Cuánto tiempo me acompañaría? Preferí no hacerme preguntas, y dejar que la situación fluyese. Cada uno tenía su dormitorio, como correspondía a la ambigüedad de la situación.
Me había puesto a contestar mensajes en el sillón del living cuando la vi salir de su dormitorio ya vestida.
-¿Qué te parece mi look?
La miré de arriba abajo: blusa negra ceñida a sus brazos curvilíneos y un jean ajustado con un desgarro circular que dejaba ver media nalga…
-Demasiado formal.
-Como corresponde a un viaje de trabajo.
Contradiciendo lo dicho, vino a sentarse en mis rodillas y rodeó mi cuello con sus brazos.
-Sabés que ayer me le senté así a mi antiguo jefe.
-¿En serio? Debió ponerse contento.
-No creo. Lo cité a mi despacho por una macana que se mandó con la prensa. Mientras él me abrazaba por la cintura, le di a leer el sumario que le inicié por revelar información clasificada a una persona ajena a la agencia. El se defendió diciendo que no había trasgredido la confidencialidad, que eran inventos para serrucharle el piso. “No”, le dije sentándomele mejor sobre el vientre, “leé el artículo publicado por el periodista con quien te reuniste”. Leyó en silencio y empezó a sudar mientras se ponía colorado. “El texto copia párrafos de una circular confidencial. Sólo pudo haberla conocido a través tuyo”. “No, Amatista, te juro que no”, porfiaba, pero sin acertar a darme una explicación alternativa de cómo había llegado ese texto a la prensa. Estuvimos más de media hora así, él poniéndose cada vez más colorado y yo sin soltarlo. Al final crucé las piernas para que sintiese más mi peso y le dije “Quedás suspendido sin goce de sueldo hasta la resolución del sumario por violación de confidencialidad”. Me puse de pie y lo despedí sin tutearlo: “Retírese de mi despacho”.
-Qué mala…
-Se lo tiene merecido por acosarme cuando era mi superior.
-Le hubieses mandado que te prepare café, ya eso era suficiente revancha.
-No, querido… el que las hace, las paga. Además, trasgredió una norma de la Agencia, eso no se perdona.
-¿Y ahora lo van a echar?
-Supongo.
-Si lo despiden con causa no cobra indemnización.
-Y bueno… él se lo buscó.
-¿Cuánto tiempo llevaba en la AFI?
-Treinta años, creo.
-Un buen ahorro para el estado.
Ahora ella se puso mimosa, mordiéndome suavemente la oreja.
-¿Te gustó mi cuentito?
-¿Era un cuento?
-Un cuento real.
-Ah, no sé.
Busqué su boca y me hundí en ella con locura, olvidando hasta mi nombre. Amatista besaba con fuerza, jugando a meterme la lengua hasta el paladar, entrando y saliendo a su antojo. Estuvimos así trenzados largo rato hasta que yo languidecí sintiendo su dulce peso.
-¿Vamos a comer?
-Vamos.
Se levantó y salimos.
Espero
que no me despida como al otro…
6
Viernes por la mañana. Hora de trabajar. Había conducido en auto hasta Cruz del Eje y dejado a Amatista en una cafetería. Era un placer poder dejar estacionado el auto en pleno centro, cosa imposible en Buenos Aires. Me fui a pie hasta los Tribunales en lo Criminal y pedí el expediente de Mariela Natalí en la mesa de entradas del Juzgado.
-¿Está autorizado para verlo?
-Sí. En la última resolución del juez.
Exhibí mi credencial de abogado y el empleado buscó en la computadora el último auto judicial, donde aceptaba al Club de Leones como querellante. Comprobó que yo era el representante de la querella y se fue a buscar el expediente. Un minuto después volvió trayendo una montaña de papeles en dos tomos grapados que apenas podían contener las hojas.
-¿Puedo fotocopiarlo?
-Déjeme su credencial.
El empleado era jovencito, y aparentemente no estaba enterado del secreto del sumario declarado en alguna de las seiscientas fojas que descansaban sobre el mostrador, y la posterior reserva del expediente. Dejé mi credencial, asenté mi firma en el libro de préstamos y salí rápido, antes que algún superior se avive de que me estaba llevando un expediente reservado. Busqué una fotocopiadora suficientemente alejada del Juzgado y dejé el bodrio para fotocopiar. “Vuelva en una hora” me dijeron. Perfecto. Justo el tiempo para un desayuno sin apuro.
-¿Qué pasó? –soltó Amatista cuando me vio venir.
-Todo bien. Dejé el expediente en la fotocopiadora. En una hora lo retiro.
La mesa ofrecía una variedad de alimentos multicolores: tostadas, yogur, mermelada, manteca, jugo de naranja… pedí un capuccino y arramblamos con todo eso, riéndonos de nuestro propio apetito. Nos esperaba un arduo día de trabajo revisando actas policiales, testimonios e informes varios. Pasamos a retirar el expediente por la fotocopiadora y Amatista se quedó con la copia, mientras yo entraba a los Tribunales a devolver el original.
-Listo –dije al salir-. Volvamos a Capilla.
Di arranque al Fluence y desandamos los 41 kilómetros que separan Cruz del Eje de Capilla del Monte.
Ahora a leer una novela rosa.
Llevábamos tres horas revisando el expediente. Amatista leía el primer tomo de fotocopias, y yo el segundo.
-Listo –dije-. Voy a preparar algo de comer.
Mi velocidad de lectura era muy superior a la de ella, acostumbrado como estaba a los documentos judiciales. Sabía qué partes no leer, por ser de pura fórmula. Amatista en cambio se lo tragaba todo, y aún no llegaba a la mitad de su expediente. Antes de volver a la cabaña había parado a comprar alimentos en el supermercado, porque la estadía iba a ser larga y estábamos aislados. Puse a la plancha dos churrascos y preparé una ensalada. Serví dos platos y la invité a la mesa.
-¡A comer!
Dejó el expediente a un lado y tomó asiento frente a mí. Ambos comimos con apetito. Al final brindamos por el éxito de nuestra investigación.
-¿Lavás vos los platos? Yo tengo que terminar de leer todavía.
-No, señora. Yo cociné, usted lava los platos.
Capté una mirada de enojo, pero enseguida la careteó con una sonrisa.
-Por supuesto.
Si la dejo, ésta me
pone a fregar pisos…
Estaba tomando con parsimonia mi café en el porche, disfrutando del paisaje. Sentí unos brazos envolviéndome y una boca mordiéndome el lóbulo de la oreja.
-¿Es tu venganza por hacerte lavar los platos?
-No viste nada todavía…
Quise atraerla hacia mí pero se soltó.
-Horario de trabajo –dijo, y desapareció de mi vista.
Al rato volvió con el expediente y una silla para ella. Buscó la primer hoja doblada y leyó poniéndose las gafas:
“El cuerpo fue encontrado en decúbito prono a orillas de un arroyo de treinta centímetros de profundidad. Había agua en los pulmones, lo cual significa que la muerte se produjo por ahogamiento. No hay signos de agresión alguna, ni heridas provocadas por golpes o una caída. Ausencia de semen. Tampoco hay moretones en la zona genital que indiquen una violación. El cuerpo se encuentra en buen estado, no atacado aún por animales carroñeros. Fecha de muerte estimada en 48 o 72 horas como máximo antes de ser hallado el cadáver.”
Se quitó las gafas y me miró a los ojos.
-¿Qué es decúbito prono?
-Boca abajo. Casi todas las mujeres que se ahogan aparecen muertas en decúbito prono, y los hombres en decúbito supino, o sea, boca arriba.
-Esa no la sabía...
-Lo dice Plinio el Viejo.
-¿Y ese quién es?
-Un autor latino de hace dos mil años.
Amatista optó por ignorar la erudición histórica y enfocarse de nuevo en la cuestión.
-Bueno, vos tenés experiencia en asuntos judiciales. ¿Qué sacás en limpio de este informe?
-A ver… -hice una pausa para terminar mi café mientras pensaba la respuesta- Me parece raro que una mujer en buen estado físico se ahogue en treinta centímetros de agua. Si hubiese caído agotada (como sugiere el juez en el segundo tomo del expediente), por puro reflejo hubiese levantado la cabeza para respirar, no tiene sentido suponer que el cansancio le impidió levantarse del agua.
-Además, cuando uno se moja, se reanima instantáneamente.
-Exacto. Mariela Natalí era una senderista experimentada con perfecta salud a sus 44 años. No parece verosímil que haya sufrido un infarto. Si no hubo golpes mortales, ni una caída… no me lo explico.
-Yo tampoco.
Revisé algunas notas que había tomado en el Word de mi celular, mientras leía el segundo tomo del expediente.
-“El día que desapareció fue filmada por una cámara de seguridad del balneario La Toma. Vestía ropa deportiva de verano, y sus movimientos eran ágiles, con buena tonicidad muscular. Según su familia había hecho otras veces el sendero que une La Toma con el dique Los Alazanes, así que no era un camino desconocido para ella.”
Amatista parecía abstraída en sus propios pensamientos y no me prestaba atención. Por fin dio voz a su pensamiento.
-Hay algo que me desconcierta: según el forense, la muerte se produjo dos días antes de ser hallado el cuerpo, a lo sumo tres. ¿Dónde estuvo los doce días restantes?
-Buena pregunta. Si estaba viva, debió estar retenida en algún refugio cercano al cerro.
-Doce días es mucho tiempo, Roger. Debían tenerla atada, o encadenada…
-El forense hubiese notado marcas dejadas por las sogas, o las esposas que la retenían. Pero no tenía una sola marca.
-Cierto. Un cautiverio de tantos días deja marcas.
-Golpes, escoriaciones en las muñecas… no había nada de eso.
-Entonces no estuvo secuestrada.
-No me lo parece.
Amatista hojeó de nuevo el expediente y abrió otra hoja doblada.
-“La ropa no estaba junto al cuerpo, y fue encontrada en otro lugar, Asimismo, el cuerpo no estaba calzado, y sus zapatillas fueron encontradas a escasa distancia del arroyo donde se ahogó”. ¿Se habrá quitado las zapatillas para meterse al arroyo, sufrió una lipotimia y murió ahogada?
-Mmm… lo dudo. La ropa y las zapatillas no estaban juntas.
-¿Y qué dictaminó el juez?
-Acá lo tengo –consulté mis notas-. Aceptó el dictamen del fiscal Ramírez y caratuló el caso como “Muerte por causas desconocidas”.
-Sí, ya lo sospechaba.
Eran las seis de la tarde, y decidimos dar una vuelta por el centro. Capilla del Monte tiene una mística particular, nacida en los años ’80 cuando un médico de terapias alternativas llamado Angel Cristo Akoglanis comenzó a reunir gente en un paraje conocido como Los Terrones para contactarse con entidades invisibles, que a su conjuro se manifestaban como esferas de luz elusivas y misteriosas. Eran tiempos de auge para la New Age argentina, que encontró en Akoglanis su gurú ideal. Este hombre decía haber viajado al Tibet, y convocaba un cosmos diverso de aficionados a todas las ramas del esoterismo y la magia. Lo cierto es que empezó a tener muchos seguidores que asistían a sus vigilias, mientras él se contactaba con su espíritu guía llamado Saruma y le pedía que abra el portal dimensional a la verdadera realidad que no vemos debido a nuestra ceguera platónica. Y entonces, a veces, aparecía Erks, la ciudad intraterrena, en todo su esplendor bajo el Uritorco.
Akoglanis explicaba que estaba siempre allí, pero para verla había que entrar en estado de pureza espiritual. Muchos acólitos alcanzaban ese estado y la veían brillar tenuemente con el color de las estrellas, por eso la llamaron Ciudad de la Llama Azul.
Cuando hubo alcanzado la cima de su popularidad, Angel Cristo Akoglanis fue asesinado por un discípulo. La muerte del gurú no canceló la leyenda de la ciudad mística, viva y presente al día de hoy: hay gente que asegura ver todavía su resplandor en las noches sin luna, tras la mole sombría del cerro.
Admiramos las artesanías expuestas en la plaza, como cualquier par de turistas; luego entramos a una tienda de tatuajes, y Amatista sintió el capricho de grabarse una letra gótica en cada falange de su mano izquierda, que al cerrar el puño formaban la palabra “Erks”. Asistí a su tortura por el tatuador, pero ella la soportó sin una sola queja. Es dura la niña.
-¿Cómo me queda? –me preguntó al salir.
-Fabuloso.
Casi cualquier tatuaje queda bien sobre un cuerpo hermoso; pero ese mismo tatuaje no queda bien sobre un cuerpo insulso. Yo no podría tatuarme un dragón sobre el brazo, como admiré en un levantador de pesas ruso; para eso hace falta una musculatura que no tengo. Amatista tenía además buen gusto para situar sus tatuajes en el lugar adecuado: sus piernas y nalgas estaban libres de tatuajes, a excepción de una fina inscripción alrededor del muslo, que le quedaba perfecto.
Cenamos al aire libre y volvimos a la cabaña antes de medianoche, pues queríamos levantarnos temprano para hacer senderismo a la mañana siguiente. Ella me deseó las buenas noches desde su cuarto, y cerró enseguida la puerta.
La inscripción es un anagrama, y aún no pude descifrarlo.
7
Desperté temprano. El sol se colaba por la ventana anunciando un día hermoso. Salí al jardín tras haberme refrescado la cara y me quedé viendo las flores. De pronto sentí un cuerpo saltándome a la espalda y unas piernas enredándose en mi cintura.
-Eh ¿qué pasa?
-La bruja quiere volar.
-Pero es de día…
Sus brazos atraparon mi cuello con un mataleón, ahogándome.
-Pará…
No sé si esto era una demostración de amor, o qué. Caminé unos pasos cargándola, pero no me soltaba. Al final caí de bruces con ella encima mío.
-Basta, por favor…
-Aguantá, para qué sos macho.
Nuestro forcejeo me había provocado una erección tremenda, aunque inútil en tal posición. Intenté darme vuelta pero no me dejó.
-Ahora sos mi palo de escoba ¿no querías eso?
-Basta…
Sentí unos ladridos cerca, llegaba la dueña trayendo el desayuno. Al instante Amatista me liberó y nos pusimos de pie.
-¡Buen día, gente!
-Buen día, Gloria ¿cómo está? -Amatista saludó a la dueña con una sonrisa inocente.
-¿Cómo pasaron la noche?
-Dormimos como angelitos. ¿No, Roger?
-Es cierto –yo me frotaba el cuello dolorido. Aún me costaba respirar.
-No hay como el aire de la sierra para dormir bien.
-Gracias por traernos el desayuno.
-De nada. Ayer salieron muy temprano, no me dio tiempo a prepararles…
-Parece todo muy rico.
-Es mermelada casera y pan de campo.
-Para empezar el día con energía –se entusiasmó Amatista.
-¿Y qué planes tienen para hoy?
-Queremos recorrer el sendero que va al dique Los Alazanes.
-Es un hermoso paseo. Y a la vuelta pueden parar en el Balneario.
-¿La Toma?
-Claro. Cuando hace calor se llena de gente.
-Me llevo una malla entonces en la mochila.
-Bueno, los dejo. Que lo disfruten.
-¡Gracias!
Estamos a medio camino entre La Toma y Los Alazanes. Un perro nos viene siguiendo desde hace dos horas, parece conocer el sendero de memoria.
-Según el informe policial, la encontraron por acá.
-Dejame ver las fotos…
Amatista se quita la pequeña mochila que lleva a la espalda y saca un mazo de fotocopias. Yo me le acerco y ambos examinamos las instantáneas policiales que figuran en el expediente.
-Mirá, ese árbol es el mismo de la foto.
-Sí.
Por supuesto, no lo hubiésemos hallado sin el GPS del teléfono y las coordenadas exactas donde se encontró el cuerpo, informadas por la policía.
-Estamos lejos del sendero.
-Muy lejos –repuse mirando hacia arriba.
-Mariela llevaba agua en la mochila. ¿Para qué bajó hasta acá?
-Cuando uno hace senderismo tiende a economizar energías… no me lo explico.
Caminamos a orillas del agua sin mayor dificultad. Cantos rodados y pasto, ausencia de hondonadas o desniveles pronunciados.
-No veo ningún lugar donde se pueda haber despeñado.
-El cuerpo apareció tendido acá.
Amatista se tiende en la orilla evitando mojarse; al verla en esa posición siento un escalofrío.
-Este arroyo es muy bajo…
-Tiene que haber estado moribunda cuando llegó acá –concluyo. Amatista se pone de pie y menea la cabeza.
-No way –dice para sí misma.
Una hora después y con nuestro fiel perro detrás, avistamos el único refugio de la zona: una construcción prolija a la derecha del sendero, ladera abajo. Nos detenemos a conferenciar.
-¿Habrán tenido prisionera acá a Mariela Natalí? –se pregunta Amatista.
-Supongo que sí…
-Sigamos.
Avanzamos a buen paso otra media hora por un camino zigzagueante y con desniveles pronunciados. Dejamos muy atrás el refugio y nos encontramos ante una bifurcación del sendero.
-Yo voy por abajo –dice Amatista, y desaparece de mi vista.
-Amatistaaaaa!
Sigo inmóvil. El tiempo no pasa. Hace un minuto o una eternidad que estoy aquí. ¿Ningún pájaro canta? De pronto suena mi celular y mis manos tiemblan, me cuesta pulsar el ícono verde para atender.
-¿Sos vos?
Desando el camino por donde vine –apenas unas decenas de metros desde nuestro punto de separación- inmerso aún en ese silencio siniestro, hasta que la veo. Entonces la naturaleza parece despertar de nuevo a la normalidad, mientras corremos uno al encuentro del otro.
-Gracias a Dios… -exclamo abrazándola fuerte. Ella no me suelta.
-Tuve miedo.
Por primera
vez se muestra frágil desde que la conocí.
-¿Qué fue eso? –pregunta levantando los ojos hacia mí.
Renunciamos a nuestro objetivo de llegar al dique y emprendemos el regreso tomados de la mano, como dos niños que temen perderse. De pronto recuerdo algo y miro hacia atrás: el perro ha desaparecido.
Estábamos de vuelta en nuestra cabaña, abrazados en la cama. Amatista temblaba por momentos, había somatizado la experiencia. Yo me levanté y le hice un té, por un buen rato debí atenderla como a una niña enferma.
-¿Cómo te sentís?
Me apretó la mano y me sonrió con calidez.
-Te asustaste.
-¿Cuándo volvió la normalidad?
-Yo sentí lo mismo.
Habíamos querido hacer el mismo camino que Mariela Natalí, y al igual que ella,
no pudimos llegar al dique Los Alazanes. Se me ocurrió
una idea…
-¿Vos creés que
a Mariela Natalí le pasó lo mismo que a nosotros?
Me miró asombrada.
8
Domingo por la mañana. Decidimos hacer una excursión a Los Terrones, el lugar donde Akoglanis convocaba a sus acólitos para ver luces misteriosas. Después de la experiencia de ayer, no queríamos andar solos por un lugar solitario; pero Los Terrones suele estar lleno de turistas y gente que va a meditar. Estacioné el auto frente a las curiosas geoformas que dan su nombre al lugar, y nos sumamos a un contingente de turistas porteños que recorrían la Quebrada de la Luna. Era tranquilizador estar con gente. Amatista pegó la hebra con un treintañero y se fue por ahí charlando con él, mientras yo seguía con el resto del grupo. Lo último que vi fue al tipo sacándole fotos mientras ella hacía poses sensuales con las geoformas de fondo.
Bueno, tarde o temprano esto podía ocurrir.
Llegamos al fondo de la quebrada y dimos la vuelta hasta un lugar abierto, desde donde se dominaba una amplia perspectiva del paisaje. Uno de los cerros mostraba una larga mancha oscura sobre su ladera cubierta de césped, y caí en la cuenta que estaba observando la ya mitológica mancha del cerro El Pajarillo. Mucha tinta ha corrido en torno a ella, es una de las marcas más célebres dejada por un ovni, y una de las más grandes también. Corría el año 1986. Esperanza Pelliza de Gómez, su hermana Sara y su nieto Gabriel, de 12 años, jugaban a las cartas en su casa. De pronto una luz roja iluminó la habitación colándose por las ventanas. Se asomaron con curiosidad y al ver que se movía por los cerros, se asustaron y cerraron los postigos. Las mujeres pensaron que era la luz mala, porque no parecía un avión ni se movía como tal. El niño Gabriel, sin embargo, espió por la ventana de su dormitorio y vio algo parecido a un gran disco con ventanillas que proyectaba una potente luz roja, además de otras luces más débiles de color blanco. La nave se alejó de la casa y fue a posarse sobre el cerro El Pajarillo.
Los ocupantes de la casa se fueron a dormir, pero al otro día llegó el tío Miguel Gómez, quien les comentó haber visto una mancha oscura en la ladera sudeste del cerro el Pajarillo, que el día anterior no estaba allí. Era una mancha ovalada de 120 metros por 70, donde el pasto aparecía quemado. El lugar era el mismo donde se había posado el ovni la noche anterior.
Los escépticos han hecho distintos intentos por desacreditar la historia, pero sin éxito. Conjeturaron que era un invento para atraer el turismo a la región, pero la ausencia de un interés cualquiera de la señora Gómez y su familia, así como su perfil bajo, dieron por tierra con tales conjeturas. El misterio permanece, y la huella del Pajarillo permanece también, perfectamente visible 37 años después. Normalmente el pasto vuelve a crecer después de un incendio, la marca del fuego no perdura durante décadas como aquí.
Yo estaba maravillado por esta visión, a punto tal que
olvidé la deserción de mi compañera
de viaje. Me puse a hacerle fotos a la mancha con distintos calibres de zoom, hasta lograr la toma
perfecta. Consideré la historia con ojos de
jurista: tres testigos irreprochables afirman haber visto una luz potente sobre su casa, que no procedía de un avión. Uno
de los testigos vio el aparato con forma
de disco o esfera achatada posarse sobre un cerro. Al día siguiente, en ese lugar aparece una gigantesca marca
indeleble, aún visible al día de hoy. Caso cerrado.
Ya pueden patalear los escépticos, no hay forma de anular esta evidencia de un evento no humano aquella noche del 9 de enero de 1986. Y ello sumado a las luces sobrenaturales que convocaba Akoglanis en este mismo paraje, y las visiones de una ciudad etérea, dieron génesis a la mística del Uritorco y su región circundante, viva aún hoy. No tenía más que mirar a mi alrededor para comprobar la vigencia de esta magia y su poder inspirador. Aquí una mujer adornada con signos védicos, practicando el mudra namasté; allá un barbudo imponiendo sus manos a un anciano. Más allá tres personas moviéndose en cámara lenta, en una danza taichí. Por supuesto, hay mucha pose y charlatanería, pero son como malezas crecidas alrededor de un brote de flores milagrosas.
Anduve por aquí y allá, “sintiendo la energía del lugar” como oí decir a algunos, o más bien, disfrutando el paisaje. De pronto topé ante mí con Amatista, meditando en posición de loto y con los ojos cerrados frente al poniente. A unos respetuosos metros de distancia y cuerpo a tierra, su admirador no paraba de hacerle fotos. Me dio un ataque de risa y ella abrió un ojo. La saludé con una mano en silencio, y le hice gesto de que me iba. Ella volvió a sumirse en su meditación, ignorándome.
Volvé como puedas. Adío.
Mañana del Lunes. Abro el expediente online de Cecilia Basaldúa y leo la resolución del juez:
“Por la autoridad que la ley confiere a este Tribunal, se acepta como querellante al Club de Leones de Deán Funes en la causa que se sigue por la muerte de Cecilia Basaldúa…”
Clinc, caja.
-Buen día.
Amatista sale de su dormitorio fresca como una lechuga. Su fotógrafo debió traerla a la noche mientras yo dormía.
-Buen día… soy querellante en la causa Cecilia Basaldúa.
-¡Ah, bien!
-Me voy para Cruz del Eje a ver el expediente. ¿Querés venir?
-Debo hacer trabajo remoto. Si no me ven, nadie trabaja en la oficina.
-Claro, cuando el gato no está, los ratones bailan.
-Exacto. Andá vos y me traés la información.
-Sí… previo depósito de mis honorarios.
-¿Desconfiás de mí?
-Los abogados trabajamos así. Cuando obtenemos lo que el cliente necesita, cobramos.
-Bueno, pasame copia del expediente Basaldúa y te deposito.
-No funciona así. Yo ya soy querellante y tengo acceso al expediente –le mostré la resolución del juez en la pantalla de mi celular-. Ahora vos me depositás los honorarios y yo te doy copia de lo actuado por el Tribunal.
-Qué profesional.
-La nuestra es una relación profesional. Si lo olvidé por momentos, ayer te encargaste de recordármelo.
-Uuuh… ¿estás celoso?
-Te considero una buena clienta. Hasta luego.
Comprobé que tenía mi credencial de abogado y me subí al Fluence. En tres cuartos de hora estuve en Cruz del Eje.
El expediente de Cecilia Basaldúa era más extenso que el de Mariela Natalí. 1170 fojas.
-No se permite fotocopiar –se atajó el empleado. Este Juzgado era más estricto que el otro.
-Okey… ¿dónde puedo examinar el expediente?
-Pase acá, a la sección reservados.
La “sección reservados” era una pequeña mesa a la cual se accedía pasando una puerta. Siempre era mejor que revisar 1170 fojas parado en el mostrador. Y quedaba fuera de la vista del empleado, lo cual permitía sacar fotos a cada hoja del expediente. Me llevó media hora fotografiar todas las actuaciones con mi celular, tras lo cual me relajé y leí morosamente algunas resoluciones. Me llevé más de una sorpresa al descubrir algunos dictámenes contradictorios, pero preferí reservar mi opinión hasta leer el expediente entero.
Esta es una causa complicada.
-Muchas gracias. Acá le dejo el expediente.
Abandoné el edificio de Tribunales sabiendo que pronto debería volver para pedir acceso a la causa Pablo Benedetto. Pero aún era demasiado temprano para eso.
Conduje de regreso, y en las afueras de Capilla del Monte me detuve para sacar fotos a un bar pintoresco, con la forma de un plato volador. Decidí tomar un café en “El ovni”, porque no me apetecía aún volver a la cabaña. Revisé la lista y pedí un “Café pleyadiano”, que resultó sospechosamente parecido al café de Colombia. A fin de cuentas, los elementos son los mismos en todo el universo.
Entré a mi cuenta bancaria online, y ¡voilá! La AFI me había transferido cinco millones de pesos, que venían a sumarse a igual suma depositada la semana pasada. Buena plata. Seleccioné por tandas las fotos de la causa Cecilia Basaldúa y se las fui pasando a Amatista. Terminé mi café pleyadiano y pedí una porción de “Torta Ganímedes”, mientras seguía enviando fotos.
-¡Eh, Roger!
-¿…?
Me di vuelta y ahí estaban mis amigos Héctor y Aníbal, fans de los ovnis y de Capilla del Monte.
-¡Muchachos!
No cabía en mí de alegría al verlos.
-¿Qué hacés vos acá?
-Vine por trabajo. ¿Y ustedes?
-Nosotros ya somos habitués de Capilla.
-Sí, pero justo encontrarnos…
-¡Los planetas se alinearon!
-Siéntense, amigos. Acá estoy con una torta Ganímedes.
-Es riquísima. Yo me anoto con una porción para mí.
-El “loco” Héctor… -le palmeé la espalda-. ¿En qué andás?
-Vamos a ver al profeta Kropp. ¿Te prendés?
-¿Y ése quién es?
-El creador del “Pozo de luz”.
-Ahora sí, me quedé en ayunas.
-¿No conocés el “Pozo de luz”? –intervino Aníbal- Vivís sumido en la ignorancia…
-Eso seguro.
-Tenés que conocerlo. Es en San Marcos Sierras.
Dudé unos momentos. Yo estaba al día con mi tarea profesional. Amatista necesitaba dos tardes para leer la causa Basaldúa, pues a la mañana trabajaba remoto para la AFI. Yo podía empaparme del expediente en un solo día, por lo cual podía tomarme la tarde libre.
-Voy con ustedes, muchachos.
-¡Así se habla!
Pedimos más café para acompañar la torta Ummo, y entre risas y charlas terminé de enviar a Amatista las fotos del expediente Basaldúa.
Tarea cumplida.
9
Mitad castillo, mitad parque temático. Así es a primera vista el “Pozo de luz”. Nos recibió un guía encargado también de cobrar la entrada, porque éramos casi los únicos visitantes.
-Quiero darles la bienvenida en nombre del Profeta Kropp, creador de este complejo. Vamos a visitar las instalaciones donde se brindaba una cura holística para la desarmonía del cuerpo, que la gente suele llamar enfermedad. El Profeta descubrió hace muchos años una fuente milagrosa aquí, y decidió crear un centro de sanación aprovechando los poderes sanadores del agua. El complejo tiene forma de laberinto circular construido alrededor de la fuente milagrosa, que el Profeta bautizó como Pozo de luz.
Empezamos recorriendo el anillo exterior siguiendo al guía, quien nos describía la función de cada habitación erigida entre torres de piedra y estatuas. Me sorprendí al oír que una de estas habitaciones funcionaba como sala de partos. Y mi sorpresa creció más aún al oír que un ala entera del complejo estaba dedicada a la cura del cáncer.
-El Profeta Kropp curaba el cáncer con una vacuna hecha a base de veneno de hormigas coloradas. Pero la Justicia le prohibió continuar con su tarea de sanación, procesándolo por ejercicio ilegal de la medicina.
-¿Tiene título de médico? –no pude menos que preguntar.
-No. La iluminación divina le brinda los conocimientos necesarios para curar a la gente.
-Entiendo.
-Todas las edificaciones que ven las diseñó y construyó el Profeta mismo.
Menos mal que no hay ejercicio ilegal de la arquitectura.
Atravesamos un túnel de 95 metros llamado “canal de la vida” y llegamos al centro del laberinto, donde hay siete círculos de piedra concéntricos y descendentes. Bajamos y nos metimos con dificultad en un pozo, donde mana la fuente milagrosa.
-Estamos en el Pozo de luz –explica nuestro guía-. Este es el ombligo del centro de sanación, y conecta por un cordón umbilical de varios kilómetros con la ciudad mística de Erks. Por las noches los lugareños escuchan el expreso subterráneo que une al Uritorco con el Pozo de luz, y a su paso hace vibrar la tierra, los vidrios y la chapa de los techos.
Guau.
-El Profeta Kropp se llama en realidad Néstor Corsi.
Estábamos en una parrilla de San Marcos Sierras. La excursión nos había abierto el apetito y decidimos sentarnos en una mesa al aire libre de este pueblo bucólico, con una plaza pintoresca y apenas unas cuadras de casas bajas alrededor.
-La Justicia le prohibió acercarse al Pozo de luz –continuó Héctor-. Por eso no estaba presente.
-Tiene suerte todavía de que no lo hayan metido preso –comenté, masticando un chinchulín exquisito.
-No tanta suerte –fue la respuesta de Héctor-. Estuvo preso dos años y ocho meses por ejercicio ilegal de la medicina. Parece que algunos de sus pacientes con cáncer murieron, y alguien lo denunció.
-Hay que ver si no se morían igual –acotó Aníbal.
-Claro, en los hospitales muere un montón de pacientes con cáncer y nadie va preso.
-No se puede jugar con la salud pública –sentenció Aníbal- a menos que tengas licencia para hacerlo. Yo trabajé en un laboratorio y sé como es.
-Corsi también curaba el Ébola. O eso dice.
-Seguro ningún paciente murió de eso en el Pozo de luz. Todos morían en Africa.
-Escéptico empedernido, como buen abogado.
-No tan escéptico últimamente… me pasaron cosas que no puedo explicar. Hace poco atravesé un Portal del Silencio.
Aníbal y Héctor se miraron, extrañados.
-¿Cómo?
Les conté mi experiencia con Amatista en el sendero al dique Los Alazanes, sin omitir nada.
-Por lo que vos me contás, -comentó Aníbal, reflexivo- estaban cerca del desvío a Huertas Malas cuando les pasó eso.
-Habíamos pasado el desvío, creo.
-Yo hice el camino hasta Huertas Malas. El nombre no está puesto por casualidad, hay una mala energía ahí.
-Acá pasan muchas cosas raras… -intervino Héctor- por eso nos gusta venir. A mí me pasó una vez que iba en el auto con Graciela y nos hizo dedo una mujer muy rara. Tenía un vestido rojo como de fiesta y eso en plena ruta. Yo iba a dejarla subir al auto, pero Graciela me dijo “No pares”. Su voz sonaba asustada. Pasamos de largo, y la mujer del vestido rojo abrió los brazos en un gesto de agradecimiento, sin mirarnos…
-Graciela intuyó algo.
-Dicen que esa mujer se aparece a veces en la ruta, y nadie sabe quién es. Dimos cuenta del asado y nos quedamos charlando largo rato aún después de los postres. Emprendimos el regreso a Capilla a medianoche, todavía mareados por el vino. Menos mal que por aquí no hay control de alcoholemia…
Llagaba a la cabaña cuando me crucé con una camioneta que salía de nuestra entrada. ¿El fotógrafo? estaba demasiado cansado para pensar en eso. Apenas entré fui a la cocina por un vaso de agua y me acosté, dispuesto a dormir diez horas. Amatista dibujó su silueta oscura en el vano de la puerta.
-Mañana quiero discutir con vos el caso Basaldúa.
-Claro. Cuando termines de leerlo.
Permaneció un rato sin hablar, sopesando mis palabras. Luego sonrió para sí misma y desapareció.
10
Tres horas de lectura. Tres horas de concentración intensa leyendo deposiciones, actas policiales, declaraciones de testigos, autos interlocutorios, alegatos del defensor y la fiscal… hasta llegar al fallo. Porque aquí, a diferencia de la causa anterior, había un fallo del jurado. Acababa de leerlo cuando apareció Gloria trayendo el almuerzo.
-Acá tienen, pollo asado con puré.
-Gracias Gloria, no sé qué haríamos sin usted –la halaga Amatista.
-Yo sí sé: morir de hambre –digo cuando Gloria se marcha.
-Ah bueno, el señor quiere que le cocine…
-No me hago ilusiones con eso.
-¿Y qué? ¿vos cuántas veces me cocinaste?
-Una. Y con esa sola te gano el partido uno a cero.
-Uuuuh! ¡Contás las veces que cocina cada uno!
-No hay mucho que contar.
-Bueno, haceme el favor… dejame comer en paz.
-Perfecto.
Me levanto y llevo mi plato y cubiertos a la mesita del porche.
Ya parecemos un matrimonio. Hasta en la falta de sexo.
Cuando terminé de comer lavé mi plato y mis cubiertos, sin tocar los de ella, que dejó sucios en el fregadero. Me preparé un café y salí al porche a beberlo viendo el paisaje, según mi costumbre. Al voltear vi que ella estaba en el vano de la puerta de brazos cruzados, mirándome.
-Bueno, quiero tu análisis del caso Basaldúa.
-¿Leíste entero el expediente?
-No tuve tiempo. Prefiero oír un resumen tuyo, sos bueno para eso.
-Vale. Cecilia Basaldúa era una mochilera de 35 años, que llevaba cinco recorriendo América. La pandemia la sorprendió en Capilla del Monte, sin hospedaje. El camping municipal estaba cerrado, y ella no tenía dinero para pagar un hotel. Una persona conocida la contactó con un muchacho de 23 años llamado Lucas Bustos, quien tenía una habitación libre en su casa. Bustos accedió a hospedarla gratuitamente, posiblemente con la ilusión de ligar con ella. Al principio Cecilia se sintió a gusto allí, pero pronto empezó a decir que “la perseguían para matarla”, sin especificar quién. Su paranoia creció rápidamente y se puso violenta: un brote sicótico en toda regla. Bustos vio que no podía controlarla y le dijo que siguiese su camino, según la versión más probable de los hechos.
El 5 de abril de 2020 Cecilia cargó una mochila liviana y partió a hacer senderismo, dejando algunas pertenencias en lo de Bustos, para recogerlas cuando volviera. A los pocos kilómetros paró a pedir agua en una casa y siguió su camino. Hay testimonio fehaciente de eso. Nadie volvió a verla durante veinte días. El operativo de búsqueda no fue tan grande como el de Mariela Natalí, porque la cuarentena estricta impidió juntar demasiada gente, pero así y todo participaron cien voluntarios, que se dice pronto, sabuesos y demás. El 25 de abril, cuando ya no había esperanzas, alguien encontró su cadáver cerca de un basural, en un lugar registrado previamente por los rescatistas.
-Otra vez un cuerpo reaparece donde ya lo habían buscado antes.
-Exacto. Ahora la cosa se empieza a complicar. La fiscal acusó a Bustos de violar y estrangular a Cecilia, pero no hay semen ni otros rastros de violación. Tampoco el ADN de Bustos fue encontrado en el cuerpo de la fallecida. Por lo tanto, la acusación de violación resulta gratuita.
-Mmmm… la defensa de los violadores siempre se escuda en eso.
-Si querés podés inventar las pruebas que faltan. Yo te cuento lo que hay en el expediente.
Amatista me lanzó una mirada de odio, que en ese momento no comprendí.
-Y las supuestas marcas de estrangulamiento tampoco existen. El cuello de Cecilia estaba ileso.
-Voy a revisar el expediente, porque no confío en lo que me estás diciendo.
-Es todo tuyo. Para eso te mandé las fotos de cada foja.
-Es que estuve ocupada… -sonó su celular y se interrumpió un minuto para atender-. Sí, mi amor, pasame a buscar a eso de las siete. Un beso.
Puso en silencio su celular y me estuvo mirando un rato.
-No entiendo una cosa. Si no hay evidencias de violación, ni marcas de estrangulamiento, ¿en qué se basa la acusación contra Bustos?
-En su confesión, obtenida mediante apremios ilegales.
-¿Así, tal cual?
-La policía fue a buscarlo a él y a su hermano, y el hermano testifica que oía cómo le pegaban a Lucas en la habitación de al lado.
-Ah, bueno, un desastre…
-Sí, Bustos fue un perejil.
-¿Tiene trabajo, o es desocupado?
-Es albañil.
-Yo leí que el cuerpo de Cecilia presentaba heridas defensivas.
-Cierto, pero nada prueba que las haya ocasionado Bustos.
-Seguí. ¿Algo más?
-Falta lo mejor. El juicio por el femicidio de Cecilia Basaldúa tuvo veredicto el pasado 1° de julio: el jurado consideró inocente a Lucas Bustos por unanimidad, absolviéndolo de todos los cargos.
-Y vos estás de acuerdo con ese fallo, supongo.
-No solo yo… ¡Los mismos padres de Cecilia Basaldúa habían pedido la absolución de Bustos!
-Qué raro…
-No es tan raro. El padre pidió textualmente al jurado -me calcé los anteojos para leer-: “Absuelvan a Lucas, que se vuelva a su casa, porque si no este crimen quedará impune y los asesinos seguirán sueltos”.
-O sea que la causa volvió a fojas cero.
-Exactamente. Salvo por un detalle… Lucas Bustos pasó dos años en prisión injustamente.
-Yo no estoy del todo convencida. Alguien la violó.
-Hay una forma de salir de dudas.
-¿Cuál?
-Podemos interrogar a la testigo a quien Cecilia fue a pedir agua al salir de lo de Bustos.
-¿Tenés su dirección?
-Está en el expediente. No es lejos.
-¿Vamos ahora?
-Cualquier momento es bueno.
Detuve el Fluence frente a una casa humilde, y comprobé la dirección apuntada en el expediente judicial.
-Es ahí.
Nos apeamos y golpeamos la puerta. Al rato salió una señora bajita de unos sesenta años.
-¿Sí?
-Buenas tardes, patrona –tomé la palabra-. Mi nombre es Rogelio Lefevre, soy periodista de la Voz del Interior y ella es mi asistente, Flora. Quería hacerle una sola pregunta, si es tan amable. Estoy escribiendo un reportaje sobre la desaparición de Cecilia Basaldúa, y tengo entendido que tocó a su puerta para pedirle agua ¿no es cierto?
Mi discurso aparentemente sonó bien, porque la señora respondió de buen grado.
-Sí, ella vino por acá. No tocó la puerta, sino que aplaudió varias veces hasta que salí. Me pidió por favor un poco de agua, y yo la invité a pasar porque hacía bastante calor. Se tomó un vaso de agua y llenó además una botellita que traía en la mochila.
-¿Cómo se la veía? ¿Tranquila o nerviosa?
-Tranquila, normal.
-¿Hizo algún comentario? –preguntó Amatista.
-¿Comentario de qué?
-De si alguien la estaba persiguiendo…
-Noo, para nada.
-Ay Flora, siempre tan intensa vos con las preguntas.
-Es que las asistentes de los grandes periodistas somos así, intensas.
-Bueno, -volví a dirigirme a la señora- o sea que Cecilia no le comentó que tuviera ningún problema.
-La verdad, no.
-Perfecto, señora. No la molestamos más. Muchas gracias.
-Gracias a ustedes.
-Vamos, Flora.
Nos alejamos y cuando la señora no estuvo más a la vista, Amatista me tiró una patada.
-Así que Flora…
-¿No te gusta el nombre?
-Sí señor Rogelio, ¿no quiere que me siente en sus rodillas?
-Claro que sí, Florita… cuando gustes.
-Espere sentado, señor Rogelio.
-No tendrás aumento hasta fin de año.
-Uy, entonces lo voy a pensar…
Ya habíamos llegado al auto, y al entrar se terminaron las bromas. Hice un giro en U y puse rumbo a la cabaña.
-¿Te convenciste ahora? Cecilia Basaldúa estaba tranquila y despreocupada después de haber pasado la noche en lo de Bustos. No se sentía perseguida, ni parecía tener ningún problema. Esa no es la actitud de una mujer que acaba de escaparse de su violador.
-No, evidentemente.
-Fojas cero.
-Exacto… volvemos a fojas cero.
Retornamos a la cabaña, y al oscurecer apareció el fotógrafo con su camioneta. Debía ser un gran explorador, pues necesitaba tal vehículo. Besó en la boca a Amatista, luego se acercó y me saludó amablemente.
-Hola. Qué linda hija tiene…
-Mi hija es linda, pero no es ésta.
Ella se desternilló de risa.
-Uy disculpe, pensé que era el papá.
La incomodidad del fotógrafo abrevió su estadía, y pronto partieron con rumbo desconocido. Entré a prepararme la cena, un churrasco con huevos fritos. No soy lo que se suele llamar un chef. Comí con apetito y lavé mi plato y la sartén… en la segunda pileta del fregadero todavía estaba el plato y los cubiertos sin lavar de Amatista. Ibamos a tener una seria discusión con eso.
Salí al jardín. La noche me recibió con todo su esplendor. La Vía Láctea asomaba tras la oscura mole del Uritorco, como polvo de estrellas. Un tenue resplandor de tonalidad incierta hormigueaba en el abra ¿o era una ilusión óptica? Quedé largo rato viéndolo, sin explicarme su origen.
Para ese lado no hay ninguna
ciudad… salvo Erks.
11
El día amaneció lluvioso. Como vengándose de la noche anterior, el cielo exhibía un denso manto de nubes que iban del gris plata al negro pizarra, pasando por el azul plomo. Amatista dormía en su cuarto. Me preparé café y lo llevé a la mesa. Frente a la infusión humeante, me consagré a la reflexión jurídica: había llegado el momento de pedir vista al expediente de Pablo Benedetto. Era una causa vieja y sin clamor social detrás, por lo cual no convenía presentarme como querellante: sería rechazado sin contemplaciones. La única posibilidad era presentarme en una causa donde ya era querellante – preferentemente en la de Cecilia Basaldúa, donde había fiscal nuevo con ganas de darle un enfoque diferente a la investigación- y pedir vista del expediente Pablo Benedetto. ¿Con cuál pretexto? Me quedé pensando un rato. Benedetto había desaparecido en circunstancias misteriosas, igual que Basaldúa. Sus restos reaparecieron años después. Podía haber un secuestrador actuando en la región. Eso es. La hipótesis era válida, y el fiscal no podía rechazarla a priori, sin conocer la causa Benedetto.
Fui en busca de mi notebook y me puse a trabajar en el escrito. Amatista apareció soñolienta y con el pelo revuelto; me saludó con la mano y se metió en la ducha. Media hora después estaba sentada frente a su propia notebook, muy arreglada y formal, con su trajecito sastre. Yo seguía trabajando en mi presentación judicial: una cadena de frases para tirar al juez y al fiscal hacia mi lado. Iba redondeando el escrito cuando Amatista inició una videollamada con alguien en las oficinas de la AFI.
-¿Cómo estás Alberto?
-Buen día, jefa.
-¿Mandaste el memorándum al prefecto?
-Sí, ya respondió diciendo que el contrabando no es competencia de la Prefectura, sino de la Policía de fronteras.
-Hijo de su madre… si ellos solos pueden detener una lancha con mercancía ilegal en medio del río.
-No se puede hacer nada. La Prefectura no va a intervenir.
-Voy a hablar con el Ministro de Seguridad.
Cerró la videoconferencia hecha una furia, y se puso a teclear mensajes. Yo aproveché el silencio para retomar mi escrito, y cuando lo hube terminado estampé mi firma digital y lo subí a la página de gestión judicial. Era mi primer petición como querellante, lo cual en cierto modo me daba derecho a ser tenido en cuenta.
Fui a poner de nuevo en el microondas mi café, que había dejado enfriar sin beber un sorbo. Entretanto, Amatista iniciaba videoconferencia con el Ministro de Seguridad.
-Buen día señor Ministro.
-Buen día Directora.
-Tenemos un problema con el contrabando de efedrina. La Prefectura se niega a actuar. El Prefecto Bertoldi me acaba de responder que no van a inspeccionar embarcaciones ni requisar mercaderías en medio del río. Pretende que los inspeccione la policía después que el embarque salió del puerto… lo cual no va a ocurrir.
-Yo le voy a apretar las tuercas a Bertoldi. Déjemelo a mí.
-Que tenga un buen día, Ministro.
-Buen día para usted, hermosa.
Amatista bajó la tapa de su notebook, satisfecha, y se me quedó mirando.
-¿Viste cómo lo tengo al Ministro?
-Ya vi…
-¿Alguna novedad en la causa Benedetto?
-Acabo de pedir vista del expediente al juez de la causa Basaldúa. Con suerte mañana responde.
-Está bien que les metas prisa, porque yo no puedo seguir quedándome en Capilla más allá del fin de semana.
-Hoy estamos a miércoles. Puede que lleguemos, porque ambos juzgados están en el mismo edificio y la vista sería rápida, con remisión inmediata del expediente.
Amatista se levantó y fue hasta la ventana.
-Cómo llueve…
Yo fui hasta ella y le toqué el brazo con la punta del dedo índice.
-¿Qué?
Le señalé el fregadero en silencio con el mismo dedo.
-Ah, no… Yo no estoy para eso, mi amor.
-Yo tampoco, mi vida. Pero no hay servidumbre, así que cada uno lava lo suyo.
-Vos sos mi servidumbre.
-¿Ah, sí?
-Ya te vas a enterar.
Volvió a su notebook y siguió trabajando online, ignorándome hasta el mediodía. Por fin llegó Gloria trayendo el almuerzo.
-Buenas, gente… hoy les traigo trucha con salsa blanca y espárragos.
-Mmm ¡qué rico!
-¿Cómo la están pasando?
-Fabuloso, Gloria. Sus cabañas son una maravilla.
-La vista no tiene comparación.
-Yo ayer me quedé viendo un resplandor, no sé si era Erks o qué.
-¿Para el lado del abra?
-Sí, exacto.
-Eso se ve a veces, y nadie lo explicó todavía.
-¿Se ven ovnis por acá? –preguntó Amatista.
-Ovnis yo nunca vi… pero luces raras en el cielo o sobre el cerro, todas las que quiera.
-Es un lugar misterioso –repuso Amatista, reflexiva.
Por un momento pensé que iba a contar la experiencia que tuvimos yendo para Los Alazanes, pero se calló de pronto, como si le diese vergüenza hablar de eso.
-Buen apetito, gente.
Gloria se marchó dejándonos dos platos que olían a delicia. Comimos con apetito, charlamos algunas nimiedades, y Amatista volvió a su trabajo remoto. Eran las tres de la tarde cuando cerró la notebook y entró a su cuarto. Al salir ya no tenía puesto el trajecito, sino ropa deportiva.
-Vamos a ver el lugar donde apareció el cuerpo de Cecilia Basaldúa.
-Ya lo tengo señalado en mi GPS.
Salimos con llovizna, un clima adecuado tal vez para lo que íbamos a ver. Conduje media hora y cuando el puntito que simbolizaba mi auto en el GPS se aproximó lo más posible al sitio señalado por el informe policial, estacioné en la banquina y nos apeamos. Un olor ofensivo hirió enseguida mi nariz, indicando que estábamos cerca de un basural. Marchamos campo través durante un rato vigilando el GPS, hasta que se puso a titilar en un matorral aislado: habíamos llegado. Me giré 360 grados. El río Calabalumba hacía un recodo cerca nuestro, según el GPS, pero yo no lo veía.
-Acá pasaron los rescatistas tres veces, según consta en la causa, porque los basurales son lugares usuales para deshacerse de un cadáver. Pero no la encontraron.
-Alguien debe haber traído el cuerpo muchos días después, como en el caso de Mariela Natalí.
-Digamos que apareció después.
-¿Qué estás insinuando?
-Yo no olvido lo que nos pasó en el sendero a Los Alazanes, aunque no hayamos vuelto a hablar de eso.
-¿Creés que guarda alguna relación con las muertes?
-No lo sé. Pero tampoco lo descarto.
Volvimos al auto, abatidos. La
muerte siempre duele, aunque sea ajena.
Ya había oscurecido. Sentí un motor que se acercaba a nuestra cabaña, y supe que era la camioneta del fotógrafo. Se detuvo e hizo sonar la bocina. Amatista salió tal como estaba, sin haberse cambiado. Decidí no prestarles atención y seguir en mi contemplación del paisaje. De pronto sonó mi teléfono: Aníbal me enviaba un mensaje de Watsapp.
“Qué hacés, Roger?” “Bien”, contesté, “Y ustedes cómo andan?” “Hoy fuimos con Héctor a la tarotista. ¿Te acordás que te había hablado de ella?” “Ah, sí” “Me tiró las cartas del Tarot gitano. ¿Y a que no adivinás qué salió?” “Ni idea” “El 29, La Cárcel” “Upa, cuidate de la policía” “No necesariamente se refiere a mí” “¿No?” “No. Me explicó que los presagios de las cartas pueden referirse tanto a mí como a alguien de mi entorno. Podría ser un familiar o un amigo. Así que cuidate vos también!” “Ah bueno, gracias por el convite” “De nada. Tratá de no cometer ninguna infracción cuando salgas a la ruta” “Ja ja”.
Guardé el teléfono, divertido. Al rato siento el motor de la camioneta que arranca y se aleja. Amatista volvió a la cabaña. Parece que no hay salida hoy. Entré, porque había refrescado, y me puse a ver un video de Youtube en el sillón del living. De pronto se abre la puerta del dormitorio y aparece Amatista en traje de baño. Casi me da un infarto.
-No quería que te quedes con las ganas de verme en bañador –dice girándose para que pueda apreciar la perfección de sus nalgas, completamente descubiertas por la malla enteriza cola less.
-Guau… -me quedé sin palabras.
Se vino al sillón y plantó una rodilla a cada lado mío, mientras enlazaba mi cuello con sus brazos. Me hundí en su boca mientras acogía sus nalgas a palmas llenas. Esta no me la esperaba.
-Hoy vas a lavar mis platos –me susurró al oído.
-¿Y si no quiero?
-Vas a querer.
Sentí su boca mordiéndome suavemente el cuello, al tiempo que se me sentaba sobre el vientre. Cerré los ojos en éxtasis. Comenzó a presionar sus nalgas contra mi erección, sonriendo con deleite. Yo me bajé los pantalones y el calzoncillo, y la quise penetrar.
-Ah, ah –dijo, negándome la entrada.
-Por favor…
-Primero jurá que vas a lavar mis platos.
-¡Lo juro!
-¿En serio?
-Sí.
-¿No te vas a arrepentir?
-No.
-Mirá que si no los lavás no te vuelvo a hablar.
-Los lavo con detergente y les saco brillo.
-Así me gusta. Y los cubiertos también.
-También.
Ella volvió a morderme el cuello, esta vez sin tanta delicadeza. Parecía una leona atacando un búfalo. Yo no hacía caso al dolor, todo mi empeño estaba en penetrarla. Apenas le corrí la malla verde flúor y empecé a empujar como un ariete al que se le niega la entrada. Ella no aflojaba la mordida, nuestro encuentro romántico se había transformado en una lucha a muerte. A medida que la punta de mi miembro entraba, Amatista hundía los comillos salvajemente en mi yugular, buscando matarme. Lo comprendí en un instante de lucidez, y aún así seguí empujando hasta entrar por completo en ella. Entonces quedé paralizado, ya sin fuerzas, y el animal de presa hembra comenzó a saltar sobre mi erección sin piedad, hasta provocar mis espasmos involuntarios y un largo grito agonía y placer.
Ahora no te lavo los platos
nada.
12
Diez de la mañana.
-¡Arriba!
-¿Eh?
-No me digas que el viejito está cansado.
-¿Viejito yo? –salté de la cama.
Estoy muuuy cansado.
-Ya me ducho y vas a ver…
Lo único que reanima a un hombre en estado terminal es una buena ducha. Tiene un efecto instantáneo, relacionado según dicen con los electrones que el agua arranca al cuerpo, ionizándolo.
-Hoy tenemos feriado administrativo en la AFI –me informa Amatista cuando entro a la cocina a por café.
-Okey, dejame ver la página de gestión judicial…
“Ofíciese al Juzgado en lo Criminal… para que se remita ad efectum videndi el expediente de lo actuado en la causa Benedetto, Pablo s/muerte por causas desconocidas”.
-¡Bingo! ¡Tengo acceso a la causa Benedetto!
-Ganás la plata fácil vos…
-Para eso me contrataste.
-No te agrandes y lavá mis platos.
Me señaló el fregadero. Esta mujer no perdona.
-Agradecé que estoy contento…
-Lo harías igual... no podés conmigo.
-Okey, lo admito.
Lavé los platos ante su mirada sobradora. Ya lo dijo Donald Trump, la situación del hombre en esta época es lamentable.
-Listo. Ahora hago el oficio y nos vamos a Cruz del Eje.
Abrí la notebook y me puse a redactar el oficio al Juzgado de la causa Benedetto. Lo subí al sistema de gestión judicial para ganar tiempo. Con un poco de suerte, cuando arribásemos a Cruz del Eje estaría firmado.
El Fluence discurría entre las sierras ronroneando suavemente. Lo que me gusta de este auto es su andar silencioso.
-¿Vos creés que vas a hacer el amor de nuevo conmigo, no?
-No.
-¿Entonces por qué lavaste mis platos?
-Porque me gusta hacer tareas comunitarias.
-Ja ja
-Tengo conciencia social. No como vos.
-Conciencia de macho que la quiere poner a toda costa.
-Mejor no respondo a eso.
Seguimos un rato en silencio. No soporto la radio cuando manejo.
-¿Y qué pasó con el fotógrafo?
-Ah, ¿ese? Me hizo una escena de celos cuando supo que compartimos la cabaña. Yo no soy su propiedad, así que cuando vino a buscarme ayer lo mandé de nuevo a su casita.
-No perdonás a nadie vos.
-A mí no me perdonan.
Estoy
seguro que sí.
Once y media de la mañana. Tribunales de Cruz del Eje.
-Recién salió firmado el oficio.
-Si me permite, puedo llevarlo yo en mi calidad de querellante en la causa.
-No hay inconveniente. Deje nota.
“En la fecha retiré oficio para ser presentado en el Juzgado…” Firmé y retiré el oficio. Apenas tuve que atravesar un pasillo para entrar al otro Juzgado en lo Penal, donde tramita la causa Benedetto.
-Buen día, ¿podría hablar con el Secretario?
-¿Por qué asunto es?
-Traigo un oficio que solicita la remisión de un expediente ad efectum videndi. Yo soy querellante en la causa, quería pedirle permiso para llevarlo al Juzgado.
-Un momento.
Al rato aparece el Secretario, y le repetí palabra por palabra lo dicho al empleado, agregando el detalle encantador “por razones de economía procesal”. Que en buen romance significa “les ahorro el trabajo de llevarlo”. Por toda respuesta, el Secretario dio la orden al empleado.
-Facilitale el expediente en préstamo, asentando en la nota que es “ad efectum videndi”, y que debe ser devuelto a las 72 horas hábiles.
Nueva firma y me llevé el expediente. Salí a fotocopiarlo y llevé el original al Juzgado de la causa Basaldúa, tras dejarle las fotocopias a Amatista. 428 fojas.
Nos sentamos en la misma cafetería de la otra vez con el mazo de fotocopias. Amatista me lo pasó sin hojearlo siquiera.
-Tomá, vos sos más rápido para leer expedientes judiciales.
-Ya somos un equipo. No olvides por favor dar la orden para que depositen mis honorarios.
-Ah cierto, el señor no funciona sin sus honorarios…
-Doctor para usted.
-Claro, doctor. Hoy la AFI está de asueto administrativo, así que sus honorarios no serán depositados.
-Me guardaré una parte de la información hasta mañana, entonces.
-Cuánta desesperación por cobrar…
-Usted el primero de mes se desespera por cobrar su sueldo, ¿cierto?
-No me desespero, simplemente cobro.
-Yo tampoco me desespero, simplemente cobro.
Sos jodida, Amatista.
Me puse a hojear el expediente mientras llegaba el desayuno. Comí con cierta desesperación –debo admitir-, pues mi cuerpo necesitaba reponer energías. Al mismo tiempo no paraba de leer. Amatista daba órdenes por mensaje de Watsapp a no sé quién. Menos mal que era feriado administrativo. Cuando hube llegado a la foja 250, me detuve. Hasta aquí llegaría la información hoy.
-Contame –pidió ella al ver que yo dejaba de leer.
-Pablo Benedetto. 28 años –empecé-. Desaparecido el 3 de agosto de 2013. Había llegado a Capilla del Monte unos días antes, junto con su pareja Valeria y la hija de ambos. Recorrieron los principales lugares turísticos, conociendo el cerro Uritorco. Era la primera vez que Pablo paseaba por este sector de las sierras, entonces habló con algunas personas, pidiendo conocer algún río serrano y dónde poder acampar. Alguien le recomendó que se acerque a San Marcos Sierras, donde se encuentran lugares muy pintorescos y predios donde poder armar su carpa.
En San Marcos encontraron el lugar ideal, en un camping ubicado a orillas del río Quilpo. Pablo se metió al agua y pasó un tiempo allí, cuando volvió junto a Valeria ella se mostró molesta y le reclamó “porque no había armado la carpa”. Fruto de esta discusión, Valeria le pidió a una persona que la acercara al pueblo, llevándose a la niña y quedando Pablo solo en el camping.
-Otra vez la soledad es la condición inicial del misterio –apuntó Amatista.
-De acuerdo a la reconstrucción judicial –continué-, alrededor de las siete de la tarde, Pablo salió del camping en su utilitario Renault Kangoo blanco, para ir hasta el pueblo y tratar de ubicar a Valeria y la niña. Acá empiezan las cosas raras: el empleado del camping que abrió la tranquera aseguró que “la camioneta era conducida por un hippie con rastas”.
-¡Epa! ¿Y ése de dónde salió?
-Ni idea. Pero el dato fue confirmado por el personal que estaba de turno en el cuartel de bomberos voluntarios de San Marcos Sierras. Pablo preguntó por Valeria en distintos alojamientos, con resultado negativo. Nadie la había visto. Cuando llegó al cuartel de bomberos alrededor de las 22:45 preguntando si sabían algo de ella, el efectivo de turno anotó la patente del vehículo y le dijo que no podía iniciar una búsqueda sin denuncia policial.
El bombero notó la presencia de otro hombre en la camioneta, sentado al volante y que lo apuraba tocando bocina. La descripción coincide con la realizada por el personal del camping. Una vez más apareció el “Hippie de rastas”.
-Es muy raro que Pablo le cediera la conducción de su camioneta a un hippie mientras buscaba desesperado a su familia…
-Y más raro aún –completé- que el hippie lo apurase tocando bocina.
-No tiene sentido. Parece la escena de un sueño.
-Ahora recuerdo que Cecilia Basaldúa en sus últimos días decía que alguien la estaba persiguiendo para matarla.
-Otro sinsentido. ¿Quién iba a perseguir a una mochilera, por cuál razón? –se preguntó Amatista.
-Por la misma que un tipo de rastas toma la conducción de una camioneta ajena y apura al dueño con bocinazos.
-¿Un secuestrador?
-No. No hubo pedido de rescate en ningún caso. No hay una lógica.
-Son perseguidores “en abstracto”.
-Hombres de Negro.
Lo dije casi sin querer.
-No creerás en eso…
-Ya no sé qué creer. No me hagas caso.
-¿Leíste algo más?
-Sí –reviso el expediente un rato y completo mi exposición-. El domingo, la familia de Pablo en Rosario recibe un llamado telefónico desde la comisaría de Capilla del Monte, informándole que “habían encontrado la Kangoo con las llaves puestas” en un camino que va desde esta localidad hasta San Marcos Sierras. Los familiares no pudieron comunicarse con el teléfono de Pablo, pero sí lo hicieron con Valeria. La mujer se trasladó hasta el camping de San Marcos y allí no encontró ninguna de las pertenencias de Pablo. Tampoco estaba la carpa.
A partir de ese momento la incertidumbre comenzó a afligir a la familia. Viajaron a Córdoba, donde permanecieron casi seis meses interiorizándose de los avances de la causa e incluso generando ellos mismos su propia búsqueda. Para ello contrataron baqueanos y hasta un investigador privado, pero los resultados fueron infructuosos. Esta investigación paralela los llevó hasta Bolivia siguiendo pistas, pero solo sirvió para entorpecer, porque se sumaron hipótesis que fueron desviando el foco de atención.
-Suele pasar en los casos policiales. Cuando la familia insiste en buscar respuestas, aparecen todo tipo de pistas falsas.
-Volvamos a Capilla. Me falta leer casi medio expediente.
-Dale, yo quiero tomar sol en el jardín. El día está hermoso.
Media tarde. Leo tumbado en la reposera, mientras Amatista toma sol a mi lado, enfundada en su malla verde flúor.
-Terminé –declaro, y cruzo mis manos sobre el expediente.
-Contame –pide ella con los ojos cerrados, de cara al sol.
Yo prefiero la sombra, o si estoy al sol, como ahora, me pongo de espaldas y con sombrero.
-Siete años después que Pablo desapareció, el 17 de julio de 2020, un productor rural de la zona salió a buscar animales extraviados. Encontró restos óseos en un punto situado diez kilómetros al norte de donde desapareció la Kangoo. El posterior análisis de ADN de los restos determinó que pertenecían a Pablo Benedetto con una certeza del 99,99%.
-Podemos ir mañana a inspeccionar el lugar.
-Sí, acá están las coordenadas exactas donde aparecieron los huesos.
-¿Algo más?
-Muy poco… La Kangoo fue trasladada a Charbonier. En principio las conjeturas apuntaban a la posibilidad de un siniestro vial. La camioneta permaneció allí un tiempo prolongado, a la intemperie sin preservarla de las condiciones climáticas. Se le practicó una pericia con la “Prueba del Luminol” buscando sangre en el interior, pero el resultado fue negativo. Después de tanto tiempo no había huellas dactilares. Y eso es todo.
-Me gustaría hablar con el personal del camping, a ver si saben algo de ese “hippie de rastas”.
-Buena idea.
Empezaba a caer el sol. Amatista se incorporó en su tumbona abrazándose las piernas, y yo me la quedé mirando. Recreé la vista en su piel bronceada, de una tersura extraordinaria. Podía leer parcialmente la inscripción tatuada alrededor del muslo izquierdo con finas letras cursivas, muy cerca ya de la nalga.
“otameuqadaloivacihcal…”
Casi hipnotizado, leí en sentido inverso –de derecha a izquierda- “lachicavioladaquemató…”. Me levanté para seguir leyendo la inscripción completa, mientras ella permanecía inmóvil. Me senté frente a ella y pronuncié en voz alta.
-“La chica violada que mató a su violador”.
-El señor sabe leer al revés.
-Menos mal que no eras vengativa…
-Qué sabés vos.
Medité algunos segundos mi respuesta.
-Yo no juzgo a nadie.
-Qué sabés…
Y se puso a llorar. Esto tampoco me lo esperaba. Acaricié su pelo con dulzura y sin decir palabra alguna. Se repuso enseguida, odiándose por haberse mostrado débil conmigo.
-Estoy enamorado de vos –le dije.
-Lo sé.
Nuevo silencio.
-Perdón por decirlo…
-Me gustan los hombres enamorados.
-Por eso los coleccionás.
-Ja ja
Habíamos vuelto a terreno seguro.
Es demasiada
mina para mí.
13
Viernes. Salimos hacia San Marcos Sierras. Recordé mi excursión días atrás con Aníbal y Héctor: hubiese preferido visitar de nuevo el Pozo de luz, en lugar de buscar el punto donde aparecieron los huesos de Pablo Benedetto. Pero debíamos ser metódicos para intentar descubrir quién, o qué se llevó la vida de tres personas jóvenes, amantes de la naturaleza. Cruzamos dos alambrados y al fin el GPS se puso a titilar: el lugar era anónimo, sin accidentes geográficos dignos de mención.
-¿Qué buscaba Benedetto por estos andurriales? Acá no hay nada.
-No, es un lugar donde se depositó su cadáver, él no vino acá voluntariamente.
-A menos que estuviese completamente trastornado…
Volvimos al auto y puse rumbo al camping de San Marcos Sierras. Llegamos pasado el mediodía. Se me ocurrió pedir algo de comer en la cantina del quincho, para poder conversar sin apuro con el personal. Encargamos dos choripanes y nos sentamos en las banquetas frente al mostrador. Nos atendía un hombre desprolijo, de aspecto pachorriento.
-Una pregunta, maestro. ¿Usted trabaja hace años acá?
-Más o menos unos diez años. ¿Por?
-Tal vez se acuerda de Pablo Benedetto, el muchacho que desapareció.
-Sí, se habló mucho de eso acá.
-¿Usted lo conoció?
-No, creo que estuvo poco tiempo en el camping. El que se lo acuerda es Vicente, el custodio. A él lo llamaron del Juzgado a declarar.
-No lo vi al entrar con el auto.
-No, pero debe estar, eh? A ver, espere que pregunto –abandonó el mostrador y puso la mano haciendo bocina-. ¡Lucía!
De adentro de la casa contestó una voz.
-¿Qué hay?
-¿Anda Vicente por ahí?
-Sí, está acá.
-Decile que lo buscan.
Terminamos el choripán y la coca cola sin novedad. Ya pensaba acercarme a la casa cuando apareció Vicente, chueco y canoso, arrastrando el paso. Nos pusimos de pie para recibirlo.
-Cómo le va, señor Vicente –se me adelantó Amatista- soy Daniela Villanueva, periodista de la Voz del Interior, y éste es Gregorio, mi asistente.
-Mucho gusto.
-Estamos haciendo una nota sobre el caso Pablo Benedetto, el muchacho que desapareció en 2013 después de pasar unos días en este camping.
Hizo una pausa para obligar a hablar al custodio.
-Pobre pibe…
-¿Usted lo recuerda?
-Sí, claro, vino acá con la familia pero después se quedó solo. Parecía buena gente.
-La noche que Pablo abandonó el camping usted le abrió la tranquera ¿no es cierto?
-Yo hacía la guardia nocturna, sí.
-¿Pablo estaba solo, o iba con alguien?
-Como le expliqué al Juzgado, la camioneta la manejaba otra persona. Un tipo con rastas con aspecto de hippie.
-¿Ese hombre estaba parando también en el camping?
-Yo nunca lo había visto.
-¿No sabe si estaba registrado como huésped?
-No, después lo comentamos con la dueña, y no lo tenía registrado al tipo ese.
-No puede haber salido de la nada –se escandalizó Amatista.
-Yo qué sé de dónde salió. Acá en el camping no lo conocía nadie.
Nos miramos consternados. Todas las pistas nos llevaban a un callejón sin salida.
-¿Quedaron pertenencias de Pablo acá? –se me ocurrió preguntar.
-Todo se lo llevó la Policía.
Ya dábamos por concluido el interrogatorio, cuando nos dimos cuenta de que el hombre seguía hablando.
-…Salvo una nota que apareció después, la encontró la chica de la limpieza en el cajón de una mesa de luz.
-¿Una nota de Pablo?
-Sí.
-¿Qué decía?
-No me acuerdo… tenía un dibujo.
Amatista y yo nos miramos.
-¿Dónde fue a parar esa nota?
-No sé… creo que habrá quedado por acá.
-La dueña del camping por ahí sabe. –sugerí.
-A ver… espere que le pregunto.
Abrió el Watsapp y se comunicó con la dueña adentro de la casa.
-Che, Lucía ¿Vos te acordás de una nota que dejó Benedetto, con un dibujo?... Sí, esa… ¿tenés idea dónde quedó?... Bueno, bueno. –cortó y se dirigió a nosotros- Ahí se va a fijar.
Un hormigueo de excitación me recorrió al pensar que pudiésemos obtener evidencia nueva sobre una de las causas. Casi creía que el expediente judicial era omnisciente, hasta que salió la dueña agitando un papel algo arrugado y nos lo puso en las manos. Lo abrimos juntos y vimos un dibujo casi infantil de un plato volador con una foto carnet de Pablo Benedetto adentro del habitáculo, grapada con un clip. En la parte superior estaba escrito en letras de imprenta: “No quiero volver a la ciudad”.
Amatista y yo quedamos mirándonos, sin palabras.
14
Apenas clarea, pero yo ya estoy despierto. Por la ventana veo dos golondrinas posadas en la rama. Amatista se asoma a mi dormitorio.
-¿Listo?
-¡Al pie del cañón!
Nada produce tanta alegría como planear una escalada. El objetivo es simple, pero definido: llegar a la cumbre. Se pone en juego la resistencia del cuerpo y la voluntad. Y al coronar, uno siente que hizo algo. Saco la mochila al living - apenas pesa dos kilos- y me preparo un café. Alguna vez leí que para ser feliz hay que viajar liviano. Mi compañera lleva más peso que yo; cada cual conoce su medida. Las mujeres suelen sentirse inseguras si no llevan todo lo necesario y unas cuantas cosas más.
Y ya partimos. Veinte minutos en auto hasta la base del ese mito de piedra llamado Uritorco. Un último trámite terrenal: pagar la entrada. Y entramos por fin a territorio sagrado. La mañana es prístina, a medida que subimos la vegetación va dando paso a largas rocas de granito puro, cortadas a escuadra contra el cielo azul. Un zumbido metálico me sorprende: es un insecto o un pájaro alcanzando la perfección. Estamos solos en la montaña.
-Pensar que este lugar puede ser fatal –comenta Amatista.
-Bien dicho. El lugar en sí es peligroso.
-¿Qué querés decir?
Yo avanzo un rato aún antes de hablar.
-Las muertes que investigamos… pudieron ser causadas por el lugar mismo, no por un asesino.
-No entiendo.
-Acordate de ese silencio que sentimos los dos.
-Lo tengo muy presente. Pero no veo la relación.
-Antes de las muertes hubo desapariciones. Las víctimas pueden haber caído en un portal dimensional, como el que casi atravesamos nosotros.
-¿Y dónde estuvieron todos esos días antes de reaparecer?
-En mi juventud leí mucha ciencia ficción. Autores como Asimov explican la teoría de la relatividad de una manera sencilla, sin recurrir a las matemáticas. El espacio y el tiempo son propiedades de la materia. Si la materia se desintegra al pasar un umbral dimensional, el tiempo ya no transcurre. Sólo hay un instante eterno entre la desintegración de un cuerpo y su reintegración, cuando aparece de nuevo en nuestro universo espacio-temporal.
-¿Y cómo mantiene su identidad el cuerpo fuera del universo material?
-Buena pregunta. Supongo que viaja como información encriptada por el universo virtual, antes de materializarse de nuevo según esa información.
-Entiendo.
Seguimos caminado un buen rato sin hablar. Amatista intentaba asimilar mi explicación y se tomaba su tiempo para hacer nuevas preguntas.
-¿Porqué reaparece muerta la gente que atraviesa los umbrales?
-No estoy seguro… según leí, también hay gente que reaparece viva días después de haber desaparecido.
-Puede haber peligros del otro lado…
-Imaginate que entrás a un medio distinto: por ejemplo, una inmersión en el mar. Automáticamente, tu cuerpo pesa menos, la presión es distinta y tus movimientos cambian, ya no podés desplazarte de la misma manera. El sonido se transmite diferente, no podés comunicarte hablando. Tampoco podés respirar igual.
-Claro, todo cambia. Nuestro cuerpo, nuestras percepciones…
-Así debe ser pasar a otra dimensión. Apenas podemos imaginar esa experiencia.
-Entonces la gente reaparece muerta porque no pudo sobrevivir en esa dimensión extraña.
-O porque la mató un depredador que habita esa dimensión.
Amatista siguió unos pasos y se detuvo, al captar la enormidad que yo había dicho.
-¿Depredadores en esa dimensión inmaterial?
-¿Acaso no los hay en el mar? Tiburones, anguilas, arañas venenosas… lo que se te ocurra. A veces el cuerpo de un ahogado es echado a la playa mordido y desmembrado por los peces.
-Pero… ¿cómo llamaríamos a esos depredadores sin cuerpo?
-Demonios… alienígenas… sombras…
-Claro…
-Habrá ángeles también, supongo. Potencias desconocidas para nosotros.
-¿Entonces vos creés que estamos investigando abducciones extraterrenas?
-Estamos investigando casos de ahogados en otra dimensión. Y algunos pueden haber sido atacados por los depredadores que la habitan.
-Mamita…
Marchamos una hora sin hablar hasta dar en un mirador desde donde se veía toda Capilla del Monte, hasta el espejo de agua del lago El Cajón relumbrando a lo lejos.
-Cuando supe que dos mujeres habían desaparecido en circunstancias inexplicables con diferencia de dos meses, sospeché algo raro -Amatista habló mirando el paisaje-. Por eso decidí contratarte. Ahora que conozco a fondo sus casos y el de Pablo Benedetto, el factor extraño resulta cada vez más difícil de ignorar.
-Yo no estoy seguro de lo que pasó acá –la previne-. Puede que después de todo, haya un asesino. Aunque no lleva trazas de aparecer.
-Intuyo un peligro acechando, algo siniestro. Pero no puedo prohibir el acceso al cerro a miles de personas por tres muertes.
-Supongo que no –concedí-. Sólo por accidentes de tránsito muere mucha más gente cada día. Y no por eso se prohíben los autos.
Hizo un gesto de impotencia y abandonó su contemplación.
-Andando.
Seguimos ascendiendo por una pendiente cada vez más abrupta. Más abajo, lejos, algunos turistas se movían entre las piedras como hormigas de colores. Ya estábamos muy alto. El paisaje empezaba a hacerse vertiginoso. Los detalles desaparecían y la tierra despojada plisaba grandes lienzos de valles y montañas. Ya la cima está al alcance, una cruz la señala cargada de atados y cintas temblando al viento. Es el lugar donde el cerro macho Uritorco toca el cielo. Y allí estamos ahora, abrazados, tomándonos la primera selfie juntos. Los últimos diez días me han sabido a gloria… no sé qué hay más adelante para mí, pero esto valió la pena.
Giro la vista 360 grados. Hacia el norte, semioculta entre montañas, distingo la Quebrada de la Luna. No alcanzo a ver la huella del Pajarillo; tal vez está oculta, o mi escaso conocimiento de la zona me impide ubicarla. Sí observo el río Calabalumba como una serpiente reptando por la geología caprichosa del Valle de Punilla. Tierra de leyenda, nosotros somos la conciencia viva que la va tejiendo con sueños y tragedias.
Algo más abajo de la cima señalada con la cruz, hay una plataforma natural donde nos sentamos a descansar. Sacamos de la mochila nuestras viandas y comemos sándwiches de milanesa; el esfuerzo nos dio hambre. Bebo el resto de mi botella de agua –la mayor parte la había consumido durante el ascenso- y me considero suficientemente repuesto para emprender el regreso. Son las dos de la tarde.
Iniciamos el descenso mientras las nubes van cubriendo el sol. Algunos escaladores se cruzan con nosotros y nos saludan jadeando: apenas pueden hablar. Bien dicen que la bajada es más peligrosa que la subida; mis piernas tiemblan, y amenazan por momentos con no sostenerme. A mitad de camino hacemos un alto para recuperar el tono muscular. Yo me siento en una cornisa simulando interés por el paisaje, pero solo quiero descansar.
-¿Estás bien?
Amatista se ha sentado junto a mí y me pasa un brazo por los hombros.
-No te preocupes por mí.
-Hay algo que no entiendo… esos predadores sin cuerpo de que hablaste hace un rato ¿cómo aparecen acá?
-Es un ida y vuelta. Si sales del espacio-tiempo te desintegras; si entras, te corporizas.
-O sea que ellos acá tienen cuerpo.
-Claro que sí. Pero suele ser fugaz. Nadie puede permanecer demasiado fuera del medio que le es propio.
-Como un pez se muere fuera del agua. Y nosotros nos ahogamos en ella.
-Exacto.
-Entonces los alienígenas invaden nuestro mundo a veces, pero no pueden permanecer mucho tiempo en él.
-¿Ahora entendés por qué son tan escurridizos?
-Sí.
Amatista guarda silencio unos instantes. De pronto dispara una pregunta a quemarropa.
-¿Y pueden llevarse a alguien con ellos… a la otra dimensión?
-Me temo que la respuesta es… sí, pueden. Y lo han hecho a veces.
-Qué horror…
Se levanta decidida y reanudamos la bajada callados.
Ya pasamos el refugio y emprendemos el último tramo del descenso. Los excursionistas que venían detrás nuestro nos han pasado, y ahora bajamos detrás de ellos. Amatista se sale del sendero para sacar una foto y luego se queda mirando el paisaje.
-Vos seguí bajando –me dice- quiero disfrutar un rato sola.
Yo no pongo objeción
alguna y reemprendo
la marcha. Le debe haber pegado la onda meditación, como en Los Terrones.
El tiempo ha cambiado, nubes plomizas se acumulan amenazantes hacia el sur; de pronto siento frío. Los últimos centenares de metros los hago con la campera que llevaba en la mochila puesta encima. Por fin llego a la base del cerro y me despatarro en un banco de madera frente a la oficina del guardaparques. No doy más. Me siento orgulloso de haber coronado una subida de casi dos mil metros a mi edad. No veo la hora de volver a la cabaña y dormir el sueño de los justos. Amatista ha de estar por llegar.
15
Ningún mensaje suyo en el Watsapp. Hace más de una hora que la espero, pero no aparece. Viene bajando un turista, me acerco y le pregunto si la vio. Niega con la cabeza. Algo le ha pasado. Cuando por fin tomo conciencia del problema me acerco a la oficina del guardaparques a dar aviso.
-Buenas tardes. Quiero reportar una emergencia.
Un hombre con distintivo de Parques Nacionales en la camisa me atiende con expresión seria.
-¿En qué puedo ayudarlo?
-Mi compañera desapareció en el cerro –yo mismo me asusto al decirlo-. Veníamos bajando juntos hasta el refugio, un poco después nos separamos. Ella se quedó sacando fotos y dijo que después me alcanzaba. Pero hace más de una hora debió haber bajado.
Un joven con el mismo distintivo de guardaparques se nos acerca mientras yo describo con la mayor precisión posible el punto donde nos hemos separado. Buscan en el libro de registro nuestros nombres: ella firmó como “Amatista Cruz” y garabateó un número de documento que supongo falso.
-¿Usted puede venir con nosotros a buscarla?
-La verdad, estoy fundido… miren.
Les muestro la selfie que nos sacamos juntos en la cima y se las paso por Watsapp para que puedan reconocerla.
-Okey. No debería estar lejos.
Parten sin demora y yo me quedo en el banco frente a la oficina esperándolos.
-Despierte.
Abro los ojos y veo un oficial de policía uniformado. Debo haberme quedado dormido más de dos horas. Ya es de noche.
-Nos va a tener que acompañar a la Jefatura.
-¿Amatista no apareció? –mi despertar es aciago, ella no está.
-No. Suba a la patrulla.
Me acompaña hasta el móvil policial y abre la puerta para que suba al
asiento trasero. Al menos no me han
esposado. Por ahora. Partimos de inmediato, un
policía conduciendo y el otro –quien me despertó- al lado mío,
vigilándome. El viaje es largo,
comprendo que me llevan a Cruz del Eje. Mi mente de abogado se pone en funcionamiento. Mujer desaparecida: su novio es el primer sospechoso de haberla matado.
Entramos a la Jefatura y me hacen la ficha.
-¿Puedo saber el motivo de la detención?
-Usted es sospechoso de femicidio. El lunes le va a tomar declaración el juez.
Femicidio… cincuenta años de cárcel.
Me conducen por un pasillo hasta un patio cubierto. Lo atravesamos y nos detenemos ante una sólida puerta con rejas. El guardia la abre con su llave y entramos a un calabozo con dos camas de cemento, en una de las cuales hay acostado un viejo barbudo y sucio, con todo el aspecto de ser un indigente.
-Acá lo dejo con su compañero –dice el policía con sorna.
Cierra la puerta con llave y me deja a solas con el viejo. Un olor malsano a humedad y orines hiere mi nariz. Sobre mi camastro hay un colchón vencido y una frazada doblada. La despliego y cae una revista vieja abierta en una página de anuncios con el precio de una batidora: $29 y tres ceros más pequeños…
29, La Cárcel. El presagio del tarot gitano
era para mí.
Duermo algunas horas, pero la miseria de mi situación me hace despertar en medio de la noche. El indigente se espulga la ropa, metódica y serenamente. De aquí no saldré sin mi correspondiente ración de pulgas. Voy a orinar al baño del calabozo. Mejor no describirlo. Vuelvo a sentarme en mi camastro y quedamos mirándonos con el indigente.
-¿Por qué lo tienen acá?
El viejo se toma su tiempo para coordinar una respuesta.
-Por dormir en el cajero del banco.
-Ah…
-Me detienen para que no vuelva a hacerlo. Pero a mí me da lo mismo dormir acá que allá.
-Claro…
-¿Y usted? ¿Porqué lo engayolaron?
-Porque mi novia desapareció cuando bajábamos el Uritorco.
-¿En serio?
-Sí. Creen que yo la maté.
-¿Usted la odiaba?
-No, para nada… Nos separamos y desapareció en el aire, yo qué sé.
Permanecemos un rato en silencio.
-Fueron los grises…
-¿Perdón?
-Yo los vi dos veces, siempre de noche. Una vez cuando era chico, estaba escondido atrás de una reposera y salió gateando por el jardín oscuro. Tenía cabeza de huevo y miembros demasiado largos, se movía raro. La segunda vez fue en un camino de tierra cerca de Charbonier, se nos cruzó por delante de la camioneta. Después nos espió mientras pasábamos con unos ojos rojizos, que brillaban como los de un animal entre los arbustos.
-A la mierda…
Si me faltaba algo para deprimirme, era esto. Unos monstruos incomprensibles acechando desde la nada misma.
-Tal vez se confundió con algún animal…
Me miró como si fuese un retrasado mental.
-Yo sé lo que vi.
-No le cuente eso a la policía, porque lo van a encerrar por loco.
Se queda unos minutos callado, rumiando palabras para sí mismo. Yo me acerco a él para tratar de entenderle, entonces percibo una sonrisa a través de su barba desprolija que parece burlarse de mi curiosidad.
-Yo vi muchas cosas, pero no se las cuento a la policía. Como la habitación en una casa abandonada donde entré a dormir, con las paredes embadurnadas de sangre…
-¿Cuándo fue eso?
-En la pandemia. Andaba cirujeando sin nada para comer, porque la gente estaba toda metida en sus casas. Y ni las pizzerías abrían. Entonces encontré una casa con el portón abierto y me metí a ver qué encontraba. Estaba todo sucio, zapatos y ropa tirada por cualquier lado. Se ve que hace tiempo nadie vivía ahí. Cuando entro a la pieza veo sangre chorreada por todas partes, no vi ningún difunto. Pero las salpicaduras llegaban al techo, como si un cuerpo se hubiese golpeado muchas veces contra las paredes.
-¿Y no avisó a la policía?
-¿Para que me metan preso, como a usted? Ni loco.
Me quedo reflexionando. El abogado parece él y no yo. La policía siempre echa mano a quien tiene más cerca, sobre todo cuando el caso parece inexplicable. Aunque la fecha es cercana a las muertes que investigamos, no puede haber una relación directa, porque según los informes ninguna de las dos mujeres había perdido sangre; y menos aún, en la cantidad necesaria para embadurnar de rojo una habitación entera.
Este
tipo me pone nervioso con sus historias. Decido intentar dormir de
nuevo, y el cansancio de la
escalada me ayuda a conseguirlo.
16
Domingo al mediodía. Me felicito por haber conseguido
dormir tantas horas, cuando uno está
en prisión quiere acortar los días de cualquier manera. El indigente
ya no está, lo liberaron sin yo darme
cuenta. Me lavo apenas con agua
del lavatorio patético y me pregunto si me dejarán morir de hambre. Por suerte al rato se acuerdan de mí y me
traen un guiso indescifrable que me sabe a delicia.
Ya estoy como
el hombre de la Máscara de Hierro.
Habiéndome repuesto algo, reflexiono sobre mi situación jurídica. Mañana el juez me tomará declaración indagatoria. Si Amatista no aparece, estoy al horno. Pero aquí no me entero de nada, estoy incomunicado. Mi teléfono celular fue requisado, y a saber lo que hará con él la Policía.
Sin ideas. Las horas pasan, yo mido a pasos lentos mi prisión, me imagino años haciendo lo mismo. Cae la noche y con ella llega otro plato del mismo guiso indescifrable. Lindo nomás. Ya me leí todos los anuncios de la vieja revista. Compruebo que el 9 es el número más repetido en los precios, pero eso ya lo sabía desde siempre. Me acuesto en la cama de cemento. Está más fría que el corazón de mi ex. Intento dormir.
Caigo en la anhelada inconsciencia, pero apenas dura un par de horas. A medianoche abro los ojos, totalmente despierto. Empiezo a pensar de verdad, por primera vez desde que entré a este calabozo. ¿Y si Amatista no está desaparecida, ni muerta? ¿Si simplemente completó la bajada eludiendo encontrarse conmigo, se tomó un Uber contratado por teléfono que la llevó a la cabaña por sus cosas, y luego a la estación de autobuses? ¿Si ahora mismo está en su casa, tras haber abordado un transporte de larga distancia a Buenos Aires? Eso sería pensar muy mal de ella, claro. Pero tal actitud no estaría en contradicción con lo que sé de su persona. ¿Acaso no hizo echar de la AFI a su antiguo jefe, sólo porque en sus comienzos le decía piropos y la sometía a un acoso light? Por no hablar de la inscripción tatuada en su muslo, referente a una historia en la cual no quise ahondar. “La chica violada que mató a su violador” puede esconder un drama familiar sórdido, de un padre que la violaba cuando era pequeña… eso explicaría su fijación con los hombres mayores. Tal vez, me dije, tal vez ella mató a su propio padre… y se tatuó una confesión secreta sobre el muslo, para recordar su hazaña o su crimen, según como se mire. Se trata sin duda de una mujer vengativa, pero ¿yo qué le hice? Tal vez esa pregunta peca de ingenuidad. Quizá en su inconsciente me asimila con su padre violador, y busca hacerme pagar por los placeres que me dio.
Al esfumarse de Capilla del Monte sin dejar rastro, sabe que me mete en un problema. No conozco su verdadera identidad ni su domicilio. ¿Cómo voy a probar que sigue viva? Puede bloquear mi Watsapp y listo. Piensa, Roger, piensa como un abogado. La noche avanza, y antes del amanecer debo tener preparada una estrategia para enfrentar al juez. No quiero escudarme en el derecho a no declarar. Eso sólo me hará pasar meses en prisión hasta la próxima oportunidad de explicar mi caso. Debo plantear mi estrategia ahora, para lograr la libertad con la primera resolución del juez tras la declaración indagatoria.
¿Y si uso su ausencia de identidad en mi favor? Si no se puede probar que sigue viva por desconocerse su identidad, tampoco puede probarse que está desaparecida o muerta. ¡Eso es! No pueden retenerme en prisión cuando ni la desaparición ni la muerte de alguien están probadas. Pediré al juez mi libertad, hasta tanto se esclarezca la identidad de la mujer que me acompañaba, y su actual paradero.
Con este pensamiento logro dormirme. Mis sueños son turbulentos, un monstruo sin rasgos me persigue, es una mancha de sombra. Siento que me pican pulgas, me quito la frazada y la arrojo lejos. Luego vuelvo a dormir. La sombra me persigue de nuevo, sin alcanzarme. Y así hasta el amanecer.
Lunes. Siento unas llaves en la puerta de mi celda. Entran dos guardias y me esposan. Lejos de molestarme, siento que se abre una oportunidad para mí. Me sacan de la Jefatura y subo al móvil policial. Poco después arribamos a los Tribunales de Cruz del Eje, el edificio que tan bien conozco. Un empleado de la causa Benedetto me mira extrañado al verme entrar esposado, mi aspecto choca con la imagen del letrado respetable que había en su mente. Espero media hora en un banco, incómodo. Por fin me recibe el Juez. Evacuadas las generales de la ley, el magistrado va al grano.
-¿Conoce el nombre y apellido de la mujer desaparecida?
-No. Solo la conozco por su seudónimo de Tinder.
El juez encuentra mi celular, que la Policía ha dejado sobre su escritorio.
-Abra la aplicación. Quiero ver el diálogo que mantuvieron.
Prendo mi celular, y es como reencontrarme con un viejo amigo. Pero no tengo tiempo de recrearme en eso. Abro Tinder y busco el chat con Amatista. No hay ningún otro, todos los demás los borré cuando esa mujer me sorbió el seso.
-Acá está –digo, y se lo paso al juez.
El magistrado mira las fotos hot del perfil y lee arqueando una ceja nuestro chat estudiadamente equívoco.
-Ahora entre al Watsapp –dice al cabo de un rato y me entrega el celular.
Se lo devuelvo con nuestro chat abierto. Cuando ve a Amatista filmándose las piernas carraspea, pero no dice nada. Sigue leyendo, escucha los audios, y ahora sabe cómo empezó nuestra relación. Pero no sabe que ella trabaja en la AFI, ni que me contrató para investigar las desapariciones del Uritorco que tramitan en los Juzgados vecinos, porque eso lo tratamos personalmente.
-Muy bien. ¿Cuántos días pasaron juntos en Capilla del Monte?
-Diez días. Pensábamos volver a Buenos Aires el domingo, luego de escalar el Uritorco. Esa era nuestra última excursión.
-Usted denunció su desaparición ya cerca de la base del cerro. ¿Por qué se separaron? ¿Hubo alguna discusión entre ustedes?
-Nos llevábamos muy bien. Sólo tuvimos una desavenencia –no lo llamaría una discusión- sobre quién pagaba el alquiler de la cabaña. Habíamos quedado que sería a medias, pero mientras bajábamos ella me dijo que sería muy caballero de mi parte pagar yo solo el alquiler.
-¿Y usted qué le contestó?
-Que yo era un caballero y estaba enamorado de ella, pero no tenía plata para pagar diez días de alquiler yo solo. “Es que yo tampoco tengo”, me respondió, y estuvimos caminando juntos un rato largo sin hablarnos. Ella esperaba que yo ofreciera pagar todo el alquiler, pero no lo hice porque no tenía tanta plata. La situación se puso incómoda, porque ninguno de los dos hablaba. Al final ella se salió del camino para sacar una foto, y me dijo que yo siguiera bajando, porque ella quería estar sola un rato viendo el paisaje. Ya faltaba poco para llegar a la base, así que estuve de acuerdo. Pensé que nos encontraríamos en la oficina del guardaparques donde cobran la entrada, pero nunca llegó ahí.
-¿Y qué supone usted que le pasó?
-Al principio no podía entenderlo. Pero ahora sospecho que ella bajó por otro lado para no encontrarse conmigo.
-¿Y eso por qué?
-Para obligarme a pagar el alquiler de la cabaña a mí solo. Ella puede estar ahora en Buenos Aires y yo no tengo manera de ubicarla.
-¿Nunca le dio una dirección?
-Ni nombre verdadero, ni dirección.
-Pero a ver ¿Usted acepta pasar diez días con una mujer que no le da su nombre?
-Disculpe que se lo diga así, señor Juez. Pero… ¿usted vio las fotos de ella?
-Las acabo de ver.
-¿Y cree que un hombre de mi edad tiene muchas posibilidades de ligar con semejante belleza? Yo acepté sus condiciones de buena fe. No pensé que era una aprovechada que sólo pretendía que le pague diez días de vacaciones en Capilla del Monte.
-Así que usted piensa que ella desapareció voluntariamente para hacerle pagar la cuenta de la cabaña.
-Sí.
-Pero no puede probar que esté sana y salva en Buenos Aires.
-Tampoco hay pruebas de que haya muerto en Córdoba.
-He dispuesto un pedido de paradero…
-Su Señoría, esta mujer se ocultó desde un principio tras un seudónimo para obtener ventajas. Pida por favor el libro de registro de escaladores al cerro Uritorco de anteayer sábado. Verá que ella firmó con el seudónimo “Amatista Cruz” y consignó un número de DNI que presumo falso. No sólo me ocultó a mí su identidad, también lo hizo con las autoridades de Parques Nacionales. Es un modus operandi perfectamente estudiado para mantener el anonimato, y así poder pasar diez días en una cabaña turística sin pagar el alquiler.
-Perfecto, señor Lefevre. Voy a confirmar lo que usted me dice en el registro de visitas al cerro. Y luego decidiré si corresponde dictar la prisión preventiva. Firme su declaración y retírese.
Me levanto y abandono la sala, a medias satisfecho. Mi declaración fue buena, pero la mención final del juez a una eventual “prisión preventiva” me deja mal sabor de boca.
Te ofrecí una explicación impecable
y seguís queriendo
meterme preso. Miserable…
Vuelvo a mi celda en la Jefatura de Cruz del Eje. Diez días más acá y me suicido. La soledad absoluta y la hediondez del lugar me resultan insoportables. Sólo me sostiene la esperanza de recuperar la libertad. Calculo que mañana mismo el Juzgado dispondrá del libro de registro de escaladores al Uritorco, y entre jueves y viernes –como temprano- el Juez dictará el auto de prisión preventiva o libertad condicional. Para no volverme loco entre estas cuatro paredes me siento en posición de loto e intento poner la mente en blanco. Ommmm…
Jueves por la mañana. El guardia me trae un café, tras cinco noches de estricto régimen a guiso y agua. Pido ver al comisario para que me permita acceso al expediente. “Soy abogado en causa propia”, le explico. Al rato vuelve y me pone las esposas, escoltándome hasta la oficina del comisario.
-Buen día, comisario. Soy mi propio abogado defensor, por lo que solicito ver el expediente online de la causa por la cual estoy detenido.
-Agente, facilítele la notebook liberada al público.
El guardia me quita las esposas y entro a la página de gestión judicial. Tecleo la causa “Alias Amatista Cruz, s/desaparición” y encuentro la resolución del Juez fresquita, firmada esa misma mañana.
“Habiéndose denunciado la desaparición en el cerrro Uritorco de una mujer no identificada cuya foto obra en la causa, intervino la Jefatura de Policía de Cruz del Eje…”
“se tomó declaración indagatoria al sospechoso, Rogelio Lefevre, presunto novio de la mujer desaparecida…”
“En el registro de escaladores al cerro Uritorco la desaparecida firma como “Amatista Cruz”. Su número de DNI denunciado no coincide con dicho nombre y apellido, que se presume falso. Por el contrario, corresponde a Fermín Flores Navas, domiciliado en Goya, Corrientes…”
“En vista de lo declarado por el imputado, y no pudiéndose establecer la identidad de la mujer desaparecida cuyo seudónimo es Amatista Cruz, ordeno mantener abierto el sumario hasta determinar la verdadera identidad de la misma y su estado actual. Atento las sospechas que pesan sobre su persona, y la falta de transparencia en su declaración, se ordena el procesamiento y prisión preventiva del imputado Rogelio Lefevre, fijándose una fianza de $15.000.000 para que pueda quedar en libertad condicional -con restricción para salir del país- hasta la resolución del sumario”.
¡Salgo libre!...
Hijo de puta, tu auto de procesamiento es un mamarracho incoherente.
Muestro al comisario la resolución y le pido acceso a mi celular para poder pagar la fianza. Lo saca de la caja fuerte y me lo entrega. Abro Watsapp: ningún mensaje de Amatista. Me siento descorazonado, pero no es momento para lamentarse. Entro a mi cuenta bancaria y compruebo que la AFI me había depositado en su momento los cinco millones por la causa Benedetto, con lo cual mi cuenta registra un saldo de $15.123.000. Minimizo la pantalla y abro la página del Juzgado, donde tras un rato de ardua exploración encuentro la cuenta donde depositar la fianza. Copio el CBU y abro de nuevo mi cuenta bancaria. Pulso “Nueva Transferencia” y pego el CBU del destinatario: “Juzgado en lo Criminal de Cruz del Eje…”. Completo el importe: quince millones de pesos. Hago clic y transfiero. Adiós ganancia bien habida.
A esperar ahora que el Juez tenga por pagada la fianza. Mi antipatía por ese tipo va en aumento, no tomó siquiera en cuenta mi versión de los hechos. Marcha derecho a la condena por femicidio, como un buey atado al carro del prejuicio social. Si Amatista reaparece muerta, nadie me salva de pasar el resto de mi vida en prisión. Una última noche en esta pocilga infame, a menos que la Justicia actúe con su acostumbrada velocidad de caracol… en ese caso recién darán por pagada la fianza la semana que viene.
Viernes por la mañana. Los dioses se acordaron de mí. “Tiénese por pagada la fianza. En consecuencia, se ordena la libertad condicional del imputado Rogelio Lefevre.” Leo esto en la oficina del comisario, tras llegar esposado allí. Lo comprueba en su propia computadora y por todo protocolo me hace entrega de mi teléfono celular.
-Puede irse.
Firmo el acta y abandono la oficina sin saludar. Un minuto después estoy fuera de la Jefatura, deslumbrado por el sol. No hace falta ser poeta para sentir que somos hijos del astro, que sin el ojo del cielo marchamos ciegos. Recojo mi auto en el playón de estacionamiento y manejo hasta la cabaña. Gloria y Carlos me reciben con cara de circunstancias.
-Supimos la desaparición de la señora Amatista por los diarios. Les guardamos las cosas en el depósito, no sabíamos cuándo volvían.
Pago los diez días de estadía con tarjeta de crédito y saludo a los dueños, quienes me han dejado una excelente impresión. Cargo el bolso de Amatista en el baúl junto con el mío, y parto. Adiós Capilla del Monte…
17
Ya es de noche. Estoy de regreso en Buenos Aires, tras un viaje de 850 kilómetros. Escribo por Watsapp a mis hijos, que estaban preocupados por mí. Quieren venir a verme. Cenaremos juntos y les contaré mi aventura. Se alegran de saber que su papá está bien, tras una semana sin dar señales de vida. Ahora marco el número de Amatista. El teléfono suena, suena, y nada. Llamada finalizada. ¿Cómo puede ser? ¿Seguirá el destino de aquellas mujeres por quienes tanto se preocupaba?
Le envío dos mensajes de Watsapp sin mayor esperanza. “Hola, soy Roger. Estuve detenido en la cárcel de Cruz del Eje una semana. Me acusan de tu desaparición.” “Te estuve esperando en la base del cerro. ¿Por qué no bajaste? ¿Qué te pasó?” Dejo el teléfono, frustrado. Por suerte llegan mis hijos y me distraen. Están contentos de verme, y yo a ellos. Pasamos una buena velada juntos, mi nieto nos alegra a todos con sus gracias. A medianoche los chicos se van y me desvisto para dormir. Antes pruebo una vez más llamar a Amatista. Al tercer ring atienden.
-¿Hola?
-¿Sos vos? –he reconocido su voz.
-Sí. ¿Roger?
Mi corazón da un vuelco de alegría. ¡Está viva!
-Amatista… no sabés las que pasé.
-Acabo de leer tus mensajes de Watsapp. ¿Estuviste en la cárcel?
-Y vos tan tranquila, ¿no?
-¿Qué querés decir?
-Me dejaste plantado en el cerro, y después estuviste una semana entera en Buenos Aires sin acordarte de mí.
-Yo volví hace dos días.
-¿Cómo?
-Volví anteayer.
-¿Estabas en Capilla del Monte, y no me mandaste ni un mensaje de Watsapp?
-No sé dónde estuve.
-¿Cómo no sabés?
-Perdoname, estoy un poco confundida.
Recién ahora caigo en la cuenta de que su ausencia pudo no haber sido voluntaria.
-Tenemos que vernos. Tengo tu bolso y algunas cosas más que te habías dejado en la cabaña.
-Sí, veámonos mañana.
-¿En el bar de siempre?
-No… mejor en El Conjuro.
Me da la dirección. Es cerca de Arcos y Monroe.
-¿Te parece a las seis?
-Sí, está bien.
-Nos vemos entonces. Un beso.
-Beso para vos.
Colgué, intrigado pero feliz. Amatista no me había abandonado en el cerro por capricho o maldad. Algo había pasado… algo ajeno a su voluntad. ¿Sufre síndrome de amnesia global transitoria? Era pasada medianoche, pero aún así tardé en dormirme.
El Conjuro es un lugar atípico, situado junto a un apart hotel. Restó bar con mesas de pool y blancos para tirar dardos; al fondo hay un gran patio al aire libre con una fuente y reposeras, cerrado por un jardín vertical. Como no la vi en el restó, seguí hasta el patio trasero y tomé asiento junto a la fuente tenuemente iluminada. No tardó en aparecer, provocando miradas de soslayo con su chaqueta de cuero y el jean desgarrado en la nalga.
-¡Hola Roger!
Nos abrazamos con júbilo y la levanté en el aire, haciéndola girar 360 grados.
De final le di un beso profundo en la boca.
-Bueno bueno, parece que te alegra verme.
-Y tanto… Te creía muerta.
-Pues no. Acá me ves, vivita y coleando.
Tomamos asiento en las reposeras y nos quedamos mirando. Tenía un tatuaje nuevo sobre la frente, una cruz celta que acentuaba su aspecto gótico.
-¿Cuándo te hiciste ese tatuaje?
-No me acuerdo.
-¿De verdad?
-De verdad.
-¿Habrá sido en Capilla del Monte?
-Quizá.
Ahora la miré preocupado. Un tatuaje hecho esta misma semana no puede olvidarse. A menos que uno esté mentalmente trastornado… y en efecto, su mirada por momentos parecía perdida.
-Contame todo lo que recordás por favor –le pedí- desde el momento en que nos separamos.
-Okey…
La moza nos interrumpió para tomar el pedido. Saludó a Amatista
con familiaridad, denotando
que ella era habitué aquí. Debe vivir enfrente, caso contrario no llegaba con ese agujero en la
nalga. Yo pedí un
panini de pollo bien tostado y una
coca cola zero; ella copió mi pedido al instante, según su costumbre. Esperé a que la moza nos dejase solos antes de continuar el diálogo.
-Bueno, contame.
Amatista me miró fijo un rato, como queriendo hipnotizarme. Por fin habló.
-Cuando vos te fuiste, me quedé sacando algunas fotos al paisaje. Venía una tormenta del sur, arreció un viento frío y las nubes se pusieron azules. Yo saqué el buzo de la mochila y me lo empecé a calzar. Por un momento mis ojos quedaron cubiertos y no vi nada; cuando mi cabeza terminó de pasar por el agujero ya no vi más la fila india de excursionistas que bajaban. Tampoco veía Capilla del Monte al fondo del valle. Estaba perdida en la montaña.
-Ajá… eso pasó en un abrir y cerrar de ojos.
-Sí. Cuando pasé la cabeza por el agujero del buzo me encontré en un mundo distinto. Estaba en el Uritorco, pero había palmeras y una vegetación lujuriosa, tropical. No sabía para dónde ir. Caminé horas. En cierto momento me encontré en un arenal desierto, no tenía agua para beber. Por suerte se largó a llover y yo encontré una hoja de palmera caída, la plegué y recogí el agua de lluvia. Así pude calmar mi sed y sobrevivir.
Yo la miraba fascinado. Estaba convencida de cuanto decía, aunque fuese imposible. ¿Palmeras en el Uritorco? No quería interrumpirla no obstante, debía contármelo todo.
-Cuando se hizo de noche me tendí en la arena para dormir bajo las estrellas. En medio de mi sueño me despertó una luz potente: abrí los ojos y vi una nave en forma de cigarro, era enorme. Podía medir trescientos metros, o más. Me asusté mucho pero siguió de largo hasta perderse de vista. Después volví a dormirme hasta el otro día.
-No pude ver las noticias esta semana, pero si otros testigos hubiesen visto semejante nave, estaría en boca de todos.
-No sé si otros podían ver lo mismo que yo. Anduve todo el día vagando, perdida, con la sensación de que nunca podría volver al mundo normal. Esa tarde, cuando se puso el sol, vi a lo lejos unas luces… me puse a llorar de emoción, porque era Capilla del Monte. Besé el suelo y seguí el sendero de regreso, sintiendo que recuperaba mi vida.
-¿Pasaste por la oficina del guardaparques?
-No recuerdo haberla visto.
-Debés haber tomado un desvío y saliste en otro punto.
-Puede ser.
-¿Entonces… llegaste a Capilla?
-Supongo… ya no me acuerdo bien.
-Contame lo que recuerdes.
-Lo que me acuerdo bien es estar en Lomas de Zamora, sola y sin bolso.
-¿En Lomas de Zamora?
-Sí.
-Pero ¿qué tiene que ver con Córdoba?
-Ni idea.
-¿No recordás haber tomado algún micro de larga distancia?
-No. Debo haber hecho dedo y me trajo un camión.
-Amatista… Vos sola en la ruta con un camionero…
-¿Qué tiene?
-Lo veo complicado. Seguí por favor.
-Tomé el tren sin pagar, porque ni la tarjeta SUBE tenía. Después en Constitución tuve que decirle al colectivero que la perdí. Al final llegué a casa como a las once de la noche… tuve que llamar a una vecina que tiene llave para que me abra, porque yo no llevaba la mía en la mochila.
-Claro, si te dejaste todo en la cabaña.
-¿Vos trajiste mi bolso acá?
-Sí, lo tengo en el auto.
-Buenísimo, te lo agradezco.
-Decime… -retomé, para redondear su historia- ¿La mochila es la misma que llevabas cuando escalamos el cerro?
-Exacto. Sólo tenía eso.
-Según tu relato, pasaste una sola noche en el cerro.
-Eso es lo más loco. Cuando hablo con Mariel, mi vecina, me dice que estamos a día miércoles. O sea que habían pasado cinco días desde el sábado a la tarde, cuando me perdí.
-Por eso no te comunicabas conmigo… estabas con amnesia.
-Sí.
Por fin llegaron los panini y nos lanzamos sobre ellos. Lo bueno se hace esperar. Comimos y bebimos con apetito, entonces recordé mi proceso judicial. Llamé a la moza y le pedí un diario impreso del día. Me trajo La Nación. Corrí la silla y me puse al lado de Amatista. Empecé a filmarnos a los dos en modo selfie.
-Hoy es sábado 16 de diciembre –dije, mostrando el diario de modo que pudiese verse la fecha y los titulares del día-. Su Señoría, aquí estoy con la mujer que denuncié como desaparecida la semana pasada. Amatista, por favor saludá al señor Juez.
-Hola –dijo con una sonrisa.
-¿Vos estuviste conmigo en Capilla del Monte del 30 de noviembre al 9 de diciembre, no es cierto?
-Sí.
-El sábado pasado subimos juntos el Uritorco, y durante la bajada nos separamos cuando vos te paraste a sacar fotos. ¿Qué pasó después?
-No sé bien, perdí la memoria.
-¿Pudiste haber sufrido un ataque de amnesia?
-Tal vez. Mis recuerdos son confusos.
-Ni siquiera recordás bien cómo volviste a Buenos Aires.
-Exacto.
-¿Recordás a Carlos y Gloria, la gente que nos hospedó en Capilla del Monte?
-Sí, los recuerdo perfecto. Son personas muy amables.
-Ellos podrán testificar que esta es la mujer que alquiló la cabaña conmigo, señor Juez –dije dirigiéndome a la cámara-. La presente filmación prueba que la mujer denunciada por mí como desaparecida en el cerro Uritorco está viva y en perfecto estado de salud.
Corté la filmación ahí, pues el pedido de sobreseimiento definitivo debía hacerlo por escrito.
-Cuánta paranoia… -comentó ella.
-Ninguna paranoia. Conozco a los jueces. Una vez que te echan el ojo, no te sueltan.
-Bueno, ya no podrán acusarte de haberme matado.
-No, ya no.
Me guardaba ya el celular en el bolsillo, cuando recordé algo.
-Voy a hacerte una pregunta más –le dije, antes de comenzar a filmar.
-No soy actriz –se atajó.
-Siento molestarte otro minuto, pero es necesario.
-Adelante –dijo con un dejo de fastidio. La enfoqué a ella sola y pulsé grabar.
-¿Puede decir su nombre y apellido reales?
-No.
-¿Hay algún motivo que le impide revelar su identidad?
-Sí. Razones profesionales. Si el juez quiere conocer mi identidad verdadera, que oficie al Ministro de Seguridad de la Nación… pero dudo que se la revele.
-Perfecto, gracias.
Apagué el celular y lo guardé en el bolsillo.
-Disculpame por esto, pero quiero recuperar mi fianza. Y si quedan cabos sueltos, no me la devuelven.
-¿Tuviste que pagar mucha plata?
-Toda la que cobré de la AFI.
Abrió los ojos sorprendida, y por fin se partió de risa
-Ja ja ja… ¡los honorarios del doctor! ¡Se fueron al tacho!
¿Qué tiene de gracioso?
Salimos juntos hasta mi auto, y le entregué su bolso y demás pertenencias. Nos dimos un beso de despedida y ella se alejó a pie, mientras yo daba arranque. Tal vez no nos volvamos a ver.
18
Transcurrió el tiempo. En Navidad y Año Nuevo nos enviamos sendos mensajes de buenos deseos, nada más. Yo me fui a la costa, tenía ciertos arreglos pendientes en mi casa de veraneo y me ocupé de ello, mientras comulgaba con el mar en mis ratos libres. Había presentado mi pedido de sobreseimiento en la causa por desaparición de Amatista, pero el Juez era como un pitbull que no suelta la presa una vez que ha mordido. Leí en el expediente online que había mandado comparecer a los dueños de la cabaña para confirmar que la mujer aparecida en mi filmación era efectivamente quien estuvo ocupando su cabaña conmigo durante diez días. Como si no fuera suficiente con ver la selfie que nos tomamos juntos en el Uritorco y las capturas de pantalla que adjunté a mi pedido de sobreseimiento, donde figuraban todas sus fotos del perfil de Tinder, una docena para ser más exactos. Pero no. El señor juez necesitaba la confirmación de testigos.
Te gané, cagatintas, si mantenés mi procesamiento vas a quedar mal
parado cuando la Cámara lo revoque. Ya era sólo
cuestión de esperar con paciencia oriental
hasta ver pasar ante mí el cadáver del proceso y la devolución de mi fianza.
Vigilaba la obra del albañil, podaba malezas en el jardín, colocaba membrana impermeable alrededor del tragaluz subido al techo. A veces me detenía a mirar las copas de los árboles meciéndose al viento y volvía a mi tarea. Por las tardes paseaba a orillas del mar, y mientras veía ante mí la arena mojada convertida en un espejo rosa del cielo, pensaba lo hermoso que sería tener a Amatista aquí. Pero era demasiado pedir. Un sicólogo me diría que no debía ambicionar la posesión de esa mujer, sino más bien agradecer lo vivido con ella. Es fácil hablar de afuera. Quisiera verte en mi piel.
El viaje a Capilla del Monte había plantado una semilla en mi espíritu, siempre inquieto y curioso. Quería saber más sobre las desapariciones inexplicables de personas. ¿Se conocían otros casos como los que investigamos? ¿Con qué frecuencia ocurrían? ¿Desaparecían más mujeres que hombres, o al revés? ¿Alguien tenía remota idea de dónde iban? Tales preguntas rondaban mi cabeza y se colaban en mis búsquedas por Internet. Cierta vez di con un video de Youtube en inglés, que se titulaba “Missing 411”, donde se hablaba de gente desaparecida en los parques nacionales de los Estados Unidos. El tema enseguida atrapó mi atención, porque los casos se asemejaban mucho a las desapariciones del Uritorco. El autor de la investigación era un policía retirado de California llamado David Pavlides, quien ha escrito siete libros con el mismo título del video, donde recoge su investigación de… ¡más de 1200 desapariciones en circunstancias inexplicables!
Las desapariciones se distribuyen por la geografía norteamericana de una manera curiosa: abundan cerca de las costas este y oeste, pero son mucho menos frecuentes en el centro del país, existiendo algunos estados próximos a los cero casos. El punto con más desapariciones inexplicables es el Parque Nacional Yosemite. Pavlides intentó obtener datos oficiales de éste y otros parques nacionales, pero se encontró primero con reticencias, luego con negativas y finalmente con una férrea oposición de parte de las autoridades, que mantienen un celoso secreto sobre el asunto. Y uno se pregunta cuál será el número real de desaparecidos en dichos lugares, puesto que se oculta con tanto cuidado. ¿Piensan tal vez que su difusión dispare el pánico entre los amantes de los outdoors?
Sea como fuere, y aún sin disponer de estadísticas oficiales, Pavlides consiguió reunir una impresionante cantidad de casos a partir de noticias aparecidas en los periódicos, crónicas y actas policiales. Su criterio para incluir un caso en su lista fue descartar todos los que se pueden explicar por accidentes, descompensaciones de salud, ataques de animales y crímenes como el secuestro o el asesinato. Cuando las evidencias apuntan a cualquiera de estas causas, Pavlides no incluye el caso en su lista. Y aún así, quedan más de mil doscientas desapariciones a prueba de explicaciones convencionales. El número es apenas una anécdota, ahora viene lo interesante: David Pavlides halló ciertas pautas que se repiten de manera recurrente en una gran mayoría de esos casos. Helas aquí:
-El cuerpo de la persona desaparecida suele reaparecer días después de su desaparición, en un lugar previamente registrado por los rescatistas sin haberlo encontrado.
-El cadáver reaparece con frecuencia sumergido en agua de escasa profundidad (arroyos bajos, o la orilla de un río, estanques o lagos).
-Ha perdido alguna prenda de vestir, o su ropa entera; y especialmente los zapatos, que a veces son encontrados a kilómetros del cuerpo.
-La persona estaba sola; generalmente se trata un excursionista, o un cazador, o un buscador de setas y frutos del bosque.
-Los casos en que dos o más personas desaparecen juntas son rarísimos. En cambio, es muy frecuente que una de ellas desaparezca poco después de haberse separado de su acompañante.
-Cuando hay una fila de gente marchando en un entorno solitario, suele desaparecer el primero o el último.
-El clima sufre un cambio repentino para peor. La persona se pierde en medio de un temporal, o éste llega después, dificultando la búsqueda.
-Los sabuesos rastreadores se desconciertan y no encuentran el rastro; enseguida pierden interés por la búsqueda.
-Las zonas con mayor cantidad de desaparecidos, como los parques nacionales Yosemite y North Cascades, se caracterizan por su abundancia de rocas de granito (!)
-Los montes, ríos o lagos cuyo nombre incluye la palabra Diablo, son lugares donde desaparece la gente.
Debe decirse que no todas las desapariciones misteriosas tienen el mismo final: a veces el cuerpo no reaparece nunca. En otras ocasiones, la persona reaparece viva y sin daño al cabo de algunos días; pero no puede recordar dónde estuvo durante ese tiempo. Yo pensé en Amatista, y en lo afortunada que fue al seguir con vida tras haber atravesado semejante experiencia. También recordé aquel silencio aterrador que nos envolvió a ambos camino al dique los Alazanes; se produjo inmediatamente después que nos separamos. Y tomé la decisión acertada de volver a nuestro punto de separación, en lugar de adentrarme en la dimensión desconocida más allá de aquel umbral de silencio.
Las pautas de Missing 411 se aplicaban a nuestra experiencia, y también a los casos que investigamos. Pablo Benedetto empezó su calvario tras haberse separado de su familia y quedar solo a merced de influencias extrañas. Mariela Natalí reapareció a orillas de un arroyo de escasa profundidad; había perdido su ropa y las zapatillas. Tanto en su caso como en el de Cecila Basaldúa, los sabuesos no pudieron seguir el rastro que los llevase hasta su cuerpo. Y ambas fueron encontradas en lugares previamente registrados por los rescatistas, sin éxito. Por último estaba la pauta geológica, sumamente intrigante: el Uritorco es un cerro conformado principalmente por granito, al igual que los domos de Yosemite y la cadena montañosa North Cascades, donde ha desaparecido la mayor cantidad de gente en los Estados Unidos.
¿Será que el granito y el agua funcionan como catalizadores de energías sutiles, abriendo umbrales dimensionales en el espacio-tiempo?
En el Uritorco aparecen luces y presencias equívocas, por un lado, y por el otro, desaparecen personas. Yo empezaba a vislumbrar ahora un aspecto insospechado y siniestro, que venía a proyectar luz tenebrosa sobre la mística espiritual de este sitio.
En sus últimos videos, David Pavlides hace mención a un nuevo libro –el octavo de la serie Missing 411- donde analiza desapariciones misteriosas en las ciudades. Aunque comparativamente son más raras que en los lugares salvajes, siguen las mismas pautas ya descriptas: jóvenes universitarios que desaparecen tras separarse de sus amigos; reaparición del cadáver a orillas de un río; ausencia de algunas prendas de ropa; pérdida de los zapatos. En ciertos casos, heridas inexplicables con trituración de los huesos y hasta el hallazgo surrealista de un cadáver cuyas piernas estaban derretidas dentro del pantalón.
Parece como si las personas estuviesen más seguras acompañadas que solas; de algún modo, la compañía humana aleja la posibilidad de ser abducido a otra dimensión. Esto me recuerda aquellos documentales de la vida salvaje, donde la manada protege al individuo de los predadores. Los videos de Missing 411 no ofrecen una estadística por sexos y edades, pero tras ver decenas de ellos pude sacar algunas conclusiones. Las personas pueden ser abducidas a cualquier edad; los niños y bebés desaparecen en la misma proporción que los adultos y los ancianos. En cuanto al sexo, los hombres desaparecen con mayor frecuencia que las mujeres. La proporción de los casos puede ser dos a uno, o incluso tres a uno. Las causas de esta disparidad no son claras; en parte podría explicarse por la mayor propensión de los hombres a andar solos en lugares agrestes. Pero las desapariciones en las ciudades mantienen la misma desproporción entre ambos sexos.
Una vez más, se presentó a mi mente la idea de predadores invisibles: tal vez una fuerza natural los empuja a ser selectivos en sus ataques. Si depredas a las hembras, pones en riesgo sus crías actuales y futuras. Sin vientres suficientes, puede que la especie depredada se extinga y tus descendientes desaparecerán al no tener qué comer. En cambio los machos pueden ser depredados sin riesgo, a condición de que algunos queden para reproducir la especie. Esta realidad es válida para los predadores naturales… y para aquellos que puedan existir fuera de nuestra percepción, escondidos en los pliegues dimensionales del espacio-tiempo.
19
Volví a Buenos Aires a fines de enero. Al pasar frente al cine Gaumont vi que proyectaban una película titulada “Ucumar”. Este es un ser mítico del norte argentino, un ser peludo y malévolo similar al yeti. ¿Y si la veo con Amatista? Le envié mensaje por Watsapp.
-Dan una de un monstruo dimensional en el Gaumont. ¿Venís a verla conmigo? Eran las nueve de la noche. Faltaba apenas media hora para la función. Al rato contestó.
-Esperame que llego.
Compré dos entradas y me paré en la puerta del cine. La gente empezaba a entrar. Cuando hubo pasado el último de la cola llegó ella, con una blusa sin mangas y pantalón de bambula que le daban aspecto hippie. Nos saludamos con un beso y entramos. Al empezar la proyección apareció un cartel advirtiendo que se trataba de casos reales ocurridos en las proximidades de Metán, Salta. Treinta y tres avistamientos del ucumar en la última década. De inmediato me sentí interesado, había leído tiempo atrás que el ucumar era un “mito”, y los mitos no se ven ni se sienten. Pero a medida que avanzaba la película, comprendí que el ucumar sí se ve, y hasta secuestra y mata personas. Desde el punto de vista artístico, el film deja bastante que desear. El protagonista es un cordobés que se dice “cieeentífico”… Amatista se tentó al oír cómo alargaba las vocales con la típica tonada de su provincia que recordábamos bien. En fin, yo salí conforme, por haber conocido la existencia de un críptido argentino cuyas andanzas ignoraba. Junto a la salida había una maqueta de un ser peludo y amenazador: Amatista me fotografió junto a él, desdeñando la superstición según la cual nombrar al ucumar o representar su silueta lo hace aparecer.
-Tengo que irme ahora. Gracias por la invitación.
Me besó en la mejilla
y se tomó un taxi. Amigos nomás…
Nos vimos anteayer pero ya la extraño. Abro su perfil falso de Instagram, especie de telaraña donde atrapa seguidores con sus fotos hot y luego los ignora, dejándolos ahí pegados a la espera de ser devorados. Firma como “Amatista Cruz”, y siempre aparece de espaldas o con pasamontañas, de modo que nadie puede verle la cara. Sus seguidores, pese a ello, se multiplican exponencialmente y festejan con emojis de fuego y corazones sus videos cortos, donde exhibe su tono muscular sentada en el suelo mientras mantiene las piernas en alto y los brazos paralelos durante un minuto, algo que ninguno de sus seguidores puede hacer. También hace flexiones y otras rutinas arduas destinadas a hacer gotear baba a los espectadores que admiran ese cuerpo flexible y potente, enfundado en ropa gym hecha con mucho ahorro de tela.
Exploro la información de su perfil: no ofrece datos sobre su domicilio y profesión, tal cual era de esperar. Hago clic en “Fotos familiares”, y para mi sorpresa hay una foto en blanco y negro de un hombre adulto con una niña de apenas cinco o seis años. Parece una burla a sus seguidores: la única foto donde muestra su cara corresponde a una época muy temprana de su vida, siendo imposible identificarla con la mujer actual. Pero a mí me interesa más el hombre que alza a la niña en brazos; se trata sin duda de su padre. Es un hombre bien parecido, con aspecto de jugador de tenis o de golf. Pelo abundante de tonos claros y ropa de calidad. La niña parece feliz junto a él.
¿Habrá tenido un metejón con su papá? ¿Y la fatalidad los habrá llevado a cometer incesto, convirtiendo el amor puro en un trauma imborrable?
El hecho de haber elegido esa única foto familiar dice mucho. Y también, la ausencia de su madre en la foto. Como bien explicaba Jung, “la fijación afectiva o enamoramiento hacia el padre puede generar una situación de rivalidad con la madre”, a quien Amatista eliminó de su iconografía familiar. Es ella sola y su papá, para bien o para mal, hasta que la muerte los separe… casi una foto de bodas.
Sábado por la noche. Le envío un mensaje tanteando las aguas.
-Bien ¿vos?
-¿Hacés algo esta noche?
-Me invitaron a cantar karaoke en El Conjuro. ¿Querés venir?
-¡Claro! ¿Cómo me voy a perder a vos cantando?
Ese lugar me gusta, parece más un club que una cafetería. Llego pasadas las diez. Amatista está en el fondo conversando con los mozos, una chica y un muchacho joven. La saludo con un beso y me sumo a la conversación en calidad de oyente.
-Mamá venía mal hace tiempo –dice la chica- ahora le dieron el resultado del estudio y confirmaron el diagnóstico: tiene cáncer de pulmón.
Suspira y sus rasgos traslucen preocupación.
-Esperá, te voy a dar algo para ella.
Amatista busca en su cartera y saca una bolsita atada con un hilo. Lo desata y toma lo que hay dentro con la mano cerrada, de modo que al principio no puedo ver de qué se trata. Con gesto solemne presenta la mano ante la moza y la abre: veo una esfera transparente parecida a una canica de vidrio. La esfera baila sola sobre su palma abierta, sin que ella haga movimiento alguno. De pronto se desliza de su mano y cae al suelo, partiéndose en cuarenta pedazos. Amatista los recoge uno a uno, prohibiéndonos ayudarla. Todos la miramos desconcertados: los fragmentos son pequeñas esferas perfectas. Pienso en el mercurio, que al derramarse forma gotas esféricas, pero esto no parece un metal líquido, sino vidrio.
Ahora Amatista acerca su mano abierta a la boca y susurra una oración en un idioma desconocido. Luego pone las cuarenta bolitas en la pequeña bolsa y la vuelve a atar con el hilo.
-Tomá, dale esto a tu mamá. Que lo lleve siempre colgado alrededor del cuello.
La chica le agradece y vuelve a sus tareas junto con su compañero. Yo no salgo de mi asombro.
-No sabía que tuvieses poderes sanadores.
-Estoy empezando a experimentar.
Tomamos unos tragos y hablamos nimiedades. Al rato reaparece el mozo a tomar nuestro pedido y Amatista lo mira fijo unos momentos.
-Vos sufrís convulsiones –le dice.
-Sí. ¿Cómo lo sabe?
-Eso no importa.
-Llevo años haciéndome estudios… pero no encuentran la cura.
-Tomá agua de mar -prescribe ella, tajante.
-¿Agua de mar?
-Acá no hay…
El muchacho se va después de tomar el pedido, desconcertado
pero con una esperanza nueva en la mirada. Amatista
me mira a los ojos, seria. Definitivamente ha cambiado desde que
regresó del Uritorco. Su experiencia transformó su psiquis
de una manera que aún no
entiendo.
-¿Puedo preguntarte dónde conseguiste esa bola transparente?
-La elaboré mientras estaba en trance. No podría reproducirla de nuevo.
-Ajá… ¿Y sabés si funciona?
-No.
Vuelve a mirarme seria, pero enseguida estalla en risas. Yo me río también.
Esa noche cantó karaoke con voz cálida y sensual. Su
cantautora preferida es Shania Twain.
A pedido suyo, me sumé acompañándola en una canción a dos voces, “I having me a party”, por suerte entraba dentro de
mi registro vocal. Luego cantó ella sola “I will always love you” de Whitney Houston,
con virtuosismo y sentimiento.
El público deliró, entusiasmado. ¿Hay algo que esta mujer no
haga bien?
20
Mutilaciones de ganado. Este factor no lo había tomado en cuenta antes, sencillamente porque no lo conocía. Pero al estudiar las desapariciones y muertes humanas inexplicables, con frecuencia se colaban referencias a eventos similares ocurridos con el ganado y los animales de granja que nos sirven de sustento. Las vacas aparecen muertas a veces de manera misteriosa, con ablación de órganos como los ojos, la lengua, las ubres o el recto. La herida más característica es un corte semicircular en la mandíbula que desnuda los dientes del animal. Son cortes limpios, sin sangre, como si hubiese intervenido un láser. Los insectos y animales carroñeros no se acercan a los cuerpos, que permanecen tirados en el campo hasta que sus dueños los descubren.
Estos eventos fueron registrados por los periódicos primero en los Estados Unidos allá por los años ’70, y luego en otros países, incluyendo la Argentina, donde el año 2002 se produjo una oleada de mutilaciones con más de 500 casos. Ello no quiere decir que antes no ocurriesen; al parecer, es un fenómeno recurrente desde tiempos inmemoriales.
Como dije antes, las mutilaciones no se limitan al ganado vacuno. Otros animales como las ovejas, las cabras, los caballos y aves de granja también sufren a veces heridas similares. En ocasiones se han avistado luces misteriosas cerca del ganado durante la noche, antes que el día muestre la devastación. También se reporta la presencia de criaturas extrañas, especialmente una llamada “chupacabras”, cuya descripción varía enormemente.
La ciencia ortodoxa ha propuesto algunas explicaciones inverosímiles para tales hechos. El Conicet argentino afirmó que las mutilaciones del 2002 fueron producidas por un roedor llamado “ratón hocicudo”, sin explicar por qué los cortes aparecen limpios y sin sangre, ni por qué los carroñeros no se acercan al animal muerto, ni por qué aparecen vacas muertas en campos a los cuales no pertenecían, cerrados con alambrados y alejados muchos kilómetros de su hacienda original. Este hecho insólito ocurrió en más de una oportunidad, sugiriendo la posibilidad de teleportaciones asociadas al fenómeno mutilatorio.
Si bien las desapariciones y muertes humanas inexplicables no suelen presentar las mismas características de las mutilaciones animales, sí que ha habido casos muy parecidos. En 1988, en la presa de Guarapiranga cerca de Sao Paulo se encontró un cadáver humano con el mismo patrón de mutilaciones que suele afectar al ganado: falta de los ojos, la lengua y otros músculos bucales; extirpación del ombligo con un corte de apariencia quirúrgica; uretra penetrada por algún instrumento perforador. El hombre se llamaba Joaquín Sebastiao Goncalves, tenía 53 años y trabajaba como celador de una finca cercana a la presa. Había desaparecido tres días antes de ser hallado su cuerpo. No presentaba marcas de garras o picos de animales: los carroñeros no se le habían acercado.
“No somos invulnerables”, pensé al leer sobre este caso, que nos pone a la par del ganado y los animales de granja en cuanto al riesgo de sufrir una muerte horrible a manos de entidades invisibles. Y este pensamiento mío ya lo habían tenido los hombres de la antigüedad. Pero no se quedaron sólo con el temor a lo desconocido: idearon un método para contrarrestar el peligro.
Cuenta la leyenda que un horrible monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano asolaba la isla de Creta. Fruto de los amores zoófilos de la reina Pasífae y un toro blanco, “a medida que iba creciendo, empezó a devorar carne humana”, según relata un antiguo escritor griego. El rey Minos lo hizo encerrar en un laberinto, pero a veces se escapaba para matar gente y comérsela. Por aquel tiempo hubo una guerra entre Creta y Atenas, una pequeña ciudad aún. Los cretenses ganaron la guerra, entonces el rey Minos impuso un tributo a los atenienses, consistente en entregar siete muchachos y siete doncellas cada año para alimentar al monstruo del laberinto, llamado Minotauro. De esta manera los cretenses se sentían seguros, porque aplacaban el hambre del monstruo, y ya no temían que saliese del laberinto a devorarlos. Hasta que Teseo logró matar al Minotauro y salir salvo del laberinto con ayuda del hilo de Ariadna.
Tal la antigua leyenda que me dejó pensativo. El sacrificio anual de los jóvenes aplacaba al monstruo sobrenatural y garantizaba la seguridad de los cretenses. Esta es la filosofía detrás de los sacrificios humanos que practicaron todos los antiguos pueblos del mundo: “Le ofrecemos carne y sangre a la deidad, para que nos deje en paz”. La universalidad de los sacrificios humanos y de animales –presentes en el Viejo Mundo pagano y en la América precolombina- sugiere que ya en tiempos antiguos se producían desapariciones humanas y mutilaciones de ganado misteriosas, a las que el hombre intentaba poner coto mediante sacrificios a las potencias invisibles. “Los dioses quieren carne, quieren sangre, pueden devorarte a ti, a mí, a nuestros hijos. Démosles lo que quieren sacrificando a quienes se ofrezcan para ello, o a la gente de otras naciones, y no se meterán con nosotros.”
Cuando no había nadie disponible, se intentaba aplacar a los dioses con sacrificios animales. Y también, quemando plantas, pues éstas son seres vivos. Se armó así el núcleo de las religiones antiguas, consistente en sacrificar regularmente a los dioses la carne, la sangre y las vísceras de víctimas escogidas a cambio de seguridad para el pueblo, y otros favores como salud, fertilidad y la lluvia necesaria para el crecimiento de los cultivos. Pero no era conveniente sacrificar en cualquier lado; había que asegurarse la presencia de las potencias invisibles en el lugar del sacrificio. Y aquí, los antiguos demostraron una sabiduría y una ciencia inaccesible para el hombre moderno. Erigieron templos donde invocar a los dioses, consistentes en enormes piedras verticales alineadas y en mesas de piedra gigantes, que actuaban como resonadores de energías telúricas y cósmicas, permitiendo la comunicación con otros planos de existencia donde habitan aquellas entidades. Y las grandes piedras usadas en los templos megalíticos frecuentemente eran de granito (Carnac, Champ Dolent, Men an Tol, Piedras de Ale, Baalbek), arenisca sarsen (Stonehenge), o cuarcita (Sierra de la Ventana), rocas todas ellas ricas en cristales de cuarzo.
Sospeché que tales templos pretendían recrear las puertas dimensionales naturales como el Uritorco o los domos de Yosemite, pero en unas condiciones controladas, que permitiesen invocar lo invisible sin ser abducido. La presencia de ríos o arroyos cercanos, o bien corrientes de agua subterránea en esos entornos confirmaba dicha finalidad, pues el agua lubrica el paso a otra dimensión.
No existe hoy una cátedra que enseñe la ciencia megalítica antigua, ni se conoce nada sobre los métodos y objetivos de aquellos remotos constructores; las ideas que aquí expongo las fui formando a partir de lecturas desordenadas y voraces, que incluían autores como Salvador Freixedo, Aimé Michel, Juan Atienza y otros. En todo caso, estaba bastante seguro de que las religiones primordiales no adoraban dioses abstractos, sino que concebían sus templos como resonadores para la manifestación física de aquellos. Y tenían un objetivo práctico: proteger a sus fieles de las trampas dimensionales y librarlos de la voracidad divina.
21
Estaba mirando las zonas aledañas al Uritorco por Google Earth. Quería entender bien la geografía de la zona, para lo cual me fui alejando hasta la ciudad de Córdoba, al sur, y moviéndome hace el oeste, el camino de Altas Cumbres y la Pampa de Achala. Pequeños íconos aparecían cada tanto; al hacer clic sobre ellos se abría una foto tomada en ese lugar. Hice clic sobre un ícono al norte del paraje El Cóndor y se abrió una foto que mostraba un maratonista corriendo por el desierto. Debía tratarse de una de esas competiciones de aventura que se pusieron de moda en los últimos años; el deportista pasaba junto a una piedra parada que de inmediato identifiqué como un menhir. Mis recientes búsquedas por Internet relacionadas con las culturas megalíticas habían entrenado mi ojo para identificarlos. Pero ¿qué hacía un menhir en la Pampa de Achala? No había registros de ninguna cultura aborigen que los erigiese.
Busqué otros íconos más o menos cerca e hice clic sobre ellos. Uno traía la foto de una escuela rural. El texto escueto la describía como “Colegio Padre Liqueño”. Hacia el sudeste, ya bastante alejada, la Quebrada del Condorito, lugar completamente desierto. Me fui hacia el norte, a Los Gigantes. Aquí había tres fotos, dos de las cuales mostraban formaciones geológicas desnudas: el lugar más inhóspito de toda la provincia de Córdoba. La tercera mostraba una roca erecta verticalmente, con aspecto de haber sido trabajada por la mano del hombre. ¡Otro menhir! No cabía mucha duda al respecto. ¿Quién iba a tomarse la molestia de erigir un mojón en medio de la nada?
Quedé pensativo unos momentos; el menhir de Los Gigantes estaba unos diez kilómetros al norte del primero, situado en un lugar sin nombre al noreste de la escuela rural, y muy alejado del paraje El Cóndor, por donde pasa la ruta de las Altas Cumbres. Si entre ambos menhires había otros, debía tratarse de un alineamiento megalítico de gran envergadura, completamente desconocido para los arqueólogos. La excitación del descubrimiento me escoció por dentro, porque se trataba de un pueblo cuyo hábitat debió llegar hasta el Uritorco, distante –según comprobé con la regla de Google Earth- apenas unos 75 kilómetros en línea recta.
¿Canalizarían estos menhires hacia ellos el apetito sanguinario de los dioses mediante ofrendas palpitantes, evitando desapariciones y muertes en los alrededores del Uritorco? Tenía la ocasión de confirmar mi teoría si descubría evidencias de que se practicaban allí sacrificios humanos.
Voy para allá, a despecho de todo.
Llamé a Amatista y le conté mi descubrimiento.
-Esos menhires pueden haber sido puestos ahí para atraer a los dioses y aplacar su ferocidad mediante sacrificios humanos escogidos según la conveniencia de la tribu. Así se libraban de ser abducidos los fieles, o al menos eso pensaban ellos.
-Tiene sentido –repuso-. Te ofrezco sangre fresca para que no tomes la mía.
-Exacto. La semana entrante me voy para allá a ver si descubro alguna evidencia de sacrificios humanos.
-La verdad, me tienta acompañarte…
-¿En serio?
-Esto me interesa mucho más que saber si tal o cual ministro está entongado con los cárteles de la droga.
-El tema es si podés ausentarte unos días, porque habrá que caminar kilómetros y acampar en el desierto.
-Últimamente sólo vamos a la oficina para comer facturas…
Se queda callada unos momentos, vacilando entre el deber o la aventura: su carácter impulsivo inclina la balanza.
-¿Sabés qué? Voy. Quiero saber todo lo que pueda sobre las fuerzas que hicieron desaparecer a esas mujeres.
-Biennnn
-Tengo una carpa plegable. ¿La llevo?
-Sí, traela. Y bolsa de dormir.
-Tengo.
-Estás mejor preparada que yo.
-Para todo.
-Excepto para entender lo inexplicable.
-Vos lo entendés, yo lo siento.
¿Para qué discutir? Ella es la jefa.
Arcos y Monroe. La mina está en la esquina con su bolso, mirando a cualquier lado. Bocinazo ¡Y arriba! Si la vida fuese tan fácil…
Siete horas después estamos en el camino de las Altas Cumbres, subiendo una cuesta larguísima a dos mil metros de altura. El Fluence va despacio y no lo quiero apurar pisando el acelerador a fondo. Prefiero dejarlo ascender a su ritmo. De pronto vemos varios autos detenidos a un costado del camino en una curva. La gente se ha bajado para ver a los cóndores volando. Me detengo a un costado yo también y salimos a verlos: los cóndores pasan rasantes arriba nuestro, sobrevolando el precipicio. Son aves poderosas y magníficas; se sumergen en picada como aviones y reaparecen lejos sobre el río que discurre serpenteando allá abajo.
-Guauuuuuu!
Exclamamos cada vez que pasan sobre nosotros, a la vez que nos agachamos. Estuvimos filmándolos un rato, pero no se compara con verlos en vivo. Volvemos al auto y reanudamos nuestro viaje; media hora después encontramos un camino de tierra perpendicular a la ruta. Me detengo unos momentos y consulto el Waze: es la entrada a la escuela rural. Enfilamos hacia allá, abandonando definitivamente la red vial que conecta la civilzación. Tras media hora de marcha la meseta se abre y aparece un valle estrecho encajonado entre las rocas, hacia el cual bajamos: llegamos al colegio Padre Liqueño.
Fundado por los franciscanos en 1929, el colegio acoge a niños y adolescentes de una vasta zona apenas habitada. Los jóvenes permanecen internos de lunes a viernes y vuelven a sus casas el fin de semana. Precisamente hoy es viernes, el día de mayor actividad. Hay varios autos de familiares que han venido a recoger alumnos, pero nadie parece tener demasiado apuro; la vida se desarrolla aquí a un ritmo distinto que en la ciudad. Nosotros curioseamos por ahí: hay placas de bronce en un hall junto a la oficina del director, con nombres de los religiosos que han dirigido el establecimiento. Un pasillo lleva a las aulas y al fondo se avizoran dos dormitorios colectivos, uno para los varones y otro para las niñas. Pregunto por el albergue –había leído en Internet que una señora alquila habitaciones- y me aconsejan ver a María, junto con la indicación concisa de cómo encontrarla: aquí no hay manera de perderse.
Pasamos frente a la capilla y al echar una ojeada a los alrededores, distingo una cara tallada en lo alto de las paredes de roca que rodean el colegio. Parece una obra rústica, incoherente con la finalidad de un establecimiento educativo y religioso. A pocos metros de la capilla damos con una construcción baja pintada de blanco. Aplaudo y espero, siguiendo la costumbre del campo. Al rato aparece una mujer cincuentona de aspecto sencillo.
-¿La señora María?
-Sí.
-Queríamos alquilar dos habitaciones para esta noche.
-Pasen, ahí se las muestro.
Nos llevó hasta dos cuartos contiguos, sencillos pero confortables. El precio era casi ridículo de tan barato.
-Perfecto, nos quedamos.
-Si quieren cenar me avisan y les preparo.
-Sí, por favor.
-Hay cordero con papas.
-Mmmm… qué rico.
-A las nueve va a estar listo.
-Una pregunta… esa cara que hay tallada acá enfrente ¿quién la hizo?
-No se sabe.
Me extrañó lo contundente de su respuesta.
-¿Habrán sido los franciscanos?
-Puede ser.
-¿Es Jesús, o algún santo?
-Ni idea. Todo el mundo la conoce como “la Cara”.
Vaya, un lugar tan chico y nadie sabe quién talló eso.
Dejamos nuestros bolsos en la habitación y después de refrescarnos propuse a Amatista ir a ver esa talla rústica.
Son las seis de la tarde. El sol proyecta sombras sobre el pequeño valle encajonado entre las rocas donde el colegio Padre Liqueño se refugia del viento. Llegamos a lo más alto donde está “La Cara”, y me encuentro con una talla tosca de unos dos metros de alto que representa a un hombre barbado. Distingo marcas paralelas sobre la nariz y las mejillas, aparentemente hechas con un formón de hierro. Los líquenes han invadido los ojos y las cejas hasta el punto de formar una capa sobre la piedra. La nariz está ligeramente rota, con líquenes también; en cambio la boca aparece libre de aquellos, dejando ver la roca desnuda. No se parece a Jesús, porque la cara es robusta y no lleva una corona de espinas; tampoco tiene su característico pelo largo partido al medio.
Damos la vuelta y confirmamos que la roca es maciza, aunque al lado hay otra hueca del mismo tamaño, sin talla alguna. La Cara mira al noreste, hacia donde están los menhires que iremos a ver mañana. Sacamos algunas fotos y descendemos hacia el colegio, dejando atrás este misterio local. En el hall me encuentro con un hombre joven, que resulta ser maestro de la escuela. Le pregunto por La Cara y me da la misma respuesta que María: nadie la identifica con Jesús. De los menhires no sabe nada, me sugiere hablar con el celador Víctor Altamirano, quien se crió aquí. Al rato de buscar a este empleado lo encontramos, ya dispuesto a partir.
-Mucho gusto, Víctor. Mi nombre es Roger y ella es Amatista. Mañana queríamos llegar hasta los menhires, esas piedras paradas que hay cerca de acá. ¿Usted las conoce?
-Sí. Hay muchas de esas por estos campos.
-¿Sabría decirme cómo encontrarlas?
-Están a unos cinco kilómetros de acá, yendo para el noreste. Salga como volviendo para la ruta de las Altas Cumbres, y tome enseguida el desvío que sale a la izquierda para la seccional de Guardaparques. ¿Qué auto tiene?
-Un Renault Fluence.
-No sé si con ése va a llegar, porque el camino es apenas una huella.
-Vamos a intentarlo, si no, dejo el auto cerrado y seguimos a pie.
-Allá van a estar solos, no hay nada.
-¿Se ven de lejos las piedras?
-Sí, las van a ver porque hay muchas. En un lugar las amontonaron junto a un alambrado.
-¿Quién las amontonó?
-Angel Pereyra y Niceno Pereyra, eran dos hermanos dueños de un campo. Sacaban las piedras paradas de su lugar, y las arrastraban con sogas hasta el alambrado.
-¿Para qué hacían eso?
-Al pedo... Eran tipos muy fuertes.
-Pero las piedras paradas no delimitan campos…
-No, para nada. Atraviesan por la mitad los campos de un mismo dueño.
-O sea que están ahí hace mucho…
-Quién sabe desde cuándo.
-Gracias, Víctor. Buen fin de semana.
-Cúidense.
El sol ya caía, tiñendo de rubor el cielo. Se respiraba una paz desconocida para los porteños, acostumbrados al trajín y los ruidos infinitos de la ciudad. Yo estaba fatigado por las ocho horas de viaje y sentía el silencio de las sierras como un bálsamo. Volvimos al albergue. María estaba tomando mate adelante de la puerta.
-Buenas, gente. ¿Gustan unos mates?
-Cómo no, María. Gracias.
Nos sentamos con la patrona, por no tener nada mejor que hacer.
-El cordero ya está en la cacerola… en una hora comemos.
-¿Acá usan garrafa? –digo para abrir conversación.
-Sí, y a veces leña.
-Claro, esto está muy aislado.
-En invierno puede pasar un mes sin que llegue el camión de las garrafas.
-¿Nieva acá? –pregunta Amatista.
María levanta la mano medio metro del suelo.
-Así se pone de nieve.
-Guau.
-Los chicos no deben poder salir del colegio… -se me ocurre decir, sin saber que estoy tocando una cuerda sensible.
-No, no pueden salir. Los maestros son muy estrictos con eso.
Guarda silencio unos momentos, como dudando si debe contarnos algo. Por fin se decide.
-Acá hubo una tragedia hace años. Cuatro chicos se escaparon del colegio y salieron a la nieve. Eran chiquitos, nueve, once años. Las monjas los habían puesto en penitencia al enterarse que habían estado rompiendo focos en las calles durante su salida del fin de semana.
-¿El colegio era religioso antes? –la interrumpe Amatista.
-Sí, ahora es del estado, pero antes el director era un sacerdote y las celadoras eran monjas. Eran muy estrictas con la disciplina. Hicieron arrodillar a los chicos sobre granos de arroz. Cuando hace frío eso duele…
-Qué barbaridad –se indigna mi compañera, criada en una época diferente a la mía.
-Era un castigo bastante común, no hace tanto. Esto pasó en el año ’86. Los chicos decidieron fugarse. Salieron de la escuela desabrigados y se alejaron por el valle sin comprender el peligro, porque en ese momento había sol. Pero el tiempo cambió de repente… acá estamos a 2100 metros de altura, y de un momento a otro esto puede parecerse a la cima helada de una montaña. El viento arreció y trajo nieve, pero los pobres angelitos ni medias tenían. Habían perdido el camino de regreso.
-¿Era invierno? –la interrumpo.
-Había terminado hacía dos días. Pero acá hasta el final de la primavera es peligroso. Total, que ese día hubo un temporal, y los chicos se quedaron afuera con 15 grados bajo cero. Estuvieron buscándolos seis días, hasta que por fin los encontraron estirados bajo la nieve, sobre una piedra gigante en el centro de un cañadón. Los chicos tenían en sus bolsillos piedritas de colores, una goma de borrar e hilo para hacer barriletes.
-Pobrecitos… -murmuró Amatista, conmovida.
-Qué historia tan triste…
Pasamos adentro a cenar y el cordero regado con buen vino nos devolvió el ánimo. Pronto nos fuimos a dormir, porque al día siguiente nos pondríamos en marcha al clarear.
22
El sol asoma a medias en el horizonte, y yo conduzco el Fluence sobre afloramientos rocosos. No hay huella siquiera, me mintieron. Consigo adelantar algunos kilómetros a riesgo de dejar el chasis abandonado aquí. Ningún auxilio vendría a buscarlo. Ni el seguro te paga, cuando te vas lejos de la civilización. Ahora viene una hondonada desigual y decido parar. Suficiente. Bajamos nuestras mochilas del baúl y nos las calzamos. Cierro el coche.
-Andando.
Marcho mirando Googlemaps para mantener el rumbo noreste. Calculo haber hecho unos 3 kilómetros y medio con el auto. Por ahora no veo nada. Sólo vacas. El planeta desnudo. Es un buen ejercicio liberarse de la vista de tus congéneres aunque sea por unos días. Ya hicimos un kilómetro más. Seguimos. Vuelvo a consultar el mapa satelital. No hay señal de Internet aquí, pero el GPS funciona. Me freno para calcular la distancia a que estamos del Liqueño…
-¡Allá! –grita Amatista.
Levanto la vista y miro adonde ella apunta.
-¡Síiii! ¡Un menhir!
Domino la tentación de correr a su encuentro, está muy lejos. Y sé que nos espera una larga marcha, debo economizar mis energías. Por fin llegamos a ese punto, y comprobamos que no está solo. ¡Qué va! Hay todo un alineamiento de menhires que se pierde en el horizonte.
-¡Lo sabía! –exclamo entusiasmado- ese megalito de la foto no podía estar solo…
Cada quince metros, aproximadamente, hay una piedra vertical de un metro y medio de altura o así. Abro en mi celular la aplicación brújula y compruebo que la fila de menhires está perfectamente alineada de Norte a Sur, o viceversa. Se lo muestro a Amatista, que aplaude este descubrimiento como una niña.
-¡Espectacular!
Decidimos seguir la línea hacia el Norte, a ver dónde nos lleva. Por ahí encontramos piedras paradas aisladas a los costados de la línea, pero no nos desviamos por ellas. Vamos sacando fotos a todo gas, este es un sitio megalítico inédito. Encontramos algunos afloramientos rocosos naturales cortados en línea recta para seguir el alineamiento; los eludimos o escalamos y comprobamos que la línea de piedras verticales se pierde en el horizonte. ¿Llegará hasta Los Gigantes?
Hay un arroyo cerca con muy poca agua, lo cruzamos y vemos a lo lejos un alambrado con lajas y pequeños menhires amontonados a su lado: el trabajo inútil de los hermanos Angel y Niceno Pereyra. Me desvío para sacar una foto a esta curiosidad, entonces advierto otra línea de menhires diferente a la que venimos siguiendo. Esta llega de muy lejos, y parece perpendicular a la primera. Nos vamos a su encuentro –todo esto se dice en pocas palabras, pero eran kilómetros hasta llegar de un lado a otro- y al llegar compruebo su orientación con la brújula: ¡corre perfectamente de Este a Oeste! Tenemos pues una cruz perfecta de varios kilómetros de extensión, cuyos límites desconocemos.
-Paremos a comer algo, no doy más –propone Amatista y yo me muestro de acuerdo.
En mi entusiasmo olvidé la hora: son las tres de la tarde. Sacamos unos sándwiches de la mochila que nos preparó María –Dios la bendiga-, a quien por unanimidad dejamos una buena propina, además del precio que nos dijo. Yo hasta traje una gaseosa, y ahora nuestro festín es completo.
-En la Bretaña francesa –digo una vez que di cuenta de medio sándwich- las mujeres jóvenes se frotan contra los menhires para aumentar su fertilidad y poder concebir un hijo.
-¿En serio?
-Sí. La superstición siempre tiene algo de cierto.
Amatista dejó su sándwich en el suelo y se fue hasta el menhir más cercano. Empezó a frotar sus ancas contra él subiendo y bajando, de un modo que me puso cachondo.
-Ahora entiendo por qué eso funciona: -dije- las francesas se frotan contra los menhires y eso incita a la violación. Al cabo de nueve meses nace un hijo.
Amatista volvió a sentarse y retomó su sándwich sin festejar mi chiste. Entonces caí en la cuenta de que no sabía si tenía hijos, o si quería tenerlos. Quizá el ritual de fertilidad era importante para ella.
-Acá cerca corre un arroyo –observé-. Agua y granito para posibilitar el paso a otra dimensión, como en el Uritorco.
-¿Y cómo sabían los antiguos cuándo se manifestaban los dioses aquí?
-Los menhires son diapasones que vibran con determinadas notas; esta vibración se estimulaba con cánticos rituales. Así los celebrantes creaban las condiciones vibratorias ideales para que los dioses entrasen a nuestra dimensión.
-Además tenían un calendario ritual...
-Sí, en ciertas horas y fechas las corrientes telúricas se potencian, como al amanecer y en los solsticios.
-Entiendo.
-Ellos sabían cómo y cuándo invocar a los dioses, cosa que nosotros ignoramos. Además, seleccionaban niños especialmente dotados para ser chamanes. Gente que actuaba como catalizador de presencias ultradimensionales…
-¡Como Akoglanis!
-Exacto. Akoglanis era un chamán moderno.
-Todo eso era como invitar a una celebridad a una fiesta. Le haces llegar la invitación en un sobre perfumado, le envías un chofer para que lo recoja en una limusina y lo lleve hasta tu mansión… pero si no hay comida, la celebridad no viene.
-Lo captaste. La comida siempre es lo más importante. Los dioses querían sangre, vísceras, sufrimiento de la víctima. Por eso acudían a cobrar el sacrificio. Y las masas rítmicas de granito y agua y los cánticos rituales y los chamanes eran el vehículo para que ellos pudiesen llegar al banquete.
Terminada nuestra colación, nos pusimos de pie y seguimos nuestro camino. Ahora lamento no haber comprobado si había algo especial en la intersección de la cruz; pero mi afán era llegar hasta Los Gigantes. El paisaje fue haciéndose cada vez más árido. Los verdes pastos y las vacas desaparecieron y ahora sólo veíamos un desierto gris. Los menhires fueron haciéndose más grandes, ahora superaban los dos metros de altura y eran masivos. Hacíamos frecuentes paradas para sacarles fotos. Amatista posaba junto a ellos sacando culo, y el deseo me empezó a trabajar las entrañas. Qué diablos, estaba solo con una mujer atractiva en mitad de la nada…
Serían ya las siete de la tarde cuando avistamos una estructura diferente a las demás. Era un menhir masivo muy alto, tras el cual había un pozo circular de unos tres metros de diámetro tallado en la roca viva. Una hilera de piedras conectaba el círculo con el menhir, y del lado opuesto otra hilera hacía lo propio con el menhir siguiente, igualmente masivo. Bajamos al pozo, cuya profundidad no superaba los dos metros. En medio de él había una mesa de piedra con canaletas en los bordes, que confluían en un desagüe a cada lado.
-¿Y esto? –preguntó Amatista, intrigada.
-Esto… -dije señalando con el dedo las manchas entre marrón y rojo impregnadas en la canaleta- es lo que vinimos a buscar.
-¿Son manchas de sangre?
-Sí. Esto era un altar de sacrificios.
-Guau…
Amatista se acercó y me enlazó con sus brazos.
-Parece que el doctor no sólo sabe derecho –dijo mirándome ebria a los ojos.
Nos fundimos en un beso, y mis manos recorrieron su espalda con avidez, deteniéndose en la cintura como si fuese tabú llegar más abajo.
-Así me gusta –susurró a mi oído- que respetes el territorio sagrado.
Me soltó, y yo no supe si se refería al altar de los sacrificios o a su cuerpo.
Tal vez ambas cosas fuesen lo mismo.
Tomamos abundantes fotos y por fin salimos del pozo. Más allá los menhires seguían, masivos y muy espaciados. La luz empezaba a declinar, ya caía la noche. Decidimos acampar.
Noche cerrada. Hemos cenado bajo las estrellas, y ahora estamos abrazados dentro de la carpa, yo desnudo, ella semi. Busco su boca y la beso, mientras pruebo a ponerla de espaldas; ella se resiste y quiere hacer lo mismo conmigo. Por unos momentos forcejeamos disimuladamente, pero pronto es una lucha en toda regla: ella acomete con violencia, como si estuviese peleando contra un violador. Sus piernas me enlazan, trabando mis movimientos; no puedo girarme y quedo inmóvil a su merced. Esta mujer sabe pelear. Cuando acaba mi resistencia empieza la doma de verdad. Se monta sobre mi vientre haciéndome sentir la firmeza de sus nalgas deseosas de cabalgar mi erección; la aplastan lenta e inexorablemente, hasta forzar la penetración y consumar así la violación en reversa.
Comprendo que para esta mujer cada acto sexual es una venganza: su afán consiste en domar a su antiguo violador. Yo acepto su autoridad de jinete y me convierto en un caballo, ya sólo me faltan las anteojeras para marchar sin distraerme hacia su orgasmo.
Cabalga, mi vida, cabalga con furia en este páramo donde el viento sopla amenazando volar nuestra carpa. Cabalga bajo la mirada de Dios que allá en su viejo Paraíso nunca vio un pecado parecido. Es Eva transformando a Adán en una bestia y quedando ella sola como reina de la Creación. Ya llegan sus yahoos salvajes, ya siento que una fuerza oscura recorre mi cuerpo y escapa en espasmos entregándose a ella… y ya nada veo, porque el ritual de vida y muerte se ha consumado.
Estoy solo en la carpa. ¿Qué hora es? Las tres de la madrugada. Abro el cierre y miro hacia fuera. La luna alumbra una escena insólita: Amatista ha pasado unos hilos entre dos menhires, y parece hablar con alguien de cara a ellos. Tiendo el oído y escucho sus palabras, está rezando en un idioma desconocido para mí. Tal vez el mismo de aquella oración que murmuró sobre las pequeñas bolitas de cristal en El Conjuro. Cierro de nuevo la abertura de la carpa, porque tengo la sensación de que es algún ritual secreto. Vuelvo a dormirme.
Al otro día emprendimos el regreso desde Los Gigantes hacia el colegio Padre Liqueño. Yo estaba muy cansado por la batalla de la noche anterior. A batallas de amor, campo de pluma. Bah. Cuando hay pasión, hasta una bolsa de dormir sobre la tierra es buena. Por suerte el terreno era bastante llano, con ligera pendiente hacia abajo. Al mediodía hicimos un alto para comer y seguimos de largo. Antes de caer la noche encontramos el auto abandonado en medio de la pampa; cargamos nuestros bolsos en el baúl y di arranque, agotado. Superamos las rocas sin dejar el chasis en el intento, y a eso de las ocho estábamos descansando en nuestro albergue, donde pasaríamos la noche antes de partir al día siguiente para Buenos Aires. María nos cebó mate y entró un momento a vigilar la cena, dejándonos solos en el patio. Entonces me animé a preguntarle a Amatista sobre su ritual secreto.
-¿Puedo preguntar qué hacías anoche frente a esos hilos?
-Hablaba con los de arriba –fue su respuesta.
-¿Quiénes son ellos?
Me miró y se calló.
Las brujas, como los magos, tienen
sus secretos.
23
Estoy con un libro frente a mí, pero no leo. Es mi costumbre ensoñar o reflexionar, interrumpiendo una lectura. Eso no se puede hacer con un video ni mientras uno oye música. La lectura aporta ideas y despierta la reflexión. Y el tema sobre el cual reflexiono son las entidades invisibles. ¿Qué son? ¿Por qué se interesan en nosotros? ¿Por qué nos provocan dolor y buscan nuestra sangre? Me resulta evidente que son nuestros predadores. Salvador Freixedo lo ha explicado muy claro: así como nosotros depredamos a numerosas especies animales para alimentarnos con su carne y su sangre, así las entidades invisibles nos depredan a nosotros. Pero ¿cómo es posible que unos seres que no se ven se hayan convertido en nuestros verdugos, nos chupen la sangre y busquen nuestro sufrimiento? Aquí es donde la filosofía de la evolución muestra sus limitaciones, ocupándose únicamente de los seres biológicos y desdeñando las entidades que escapan a nuestra percepción.
He aquí un cuadro de nuestra evolución actualizado: primero aparece la materia inanimada: estrellas, quasares, planetas… agua, magma, minerales. Luego aparece aquello que se alimenta de la materia inanimada: bacterias, protozoos y plantas que consumen minerales y sintetizan la luz. Son el primer escalón de la vida. Pero enseguida aparece un nuevo nivel que se alimenta del anterior: son los herbívoros. Crecen y prosperan, pero casi al mismo tiempo surgen sus predadores, que conforman otra categoría nueva de seres vivos: los carnívoros. Luego aparece el hombre, que es un predador sui generis y explota a todos los demás. Aquí se detiene el cuadro tradicional de la evolución, dejándonos en la cima de los seres vivientes. Pero claro, los autores de este cuadro somos nosotros mismos. Y se sabe que uno siempre se reserva el mejor lugar.
Sin embargo, hay poderosas razones para creer que la evolución no se ha detenido aquí. Al parecer algo se ha desarrollado en una dimensión inmaterial y nos depreda a nosotros. El ser humano tiene algo más que carne y sangre para aprovechar: también tenemos sentimientos que se expresan como ondas cerebrales, de una riqueza que supera a los de cualquier otra especie animal. Y de esto precisamente se alimentan nuestros depredadores.
La evolución siempre otorga al depredador las armas adecuadas para poder matar o depredar a sus víctimas sin que éstas puedan evitarlo en la mayoría de los casos. Caso contrario, dichos depredadores desaparecerían, al ser incapaces de alimentarse. Cuando uno ve leones cazando búfalos, comprende que los dientes y garras con que la naturaleza ha dotado a los leones les permiten vencer habitualmente en tales batallas, dejando a sus víctimas casi siempre indefensas. Pues bien, nuestros predadores también están dotados con atributos que nos impiden defendernos de ellos: el más importante de todos es su inmaterialidad. En efecto, el ser humano posee una tecnología que lo hace prácticamente invencible en el plano material; pero un predador inmaterial puede abducirnos y alimentarse de nuestra sangre y nuestro sufrimiento a su antojo. La evolución, una vez más, otorga al predador la ventaja, y aquí nada tiene que ver la justicia, sino el equilibrio de la naturaleza que ignora olímpicamente el dolor de los seres.
¿Estamos entonces condenados? No totalmente. En ocasiones, los búfalos ensartan un león con sus cuernos y lo matan. Son raras estas victorias, es cierto, pero han sido filmadas. Nosotros también podemos hacer algo para defendernos de los depredadores invisibles, dentro de nuestras acotadas posibilidades. La superstición tradicional aconseja llevar un diente de ajo u hojas de ruda macho cuando uno transita por las soledades. ¿Por qué no hacerle caso? Aparentemente, ciertas plantas desagradan a nuestros predadores. Y ciertas entidades de su propia dimensión les causan miedo y los ponen en fuga. Si uno se encuentra con una aparición amenazadora, puede decir ¡Jesús! o ¡Virgen Santa!, lo cual provocará su socorro inmediato, porque en la dimensión inmaterial no existen los tiempos ni las distancias.
Hablando de Jesús y la Virgen… sus actitudes son ambiguas. Bien es cierto que propician milagros de sanación, y muchos enfermos terminales se han curado con el agua de Lourdes u otros lugares benditos. También he leído sobre algún caso raro donde una señora vestida de azul salvó a un niño que cayó por el hueco de una escalera… todo eso es cierto. Pero también torturan a sus contactados con estigmas dolorosos durante años, penitencias interminables, visiones del infierno… esto me tuvo desconcertado durante algún tiempo. Pero Freixedo me ofreció la solución: dichas entidades benignas también necesitan alimentarse de nuestra sangre y nuestro sufrimiento, porque pertenecen al nivel depredador suprahumano y tienen necesidad natural de ello. Pero a cambio nos ofrecen milagros y sanaciones, porque son buenas. Por el contrario, los depredadores malignos –alienígenas oscuros, sombras, espantos- son crueles e insensibles a nuestro dolor, se alimentan de esos sentimientos y de nuestra sangre sin escrúpulo alguno. Es la misma diferencia que hay entre un matador que tortura a un toro antes de matarlo, y una buena mujer que cuida a los animales, pero también se come un pollo porque tiene hambre…
Quiero terminar esta reflexión diciendo que la dimensión espiritual es parte integral del universo. Si el espacio comprende tres dimensiones -según Descartes- y el tiempo es la cuarta -según Einstein-, la dimensión inmaterial o espíritu es la quinta. No estamos separados de ella, por el contrario, nosotros mismos somos cuerpo y espíritu, estamos en todas las dimensiones a la vez. Y cuando nuestro cuerpo muera, quedará nuestro espíritu formando parte del universo, actuando sobre la realidad desde el plano invisible.
Podemos imaginar al universo como un mandala, cuyo centro es puramente espiritual y eterno. A medida que nos vamos alejando de él, los seres espirituales que proceden del centro se proyectan hacia el plano material que forma la periferia. Estos seres cambian poco, pues apenas están afectados por el tiempo en la medida de sus proyecciones al plano material; en cambio los seres de la periferia cambian rápido y son perecederos: simples mortales, esclavos del karma.
Cada cual por su camino,
a cada quien su destino.
24
Habíamos vuelto de las Altas Cumbres tres semanas atrás. En todo este tiempo Amatista no me había escrito, a excepción de algún monosílabo contestando mis mensajes. El sábado me dejé caer por El Conjuro tras avisarle que quería oír karaoke. Estacioné el Fluence a media cuadra y entré con los anteojos de sol puestos. Amatista estaba en el jardín del fondo junto con una amiga. La saludé con un beso en la mejilla y nos presentamos.
-Hola, soy Roger.
-Mucho gusto, Sandra.
No era ni de cerca tan bella como Amatista. Me senté junto a ellas y cuando vino la moza le pedí un trago.
-¿Cómo está tu mamá? –le preguntó mi amiga.
-Eso te quería contar. Desde que se colgó al cuello esa bolsita que me diste con esferas se siente mucho mejor… Hoy le dieron los resultados del nuevo estudio que se hizo ¡y el tumor le desapareció del pulmón!
-¡Qué alegría!
-Te lo agradezco de todo corazón.
En ese momento se acercó a saludarnos el mozo joven que ya conocía.
-Hola gente.
-¿Cómo vas, Dany?
-Diez puntos.
-¿Estás tomando agua de mar?
-Sí, desde hace un mes.
-¿Y?
-No tuve convulsiones en todo este tiempo.
-Bien…
El poder sanador de Amatista era real, aunque ni ella sabía cómo funcionaba. La invité a jugar un pool sin saber si había cogido un taco de billar alguna vez. Pero me sorprendió jugando a mi mismo nivel. Paseábamos alrededor de la mesa como enemigos que fingen ignorarse; pero cuando medía el tiro con su mirada montera parecía que me disparaba al corazón. Metimos todas las bolas rayadas y lisas y ya sólo quedaba en juego la negra, que cada uno debía meter en rincones opuestos de la mesa. Con un tiro zigzagueante Amatista consiguió arrimarla a su buchaca tanto, que bastaba tocarla para que caiga. Y me tocaba a mí. Se quedó mirándome como una estatua, su cuerpo curvilíneo contrastando con la rectitud del palo. Me dispongo a tirar: ya estoy condenado, qué más da. Apunto al hueco entre la bola y la buchaca e impulso con toda mi fuerza el taco: la bola blanca sale disparada a velocidad hacia el hueco y desaloja la negra, que de rebote viene a esta parte de la mesa y se introduce en mi propia buchaca. Amatista menea la cabeza incrédula y deja el taco sobre la mesa.
-Sos de terror…
Llega la hora del karaoke. Sandra se sube al tablado y canta una de Fabiana Cantilo: “Mi enfermedad”. Desafina un poco, pero todos la aplaudimos por compromiso. Excepto un gitano que al parecer está parando en el Apart Hotel de al lado.
-¡Que se vaya…!
Poco encantador, ya se ve. Sandra arranca con su segunda canción, pero ya el gitano alborota con silbidos y pullas. No parece muy promisoria la noche. Sandra se pone colorada y sigue cantando, pero está abocada al martirio. La pasa mal, y todavía le quedan varias canciones por cantar. Miro a Amatista: sus ojos están fijos sobre el gitano como si quisiera hipnotizarlo. La canción termina, y el gitano aplaude. No parece una broma, aplaude de verdad.
-¡Otra! ¡Otra!
Sandra no sabe si creer en su buena suerte, pero su rostro demuestra alivio. Arranca con la tercera canción, ésta es en inglés: “Feeling”. El gitano escucha con atención y respeto, y aplaude correctamente al final. Su actitud se mantiene así hasta la última canción. Sandra deja el tablado, contenta por su performance. Yo miro a Amatista extrañado ¿qué le hizo? Modificó la actitud de ese hombre con sólo mirarlo. Y le salvó el recital a su amiga.
-¡Bien, Sandra!
-¿Les gustó?
-Estuviste bárbara.
-Qué suerte…
Otros toman la posta del karaoke y nosotros vamos de nuevo al jardín por un último trago.
-Pensá una pregunta –dice Amatista- pero no me la digas.
-Ya está.
Toma una hoja de papel en blanco y la pliega, introduciéndola en un pequeño sobre.
-Ponete el sobre en el bolsillo de tu camisa, junto al corazón. Dentro de un rato va a aparecer la respuesta.
-Okey.
Ahora le toca el turno a Sandra. Piensa una pregunta y Amatista le da su correspondiente papel doblado en un sobre para que lo ponga sobre su corazón. Se forma una pequeña fila frente a la mesa. La moza cuyo nombre no averigüé y Dany no quieren quedarse afuera y se llevan un sobre con un papel cada uno tras hacer su pregunta mental. Parece un juego infantil. Pero con esta mujer nunca se sabe.
Amatista habla con su amiga y me ignora el resto de la noche. Me dispongo a partir. No me gusta imponer mi presencia a nadie.
-Bueno Sandra, ha sido un gusto.
-Igualmente.
Nos damos un beso en la mejilla.
-Chau Amatista, que sigas bien.
-Chau.
Ella me ofrece la mejilla y su gesto lo dice todo. Nos damos un beso rápido y abandono El Conjuro para siempre. En la calle hace frío. Camino hasta el Fluence y destrabo las puertas con el control remoto. En eso oigo unos pasos presurosos detrás mío: es Amatista que llega corriendo.
-No abriste el sobre para ver la respuesta.
-Ah, eso.
Saco el sobre del bolsillo de mi camisa y despliego el papel que hay dentro: aparece una frase anotada en él. Quizá usó tinta simpática, pero no me explicola pertinencia de la respuesta. Yo había preguntado mentalmente si Amatista llegaría a amarme, y la frase escrita misteriosamente parece contestar a eso:
“No hay dos sin tres. Si siguen juntos, ella te matará”.
La noche en las vías del tren… la semana en prisión… dos veces me buscó la desgracia sin encontrarme. Volteo el papel para que Amatista pueda leer la frase.
-¿Cómo supiste mi pregunta?
-No la sé ni siquiera ahora.
-No te creo. Era obvio que yo iba a preguntar si me amabas… Vos redactaste la respuesta usando tinta simpática.
-Me conocés bastante como para saber que desprecio los trucos de prestidigitación. Sólo me interesa la magia verdadera.
-¿Entonces quién escribió esto?
Amatista fija en mí sus ojos brujos y pronuncia las palabras que siguen resonando en mis oídos después que se ha ido.
-Tu Ángel de la Guarda.
Arranco el Fluence y su ronroneo suave me resulta sedante. Pronto me alejo por las avenidas solitarias de la noche… empieza a lloviznar y prendo el limpiaparabrisas. Adiós, mujer gótica.
Intermezzo
25
“La Agencia Federal de Inteligencia desclasifica
archivos confidenciales sobre abducciones extraterrestres”. Tal el titular de
la noticia publicada por los diarios, que me dejó asombrado. No quise
preguntarle a Amatista si ella había tomado la decisión, porque lo nuestro
había terminado. Pero su rango jerárquico dentro de la AFI así lo hacía
suponer. Al parecer, la agencia tenía informes sobre casos misteriosos en la
Argentina que ningún director anterior había tenido el coraje de publicar.
Busqué a tientas por Internet los informes desclasificados, y finalmente di con
ellos en una página a la cual fui redireccionado desde el sitio oficial de la
AFI.
Eran de dos clases: informes médicos y
relatos de avistamientos cercanos y abducciones. Los informes médicos iban
acompañados de fotos, algunas de ellas impresionantes. “Cáncer de esófago”,
rezaba el texto junto a la imagen de un hombre con la garganta destruida.
“Retina dañada. Posible efecto de la radiación”. “Dermis atrofiada por contacto
con objeto rectangular”. “Melanoma producido por un rayo luminoso, según
testigo”… también había radiografías cuya pertinencia no entendí hasta que leí
la descripción: “Implante intradérmico. No se observa ninguna cicatriz”. Miré
atentamente y en efecto, la radiografía mostraba lo que parecía un chip
transparente de un centímetro cuadrado, unido a dos alambres paralelos. ¿Cómo
había llegado eso ahí, sin producir cicatriz alguna en la piel?
Por lo
visto, no todas eran impresiones subjetivas de los testigos. También había
efectos físicos, casi siempre adversos para los humanos que contactaban con las
entidades cósmicas. La AFI había reunido una buena colección de evidencias,
tomadas de historias clínicas de los abducidos.
Ahora dirigí
mi atención a los relatos de tres casos que por alguna razón en su momento
habían sido clasificados como información confidencial. Empecé a leer sintiendo
de algún modo que Amatista estaba a mi lado, compartiendo la lectura. Pronto
sin embargo me sumergí profundamente en las historias, donde afloraban las
vetas más oscuras del fenómeno ovni. Quien conoce la ineptitud burocrática no
se asombrará de que los llamados “informes clasificados” no sean otra cosa que
refritos de artículos periodísticos; pero lo importante son las experiencias
vividas por los protagonistas, de las cuales apenas nos dan una vaga idea los
textos. He aquí los tres casos desclasificados, según los testimonios
compilados por la AFI:
-Caso LLanca
“Dionisio
Llanca miró un episodio de "Ladrón sin destino" mientras cenaba un
bife y un par de vasos de Cepita. Al rato se preparó, saludó a su tío, se puso
la campera y salió. Era apenas pasada la medianoche de sábado en Bahía Blanca,
pero Dionisio (25) no iba a un boliche, sino a trabajar: subió a su camión
Dodge 600 y arrancó para Río Gallegos con materiales de construcción. Una goma
estaba baja, pero decidió partir igual. Al rato el camión se empezó a bambolear
sobre la Ruta 3 y decidió cambiar el neumático. Estaba a casi 20 kilómetros de
Bahía. Se bajó del vehículo y comenzó a trabajar. De repente miró hacia la
izquierda y vio una luz amarillenta. Era la 1.15 de la madrugada del 28 de
octubre de 1973 y en ese momento comenzó lo que se considera el caso de
abducción más famoso y polémico de Argentina, caballito de batalla del ovnílogo
Fabio Zerpa, pero que dejará una amarga huella en su protagonista.
Dionisio
creyó que esa la luz que se acercaba era la de un auto, pero se le vino encima
y lo paralizó. Se dio vuelta y vio "una cosa grande, con forma de plato,
suspendida en el aire, a unos siete metros de altura" y a tres seres, dos
hombres y una mujer, a su lado. Eran altos, rubios y de ojos rasgados, y
vestían mamelucos ajustados color plomo. Hablaban en un lenguaje incomprensible
sin vocales que sonaba como una radio mal sintonizada, con chillidos y
zumbidos. Le tocaron la mano derecha y le hicieron una incisión, aparentemente
para sacarle sangre. Perdió la conciencia. Se despertó en los corrales de la
Sociedad Rural de Bahía Blanca, a casi 10 kilómetros de donde había parado con
el camión. Comenzó a caminar. No sabía quién era. Vagó por comisarías, donde
creyeron que era un borracho más. Terminó en el Hospital Español y allí lo vio
el doctor Ricardo Smirnoff, médico forense de guardia, quien luego lo haría
internar en el Hospital Municipal. Recién el 30 de octubre, Dionisio recordó en
parte lo que le había pasado.
El
periodismo empezó a interesarse en ese camionero que había pasado por esas
raras circunstancias. La primera nota en la revista Gente se publicó el 8 de
noviembre y al mismo tiempo entró en escena Fabio Zerpa. La "Operación
Bordeu", como se bautizó el caso en base a la localidad donde sucedieron
los hechos, comenzó con "cinco médicos de Bahía Blanca: Roberto García del
Cerro, psicoanalista; Eduardo Matta, psiquiatra; Nora Milano, psicóloga; Eladio
Santos, hipnólogo, y Ricardo Smirnoff, médico forense", según escribió
Zerpa en "El ovni y sus misterios".
Después
Llanca sería llevado a Buenos Aires, donde fue visto por tres médicos más:
Agustín Luccisano, toxicólogo de La Plata; Juan Antonio Pérez del Cerro, directivo
de Ontoanálisis, y Héctor Solari, hipnólogo y psicólogo.
En la primera etapa de la
"operación" Dionisio fue hipnotizado por Santos y empezó a narrar la
historia completa. Contó que "los seres extraterrestres sacaron un haz de
luz compacto y coherente, por el que descendieron como si fuera una plancha de
hormigón luminosa. La mujer precede a los hombres, y empiezan a caminar para
tomar contacto con Dionisio, a quien hacen la incisión en la mano derecha, en
los dedos pulgar y el índice".
Luego
entraron en el ovni. Allí Llanca vio "muchos aparatos, dos televisores,
una radio. Me habla la radio. Ellos me dicen que no tenga miedo, que son
amigos, que vienen desde hace mucho tiempo. Quieren saber si nosotros podemos
vivir en la tierra de ellos", contó Dionisio.
Después de
las sesiones de hipnosis llegaron las inyecciones de pentotal sódico, por
aquellos años conocido como "suero de la verdad" porque produce una
relajación que imposibilita al paciente producir fantasías, es decir, mentir.
"El doctor Smirnoff aplica pentotal endovenoso en el antebrazo del
camionero y éste vuelve a repetir (como si fuera un disco rayado) lo que había
dicho en las sesiones de hipnosis", contó Zerpa. Luego siguieron tests
psicológicos y análisis en Buenos Aires.
Esta pesquisa
fue para Zerpa su caso perfecto y con ella obtuvo el premio a la mejor
investigación en el Primer Congreso Internacional de Ovnilogía en Acapulco,
México, en 1977.
No obstante,
otros investigadores dudaban del testimonio de Dionisio. Así, Guillermo
Roncoroni publicó en 1977, y actualizó en 1983, un informe en que asegura que
"hay pruebas inequívocas de un fraude". Al final del texto añade las
conclusiones del estudio del doctor Solari: "Llanca no es un testigo
hábil". Lo curioso es que este especialista había sido aportado por el
mismo Zerpa.
Mientras
tanto, la vida de Dionisio Llanca pasó a un cono de sombra. No se supo nada de
él durante muchos años y se especuló con su fallecimiento. Este 2021 lo
encontraron Lorena Sciarratta y Marina Giaveno, del Café Ufológico Rosario (CUR),
y comenzó otra historia: la del sufrimiento de Llanca, sometido, según su
testimonio, a interminables sesiones de pentotal.
Vía Zoom, el
excamionero repitió la historia de la abducción y contó que con las inyecciones
de pentotal su vida "fue un calvario, pensé que me moría, la piel se me
hacía como escamas de pescado y se me caía". Agregó que "me llevaban
al consultorio y me ponían el suero cada dos o tres días. Era el mayor de los
sufrimientos. Las inyecciones eran tremendas".
El doctor
Smirnoff contaría más tarde, también en charla con Sciarratta, que "no era
habitual utilizar el pentotal, pero era uno de los métodos posibles para poder
extraer de una persona la mayor cantidad de información posible sin agredirlo.
Fue el primer caso en el que a un testigo de algo así se le puso
pentotal". Smirnoff aseguró que lamentaba "lo que pasó después de las
sesiones que hizo conmigo. Indudablemente no lo supieron proteger".
Los doctores
Santos y Matta dijeron en Gente que "no disponemos de ninguna manera de probar
que no estuvo en un objeto volador. Ni disponemos de una técnica capaz de
probar que sí estuvo. Dionisio Llanca ha contado, bajo hipnosis y pentotal,
siempre la misma historia". Esa historia, la de su encuentro con los seres
de pelo rubio y traje plateado, terminó marcando la vida del camionero. Para
bien o para mal, Dionisio Llanca siempre será el hombre al que, en palabras de
Eduardo Matta, "le pasó algo fantástico y terrible".
26
-Caso Pucheta
“El 2 de marzo del año 2006,
cerca de las 21:30, el cabo Sergio Pucheta, un agente de la División Abigeato
UR II de la localidad de General Pico realizaba una recorrida de rutina por la
zona rural cercana a esa población, a bordo de una moto Honda 150. Ese día, su
ruta había cambiado levemente. Marcelo Villegas, un camarada de la comisaría
segunda de Pico, le había pedido que cubriera también su jurisdicción porque
era su jornada de descanso. El cabo Pucheta comenzó la ronda a las 19.30 y
llevaba 80 kilómetros recorridos hasta que llegó a un lugar conocido como “el
cruce las cañas”. En este punto, distante a 25 kilómetros de distancia al sur
de la localidad de General Pico, divisó entre el monte un extraño resplandor.
Pensando que podían ser cazadores
furtivos, detuvo el vehículo, colocó su casco sobre el espejo y descendió de la
moto. Caminó por el lugar, pero no pudo ver ni escuchar nada, hasta que pocos
minutos después, cuando se disponía a subirse al rodado, aparecieron dos
extrañas luces rojas que inmediatamente lo encandilaron y lo paralizaron. Los
dos faroles estaban a unos 50 metros de distancia del agente. A pesar de tener
31 años, poseer un gran estado atlético y de que había participado hacía un año
en un programa de capacitación para fuerzas especiales, la situación lo tomó
totalmente por sorpresa. No tuvo tiempo de desenfundar, ni de ninguna otra
reacción.
El cabo Pucheta estaba a un costado
del cruce, enceguecido por las luces y casi estático. Solo podía mover sus
manos. Un extraño cosquilleo recorría su cuerpo. Un segundo después se
encontraba desarmando el Handy, la pistola y el celular. El no recuerda en que
momento realizó esa acción y mucho menos por qué. Desde ese punto,
perteneciente a la localidad de Dorila, llamó por teléfono al Agente Marcelo
Villegas de la comisaría segunda. A esta acción, Pucheta tampoco la recuerda.
Lo atendió la esposa de Villegas, Norma. La mujer contó en su momento que notó
la voz del joven cabo distorsionada y sólo le preguntaba por su marido, y le
imploraba que se acercara al cruce. Villegas se estaba duchando en ese momento.
La comunicación se cortó y la mujer intentó en vano comunicarse con Pucheta
nuevamente.
Pocos minutos después el teléfono
volvió a sonar, esta vez atendió Villegas, del otro lado, se escuchó la voz del
joven policía decir: “venite para las
cañas, vos sabés lo que pasa”. La comunicación nuevamente se
interrumpió. Desesperado, Villegas llama al teléfono de emergencias 101, y diez
minutos después, al mencionado cruce llegó el jefe del comando radioeléctrico,
el Comisario Inspector Roberto Osvaldo Ayala, que
precisamente en ese momento estaba en servicio.
En la punta del enorme cañaveral
de casi 800 metros, encontraron todo, menos a Pucheta. Abandonada en el lugar
estaba la moto, una Honda Legajo 109, patente 520 CMZ. El vehículo estaba
recostado sobre su lateral izquierdo. Un poco más allá vieron el Handie Talkie
marca Alan desarmado; el arma reglamentaria calibre 9 milímetros marca Hipower
también desarmada; es decir, disperso en el terreno estaba la empuñadura,
corredera, cañón, resorte y el seguro de corredera, junto con el cargador y los
proyectiles; dicen que las balas estaban perfectamente apiladas, paradas y en
orden. Aparece también el teléfono de Pucheta, un artefacto marca Nokia, con
una funda gris con la inscripción “Policía”. Pasando en limpio, estaban todas
las pertenencias de Pucheta, pero a él se lo había tragado la tierra. Por lo
llamativo del caso, inmediatamente se dispone un cerco perimetral para
preservar el sitio y se da aviso a todos los móviles disponibles para que
busquen al agente desaparecido. Es decir, que a los pocos minutos de la llegada
de los efectivos del comando de radiopatrulla, vehículos de muchas
jurisdicciones salieron desde el cruce de las cañas en todas las direcciones, y
también un grupo de agentes comenzaron a caminar rumbo a la localidad de
Agustoni. En el camino no había rastro de pelea, tampoco
huellas de otro vehículo. El único rastro que se encontró mostraba como que
Pucheta había salido rumbo al Meridiano Quinto, una calle de tierra que divide
la provincia de Buenos Aires y La Pampa. El propio Villegas llegó al lugar en
un móvil que pidió especialmente para ayudar en la búsqueda. Fue él quien
se da cuenta que algo extraño había pasado con las pisadas de Pucheta.
Al principio parecían pasos normales, pero de
pronto, la distancia entre huella y huella comenzó a separarse. Un metro, dos
metros, hasta siete metros. Era como si lo fueran levantando. La secuencia se
repitió durante 2800 metros. Dice Pucheta que él sentía presencias, como que lo
agarraban y lo tiraban. Pero no podía ver a nadie. “Parecía que iba volando”,
confesó en su momento al agente Villegas. Lo último que encontraron fueron unas
tímidas marcas de la punta de los borceguíes, después nada.
De inmediato, intervino el Juzgado de Instrucción y Correccional número cuatro, de General Pico, a cargo del Dr. Luis Alberto Abraham. La carátula textual del expediente fue “s/paradero” (averiguación de paradero). No solo trabajó la policía local, se movilizó a toda la fuerza de la provincia. El Ministro de Seguridad, el Dr. Juan Carlos Terno, el jefe de Policía, Ricardo Baudaux, toda la fuerza conjunta buscando a este cabo que había desparecido en circunstancias realmente extrañas. A las 2 de la mañana comenzó a llover, una fuerte tormenta azotó la zona complicando más la búsqueda.
Al otro día, 3 de marzo del año 2006, cerca de las
15:55, en una zona conocida como “El Triángulo”, un punto distante a 15
kilómetros de distancia al suroeste de la localidad de General Pico, el cabo
Pucheta aparece. Esto
sucede a 28 kilómetros de donde fue visto por última vez. Lo encuentra el dueño
del campo, el señor Luis Alberto Barbero. El hombre asegura que a la hora
15:55, al llegar a ese punto encontró sobre el costado del camino vecinal de
tierra, paralelo a la ruta provincial número 1 y las vías del ferrocarril, a un
hombre, vestido como había desaparecido, sentado y con su rostro oculto por sus
brazos.
Barbero intentó comunicarse con el policía, pero éste no contestaba. En
ningún momento emitió ninguna palabra. Como el hombre no reaccionaba, llamó con
su teléfono celular al número de emergencias. Unos minutos después, llegaron al
lugar todas las unidades de la zona, atrás la ambulancia y al rato, los medios.
Dice Pucheta que algo dentro de su cabeza, algo, le decía “si te quedas acá te
venimos a buscar de vuelta”. Poco a poco, el joven cabo fue incorporándose.
Cuando pudo pararse solo atinó a abrazar a su superior, el Comisario Inspector
Roberto Osvaldo Ayala, y se quebró en un llanto desconsolado.
Un rato después, mientras
Pucheta era trasladado al hospital de General Pico, algunos fanáticos de los
Ovnis, oportunistas, alimentaron la versión de que el agente había hablado de
seres pequeños con ojos rojos, que le daban órdenes y otras patrañas, pero nada
de eso era cierto. Desde el minuto uno, algunas personas quisieron colgarse de
la historia para tener un minuto de cámara.
Volviendo al dueño del campo, el
hombre que lo encuentra, Barbero no observó en ningún momento huellas de
calzado o de vehículo en el lugar. Fue como si a Pucheta lo hubieran dejado
ahí. Un dato curioso, recuerdan que la noche anterior había llovido, y mucho.
Según lo declarado en el expediente policial, la lluvia recién dio tregua a las
13.30; sin embargo, el pullover de color negro que llevaba puesto el cabo, al
tocarlo estaba seco. También su pantalón se encontraba seco. Los borceguíes
estaban mojados, pero no como de lluvia, como si hubiera andando caminando
entre los pastos. No tenía ningún abrojo agarrado al pantalón, un signo de que
nunca se metió al campo.
Al llegar al centro asistencial,
detectaron que tenía los pies con algún tipo de quemadura, con ampollas, y en
el medio de estas, pequeños puntitos. Pucheta insistió en todo momento que lo
llevaran a una habitación sin luz. Esa fotosensibilidad duró un tiempo. Después
vino un sumario, la investigación y finalmente la baja del servicio. En mayo
del 2013, por resolución 383, publicada en el boletín oficial, Pucheta fue
pasado a retiro obligatorio, porque desde el momento del incidente no pudo
volver a trabajar, debido al trauma generado por la experiencia. La desaparición del cabo Pucheta
es un misterio, todo es compatible con una abducción de las que tanto hemos
hablado.
En confianza, Pucheta cuenta sobre imágenes vagas de esa noche, que veía
el campo desde arriba, como que él estaba a bordo de algo y que veía como todo
se iluminaba mientras iba pasando. Recuerda que cuando apoyaba los pies, sentía mucho
calor. Asegura que no quiere pasar nunca más por lo mismo y que todavía hoy
sigue evitando ir al cruce las cañas, donde aquella noche vivió un hecho
inexplicable.”
27
-Caso Trancas
“Se volvió un caso emblemático por la
cantidad de protagonistas, la solidez de su historia y un relato sin fisuras de
lo que ocurrió en la noche del 21 de octubre de 1963 en la finca de la familia
Moreno en las cercanías de la villa de Trancas, provincia de Tucumán. Fueron
testigos directas las hermanas Argentina Moreno de Chávez y Yolie
Moreno de Colotti, además de Dora
Martín Guzmán, que trabajaba en la casa. “No me olvido más de
aquello. Ese día quedó grabado a fuego. Siempre aquellas imágenes, naves,
colores y movimientos vuelven”, explicó la testigo Yolie Moreno a quienes la
entrevistaron. “Dorita entró a la casa diciendo que no iba seguir en la cocina
con su tarea, porque había unas luces extrañas al frente de la casa. Mi
padre, Antonio (Moreno),
quien estaba un poco enfermo y no podía salir, intentó hacerlo igualmente para
cerciorarse sobre lo que ocurría. Mi hermana, Argentina, lo detuvo y decidió
salir hacia la galería con una pistola en su mano y una linterna. Yo fui por
detrás.”
Yolie salió al patio mirando hacia el
lugar indicado por Dorita. Entonces vio que desde dos focos potentes salían
haces de luz que iluminaban las vías, como los faros de una locomotora
invisible entre la niebla. También se notaba, pese a la distancia, a gente que
caminaba por el rail. Parecía una cuadrilla de peones de vía y obra trabajando
en el terraplén. Las tres mujeres tuvieron una visión casi dantesca que las
llenó de inquietud y temor. A unos 30 metros de la galería, detrás del jardín y
sobre el portón de acceso, unas luces blancas y gaseosas se balanceaban en la
oscuridad. En ese momento “uno de los círculos de luz cambió de tonalidad hasta
convertirse en violeta”, según la testigo, quien agregó que las mujeres “fueron
invadidas por un calor que las obligó a refugiarse en la galería”. Para la
testigo esas personas que caminaban en la vía no pertenecían a los servicios
ferroviarios, “ya que iban y venían como por un tubo luminoso, caminaban de un
lado a otro”.
Este era uno de los temas que podía
ser explicado en que por esos días se estaban realizando trabajos, y por esas
vías fueron trasladados los soldados de regimientos de Tucumán hacia la zona
donde se iban a realizar las maniobras de entrenamiento dispuestas por las
autoridades militares. Falta decir que durante aquellos hechos, mientras las
mujeres estaban afuera, en la casa permanecieron don Antonio, de 72 años, y su
esposa Teresa Kairuz, de 63, y tres
pequeños, dos hijos de Argentina y un bebé hijo de Yolie. Aquella luz que
iluminó a las tres también apuntó a la casa. Los ocupantes también sintieron
calor y hasta los pequeños, según relató Yolie, estaban transpirando. Un dato
nuevo que contó la mujer fue que cuando era pequeña (tenía cuatro o cinco
años), mucho tiempo antes del caso de 1963, vivió una experiencia especial.
Ella se lo relató a sus padres, quienes le dijeron que no sea fabuladora.
“Estaba en la finca hacia el lado del portón y vi tres hombres que me hablaban.
Primero no entendí pero se comunicaban entre ellos como probando nuestra lengua
hasta que entendí lo que me decían. Preguntaron qué hacía, que hacíamos en la
finca, cosas simples. Volví a la casa, se lo dije a mis padres que no me
creyeron, y no los volví a ver”, relató.
Otro dato interesante del caso es el
análisis de sustancias pulverizadas similares al talco encontradas en el lugar
donde supuestamente operaban las naves. El análisis fue realizado por el
doctor Walter Gonzalo Tel, jefe de
laboratorio del Instituto de Ingeniería Química de la Universidad Nacional de
Tucumán. Los resultados fueron impresionantes: 96,48% de carbonato de calcio y
3,51% de carbonato de potasio. Es decir, calcio en estado casi puro.
En las vías del Ferrocarril Belgrano
también se encontraron pequeñas bolas de calcio y magnesio, que también
presentaban el mismo estado de pureza. Además en la zona quedaron por varios
años círculos donde no crecía vegetación, lo cual fue confirmado posteriormente
por la mujer: “durante muchos años, en las zonas donde estuvieron sobrevolando
los objetos en la parte de adelante no crecía nada, pusiéramos lo que
pusiéramos. Aún hoy hay lugares donde no se puede cultivar y la maleza propia
crece muy débil y sin fortaleza”.
Sobre las bolillas encontradas, Yolie
dice que ella las recogió para que fuesen analizadas. “Eran como del diámetro
de una naftalina, pero no eran parecidas a nada que había en la zona. Eran muy
extrañas, por eso las recogí”.
El informe policial firmado por el
comisario inspector Marcos Fidencio Hidalgo señalaba
que “los rayos de luz fueron acompañados por un especie de neblina blanca con
fuerte olor a azufre. Tal situación se prolongó por espacio de 40 minutos
después de los cuales los aparatos desaparecieron”.
“El caso Trancas marcó un antes y un después, sobre todo para aquella época,
cuando hablar de ovnis era de locos”, dijo Carlos Burgi,
ufólogo de Tucumán Ovni. “Es icónico porque no sólo vieron las naves las
hermanas Moreno, sino sus papás, la empleada y los vecinos”. Además, las
supuestas naves dejaron pelotitas blancas y manchas en el césped y en las vías,
contó Burgi. “Vino la UNT a investigar e hizo un análisis (de las bolitas) que
dio carbonato de calcio 98%”.
Yolie relató que la luz parecía
sólida, pero sí se podía introducir la mano “como lo hice yo y rápidamente se
apagó”. En otras entrevistas, junto con su hermana dijeron que pese a la fuerte
luz y la neblina, pudieron ver la nave que tenía “aspecto metálico” y pudieron
ver “como unas seis ventanillas pero no el interior, ya que la luz de adentro
lo impedía”. Tras 40 minutos las naves que “nunca se posaron en la tierra y se
mantenían a escasos metros sobrevolando, se retiraron en formación hacia las
sierras de Medina. Eran siete objetos”. Otro elemento extraño fue que los
perros de la casa, durante todo ese tiempo, se mantuvieron en silencio. Y
recién tras la salida de las naves comenzaron a ladrar y aullar por un tiempo.”
28
Quedé muy
reflexivo tras leer estos tres casos, quizá los más impresionantes de la
ovnilogía argentina. Dionisio Llanca sufrió una abducción, vio tres seres que
le practicaron una incisión en la mano y lo llevaron a su nave, tras lo cual
perdió la conciencia y despertó a diez kilómetros de donde había detenido su
camión. Uno se tienta de pensar en una teleportación, aunque no puede probarse.
Llanca pudo haber caminado esos diez kilómetros sonámbulo, al menos cabe esa
hipótesis.
Pero en el
caso Pucheta, sí que hay evidencia física de una teleportación. Son esas
huellas dejadas por sus borceguíes, según la descripción del agente Marcelo
Villegas: “al principio parecían pasos normales, pero de pronto, la distancia entre
huella y huella comenzó a separarse. Un metro, dos metros, hasta siete metros.
Era como si lo fueran levantando. La secuencia se repitió durante 2800 metros.”
Y el propio Pucheta relata que sentía presencias, como que lo agarraban y lo
tiraban. Pero no podía ver a nadie. “Parecía que iba volando”. También dice que
veía el paisaje “desde arriba”.
No tenía ningún abrojo prendido en el
pantalón, señal de que no había atravesado el campo. Quienes hemos andado alguna
vez campo través en lugares poblados de abrojos, sabemos que esto es imposible.
Además, durante las horas de su desaparición, había llovido intensamente; pero
su pullover y su pantalón estaban completamente secos. Todo indica que fue
teleportado desde donde fuera visto por última vez hasta su reaparición en otro
lugar situado a 28 kilómetros.
Ambos hombres, Dionisio Llanca y el cabo
Pucheta, sufrieron confusión y cierto grado de amnesia. Llanca tuvo que pagar
además un precio social muy elevado, ya que el escarnio a que fue sometido por
la gente ignorante lo obligó al ostracismo. Sólo al final de su vida, dos
buenas mujeres lo recogieron y le brindaron apoyo emocional.
Y luego estaba el caso Trancas… una locura total. Nunca antes había visto un caso
donde se mezclan los ovnis, las luces sobrenaturales y los trenes… gente
caminando en las vías, yendo y viniendo por un tubo de luz… operarios de algún
gremio estelar. Y el calor emanado de esa fuente insólita, haciendo transpirar
incluso a los niños adentro de la casa. Restos palpables en forma de bolitas
minerales de calcio cuasi puro. Para quienes gusten ver la magia por el
microscopio. Y testigos a granel, como para llenar una sala entera de los
Tribunales. Pasen y vean.
Un detalle
llamó mi atención: la testigo Yolie Moreno tuvo un encuentro del tercer tipo
cuando era una niña, muchos años antes del suceso en Trancas. Esto sugiere que
algunos seres humanos son catalizadores de las presencias ultradimensionales,
como ocurría con Cristo Akoglanis. También quedaron en Trancas huellas
indelebles dejadas por los ovnis, como en el cerro El Pajarillo, aunque de
menor tamaño. Nada crecía allí normalmente, por años la vegetación fue
inexistente o escuálida. Este es un patrón general del fenómeno ovni, así como
las luces de apariencia sólida que se convierten en rampas o tubos por donde
circulan tripulantes y abducidos.
La AFI se
había puesto al día, siguiendo la moda del FBI y la CIA. Ahora era cool
reconocer la existencia del fenómeno ovni, ya no se echaba baldón sobre quienes
padecieron una abducción, como el pobre Dionisio Llanca. Amatista era una
directora capaz que sabía navegar a favor de la corriente, virtud necesaria
para todo puesto político, o semi político como el suyo. Contrariamente a un servidor,
más preocupado por lo invisible que por el mundo material y prosaico de las
conveniencias.
Renuncié a la
tentación de escribirle mis reflexiones sobre los casos desclasificados. Lo
nuestro era muy reciente, y no quería parecer un mendigo de amor acercándome a
ella con cualquier pretexto. Bien sabía lo cruel que puede ser una mujer en
tales circunstancias, y Amatista superaba la media. Qué digo, descollaba entre
las mejores, y si no que lo diga el funcionario a quien le comió el puesto como
una mantis hambrienta de poder. O el progenitor que la violó y terminó tatuado
en su muslo. Ahora descubría un nuevo significado en la advertencia escrita por
el ángel: “No hay dos sin tres…” yo sería el tercero, si no mantenía distancia.
Decidí irme a
España. Siempre me gustó el Mediterráneo y necesitaba cambiar de aires. Hice
girar mi dedo por el mapa de la península ibérica y aterrizó por casualidad en
Benidorm. Nunca había oído a nadie hablar de este lugar, pero las fotos
mostraban una especie de Nueva York sobre el mar. Perfecto, me dije, éste es mi
lugar. Alquilé por Internet una habitación allí y volé por Iberia, no sin antes
vacunarme contra el Covid por tercera vez, ya que mis vacunas rusas previas no
eran aceptadas.
Apenas llegar
me fui a la playa -aunque aún no era verano- y comprendí que había acertado en
mi decisión. Era un sitio para mí, con mar y montaña. También tenía una
biblioteca pública bien provista, donde encontré material interesante para
leer. Armé una rutina de exploraciones por todos los puntos de la costa blanca
y lecturas de autores españoles recientes cuyos libros no llegaban a Buenos
Aires. Pero el recuerdo de Amatista no me abandonaba, especialmente cuando
miraba las puestas de sol sobre el mar somnoliento y sombrío. Naturalmente en
tal estado de ánimo surgieron poemas que la recordaban:
Y de repente encuentro un ser perfecto.
Negra cabellera de azabache, cuerpo altivo y rostro de
una dulzura que lastima.
Debo hipnotizarte, para llevarte a la soledad y a la
noche.
En el amor y en la guerra todo vale: magia negra y el
talismán de Circe.
Solía detenerme en el Balcón del Mediterráneo para
sentir la brisa cálida limpiando mi espíritu:
Sobre el horizonte marino los violetas y malvas del
crepúsculo se disuelven en un azul profundo y éste ya es la noche.
Abrazados contemplamos el crepúsculo, luego nos
besamos en la orilla confundidos con la oscuridad.
Es como si besara la noche. Sólo distingo el brillo
incierto de tus ojos, como astros reflejados en las olas.
Sube a mi barca velera, y te llevaré hasta una isla
tan lejana que no tiene nombre.
A veces el tiempo cambiaba caprichosamente, o eran
sentimientos que atravesaban mi corazón como nubes:
Hoy llueve. El mar plisa su sábana verde botella bajo
un cielo de plomo.
Lejanas olas rompen contra el arrecife, disolviéndose
en estallidos de espuma.
La lluvia forma lágrimas en mis mejillas mientras
recorro el paseo marítimo, pero yo estoy feliz en medio de tanta tristeza.
Imagino un bistró acogedor y pienso en tomar un café
imposible contigo.
Estuve tres
meses en esta ciudad balnearia, y luego peregriné a Lourdes para buscar el agua
milagrosa de la Virgen. Pasé luego por Andorra y volví a España,
estableciéndome en Mallorca por otra temporada. Aquí los viejos monasterios
medievales me impresionaron con su fascinación siniestra y escribí un relato
inspirado en ellos. Parecía un viaje literario, a la manera de los poetas
románticos. Estas aventuras creativas tuvieron la virtud de alejarme de aquella
violenta pasión que amenazaba devorarme, ofreciéndome nuevos motivos de
interés.
Durante mis
exploraciones por el laberinto de estrechas calles de Palma descubrí el
santuario de Monte Sion, una antigua sinagoga convertida en iglesia cuya pared
occidental aún conserva las piedras del templo hebreo original. Con asombro
comprendí que estaba ante un mini Muro de los Lamentos, donde la gente
introducía papeles doblados entre las piedras pidiendo deseos, como acostumbran
en Jerusalén. Yo también hice lo mismo, y esa noche vi una hermosa estrella
fugaz, tal vez la respuesta del cielo a un deseo profundo de mi alma, escrito o
no escrito. Aunque no lo sabía, ese era un anuncio de algo importante para mi
vida, que se cumplió años después.
Pasados siete
meses, sentí que ya era hora de regresar a casa. Experimentaba una tranquilidad
nueva, habiendo comprendido al fin que cada persona tiene su camino y no es
posible apropiarse de aquel quien te atrae. Esto parece fácil de entender
racionalmente, pero es muy difícil hacérselo aceptar a tu alma. Somos seres de
costumbre, mucho más que de raciocinio. Y en este viaje me había acostumbrado a
estar solo, y disfrutarlo. Ya no me era imprescindible la compañía de una
mujer… o al menos eso creía.
29
Revisando la
página web redireccionada por la AFI hallé que habían desclasificado un nuevo
informe. Estaba caratulado como “Amenazas a la Agencia”, y se caracterizaba por
una marcada paranoia:
“A partir de
noviembre de 1963, la SIDE (Servicio de Inteligencia del Estado, antiguo nombre
de la AFI) ha recibido cartas de remitente desconocido con amenazas hacia su
director para que abandone la investigación del caso Trancas del Valle y cierre
el sumario. Se habían citado a testigos para ampliar sus declaraciones, pero
las audiencias fueron suspendidas para garantizar la seguridad de los mismos,
así como de los funcionarios de la agencia. Asimismo se revocaron las órdenes
de análisis que se habían encargado a un laboratorio sobre las muestras
obtenidas en las vías del ferrocarril. Esto pareció surtir efecto, pues las
cartas amenazantes dejaron de llegar. Paralelamente se inició una investigación
para dar con los autores y/o remitentes de las mismas, interrogando a empleados
de la sucursal de correos donde se habían despachado las cartas.
No se logró
identificar al remitente, si bien un empleado recuerda a un hombre de traje y
corbata negra que se acercó a dicha sucursal en repetidas oportunidades para
enviar cartas. Su descripción no contiene ningún detalle que permita
identificarlo, cicatriz ni rasgo facial especialmente notorio. La edad del
sospechoso ronda los cuarenta años, pelo negro y tez blanca, sin bigote ni
barba. El director decidió reanudar la investigación y citar de nuevo a los
testigos, pero apenas fueron enviadas las citaciones a sus respectivos
domicilios, empleados del Servicio y el director mismo vieron un helicóptero
negro sin identificación alguna sobrevolar en repetidas oportunidades el
edificio sede de la SIDE. Se requirieron informes a la Fuerza Aérea y a la
Policía Federal para que hagan saber si dicha aeronave pertenecía a esas
instituciones, con resultado negativo. El director ordenó entonces cerrar la
investigación y clasificar lo actuado como estrictamente confidencial.”
Un caso
perfecto de Hombres de Negro, sea cual sea la naturaleza de tales personajes.
¿Era el autor de las cartas un simple mensajero de los alien? Un señor X
poseído por inteligencias cósmicas, escribiendo amenazas a la SIDE en sus ratos
de ocio? ¿O era él mismo una pura apariencia, un maniquí orgánico hueco por
dentro? ¿Y el helicóptero negro? ¿Cuál era exactamente su mecánica? ¿Tenía un
rotor Pescara? Lo cierto es que ni la Fuerza Aérea ni la Policía supieron dar
razón de su existencia. Al lado de este misterio, las mismas luces del caso
Trancas palidecían.
Y las
amenazas volvieron a llegar a la SIDE, exactamente diez años después.
“A raíz de la
publicidad que se ha dado al caso Dionisio Llanca, y la investigación del mismo
iniciada por los Servicios de Inteligencia del Estado, se han recibido en estas
dependencias llamados telefónicos exigiendo el cierre de la investigación. Se
trata de una voz masculina, anónima, que habla con mucha agresividad. La
funcionaria que atendió los primeros llamados quedó tan angustiada de oír esa
voz, que se negó a seguir atendiendo el teléfono. Hubo que relevarla de tal
obligación. Los llamados fueron rastreados hasta una cabina telefónica en la
calle que funciona mediante fichas, situada en el barrio de Palermo. Más tarde
fueron recibidos llamados amenazantes desde la ciudad de Bahía Blanca, cuyo
rastreo llevó a un teléfono público. El director recordó las amenazas contra el
Servicio diez años antes, y ordenó cerrar el caso, clasificándolo como
estrictamente confidencial.”
¿Sería el
mismo hombre de traje y corbata negros, aparentando cuarenta años de edad, pese
al tiempo transcurrido? Parece que el director de la SIDE esta vez no quiso
recibir la visita del helicóptero negro…
Me pregunté
si Amatista había leído estos informes antes de conocerme, y tras reflexionar
un poco, decidí que sí. Ella sospechaba que había gato encerrado en las
desapariciones inexplicables del Uritorco, por eso decidió ahondar en el
misterio. Pero esa puerta cuando se abre lleva a un camino sin final, cada
nuevo descubrimiento es apenas una estación donde uno reposa antes de
reemprender el viaje hacia lo desconocido.
Bien Roger,
me dije, ya no retes al misterio. Todo lo que te atrae es negro: el destino de
los abducidos, la noche donde se pierden y el cabello de Amatista…
30
Pero el
misterio se negaba a abandonar mi vida. Si miraba para otro lado, el
aburrimiento me acorralaba, obligándome a seguir por el camino de lo
desconocido. No hay vuelta atrás en tu
vida, Roger. Debes seguir el desfiladero, aunque te asuste.
Así pues,
devoraba cuanto se publicaba sobre el Uritorco. Incluso en las conversaciones
casuales con familiares o amigos, el tema reaparecía en las formas más
inesperadas. Un colega de mi hija, al mencionarle Capilla del Monte, me
preguntó “Eso es cerca del Uritorco ¿no?”. “Sí”, respondí. “Tengo dos amigos
que acamparon en la base del cerro, preparándose para subirlo al día siguiente.
En eso vieron una figura oscura que los estaba mirando desde atrás de un árbol.
No la describieron bien, pero su aspecto no les gustó, y decidieron levantar
campamento. Se fueron a la mierda sin pensarlo dos veces”.
Este tipo de
encuentros no es raro en dicha zona. Me pregunté incluso si las mujeres
desaparecidas no fueron raptadas por tales presencias. Otros informes,
aparecidos en Youtube, documentaban nuevos casos de abducción en la montaña
mística (o el cerro maldito, depende cómo se mire): los protagonistas se llaman
Martín Amnis y Marcelo Florentín, ambos tuvieron la suerte de vivir para
contarla. En el caso de Amnis, tuvo una propuesta de quedarse a meditar con un
grupo extraño cerca de la cima, pero algo le llevó a desconfiar de ellos y
declinó la invitación. De haber aceptado, quién sabe dónde estaría ahora…
Luego
encontré un informe tan raro, que al principio lo tomé por un caso de locura
pura y simple. El término paranoia me parece demasiado suave para describirlo.
No reproduciré aquí el nombre del protagonista. Quien se sienta aludido, allá
él. Se trata de un hombre joven aún, cuya experiencia en el Uritorco se remonta
a la década del 90. Poco después de haber ascendido a la “montaña sagrada” (así
la describe) empezó a sufrir lo que él llama “acoso caco-alienígena”. Cuando
salía a pasear su perro, una larga fila de autos lo seguía. Los conductores lo
miraban sin decir palabra, manteniéndose a la par suya. Nervioso, doblaba la
esquina para evitarlos, en sentido opuesto al tránsito. En cierta ocasión,
habiendo salido con su novia del hotel en una playa donde veraneaban, ella se
bajó del auto a comprar algo. Su bolso y demás cosas estaban en el auto, pero
no la maleta de él. En ese momento notó que unos individuos arrancaban su coche
y se metían en el hotel que ellos habían dejado. ¿Irían a robar sus
pertenencias? Cuando volvió su novia, el narrador dio marcha atrás y regresó al
hotel, para comprobar si le estaban robando. No cuenta si encontró a los
ladrones in fraganti; tal vez huyeron al verlo volver, o simularon estar
descansando.
El “acoso
caco-alienígena” no terminó aquí. El pobre hombre sufrió una mezcla de datos
inextricable entre su cuenta de Google y la de su novia. Intentó separarlas,
pero en vano. Su novia tenía acceso a todas las funciones de su cuenta,
incluyendo el correo, Facebook y el home banking. Demás está decirlo, sus
ahorros fueron vaciados en un santiamén. Ella estaba complotada con los
hackers. Cuando quiso buscar ayuda online, el primer resultado que apareció fue
“cómo tomar revancha sexual de tu pareja”, con instrucciones precisas para
practicar la ablación del pene usando una tijera de podar. Su novia negó haber
efectuado dicha búsqueda.
En lugar de
eso, le pidió que la ayudara a reunir material online para un trabajo práctico
que le habían encargado en la facultad. La materia era criminología, y a medida
que él iba bajando videos referidos a determinados delitos, fue notando que en
todos ellos aparecía una figura embozada –de cerca o de lejos- muy parecida,
por no decir idéntica a él. Se asustó, pensando que se estaba autoincriminando
con todas las figuras del código penal, por lo cual eliminó todos los videos
reunidos, tanto de su historial de Youtube como de otras plataformas de
Internet. Su novia, sin embargo, consiguió rescatarlos de la nube, y los
presentó en su trabajo práctico, obteniendo un diez como calificación. El
profesor manifestó que iba a subir su trabajo a la plataforma online de la
Facultad de Derecho, para que fuese estudiado como modelo de investigación.
Pronto, aseguró el desventurado youtuber, su rostro será reconocido por miles
de estudiantes como el típico criminal, superando en fama los dibujos de
Lombroso.
31
La religión
ovni fue el destino de Cristo Akoglanis -sacerdote o chamán de la Llama Azul-,
el más notable de todos los “llamados” por el cerro. Su muerte es en sí misma un misterio, que yo al principio pasé
por alto, influido por quienes la atribuyen a un crimen pasional. Un artículo
periodístico firmado por Jorge Boimvaser me abrió los ojos al respecto. Paso a
copiarlo aquí:
El enigma del Uritorco que Jorge Antonio se llevó a la tumba.
2 Marzo 2007
“Angel Cristo Acoglanis tenía montado su consultorio de Buenos Aires, en la calle
Callao 1541, pleno barrio de la Recoleta. Había cumplido 63 años cuando Rubén Antonio
-cuatro años menor- se presentó el 19 de abril de 1986 a las 10.30 de la
mañana. La secretaria del galeno, de nombre Tina, declararía en la Justicia que
dejó pasar al hermano de Jorge Antonio a sabiendas del vínculo personal que
mantenía con Acoglanis. Repentinamente alcanzó a escuchar los gritos de súplica
del médico: “No lo hagas, negro,
no lo hagas”.
Tina pudo ver como el socio de Acoglanis esgrimía un pistolón en sus manos, y
tembloroso disparaba repetidamente contra el médico hasta darle muerte,
en medio de un impresionante charco de sangre.
Casi de inmediato y con el rostro fuera de sí -eso dijo Tina-, Rubén
Antonio se trasladó a la comisaría 17ª. Allí entregó el arma homicida y dijo
ante el oficial de guardia… “acabo de matar a un brujo y me siento muy
aliviado”. La causa por el homicidio se sustanció en el juzgado penal de la
doctora María Servini de Cubría.
Con una increíble celeridad que despertó sospechas por doquier, el juzgado
interviniente reunió una junta psiquiátrica que dictaminó un estado de insania en Rubén
Antonio. En lugar de ir a la cárcel, el asesino de Acoglanis fue internado en
un instituto psiquiátrico y puesto bajo tratamiento por especialistas. Cuatro
años después, el juzgado consideró que Rubén Antonio había recuperado sus
facultades mentales y le concedió una especie de libertad ambulatoria.
El hijo de Acoglanis era un periodista rosarino que intrigado por el
enigmático asesinato de su padre, pidió a algunos colegas porteños que trataran
de averiguar los motivos del desdichado desenlace de su amistad con Rubén
Antonio. Una tarde, los hermanos Antonio se reunieron en un edificio del barrio
de Belgrano. Nada se sabe sobre los pormenores de aquel encuentro, pero Jorge
Antonio les dijo posteriormente a sus familiares que había quedado impresionado -y angustiado- por los
dichos de su hermano.
Instantes después de la reunión, Rubén Antonio se suicidó arrojándose desde la terraza del
edificio. El periodista que se encontró varias veces con Jorge Antonio para
tratar de concluir los motivos del enigmático asesinato, halló siempre la
cerrada negativa del empresario para referirse a dicho asunto. Siempre con
amabilidad respondía: “Por favor, no me haga hablar de eso…”.
Hace meses, el mismo periodista vio a Jorge Antonio caminando del brazo de
su mujer a la salida del complejo Village Recoleta. El deterioro físico era
evidente en el caminar pausado y sereno del anciano empresario. Cuando quiso
hablarle aunque fuera unas palabras, Jorge Antonio lo apartó con un gesto de
disgusto. No habló, su
expresión en la cara lo dijo todo.
Nunca se repuso del golpe causado por el sangriento episodio de su hermano.
Pero tampoco quiso hablar de ello. Hoy el Cerro Uritorco es un sitio convocante de peregrinos que
buscan hallar cargas energéticas y residuos de las visitas sobrenaturales a las
cuales Acoglanis y Rubén Antonio ayudaron
a difundir en la
Argentina y todo el mundo.
Un monolito en recordación de Sarumah -el
nombre místico con que se conoció al peregrino Acoglanis- y una chapa de bronce
con una leyenda que dice “En la luz y el amor, siempre”, es el recuerdo
que queda en el camposanto de Capilla del Monte a quien fuera el redentor de
las leyendas de los Comechingones.
La muerte de Jorge Antonio hizo que se disolviera toda posibilidad de
aclarar los motivos del comportamiento de su hermano. Dos muertes terribles y una
leyenda es todo lo que queda de aquella trágica historia comenzada a los pies
del Cerro Uritorco.”
Quedé muy reflexivo al leer la
descripción de este asesinato. Akoglanis convocaba presencias luminosas
benignas, incluso sanaba a los enfermos imponiéndoles las manos. Su asesino, en
cambio, actuó bajo la influencia de fuerzas oscuras, si contemplamos su
internación en un instituto psiquiátrico y su posterior suicidio. ¿Fue una
batalla entre la Luz y la Oscuridad, que se saldó con el asesinato del
mensajero de la Luz?
Akoglanis no podía ser dominado por
las fuerzas oscuras, por lo tanto, éstas poseyeron a una persona próxima a él,
para obligarla a cumplir sus fines.
Tras el crimen, Rubén Antonio
declaró “sentirse aliviado”. Su móvil no fue pasional, pues él mismo se
justificó alegando que había “asesinado a un brujo”. Quizá, al abrir la puerta
dimensional a las entidades luminosas, Akoglanis dejó entrar a otras presencias
indeseadas, seres de oscuridad cuya sed es la sangre, y cuya sustancia es el
mal. Sólo un mago muy poderoso puede manejar esta polaridad espiritual sin ser
fulminado por la corriente negra... y me pregunto si aquellos que buscan la
entrada a Erks con rituales y hechizos, saben lo que hacen.
Tres años después
32
Es el cumpleaños de Aníbal. Como en un ritual, nos reunimos en su casa los amigos y sus alumnos de Reiki. Todos por igual compartimos sándwiches de miga y masitas, que para el hambre no hay rangos sociales o espirituales. Casi no cabemos en el comedor, debe haber más de treinta personas. Empujado por el gentío me voy a la cocina, donde también está exiliado Héctor, con un vaso de tinto en la mano.
-Sabés que anduve por Capilla del Monte hace poco –dispara como quien no quiere la cosa, abordando su tema y locus favorito.
-¿En serio?
-Sí. Me pasó algo muy raro…
A Héctor le encanta contar historias truculentas, tiene un don especial para eso. Y sabe que yo soy la víctima adecuada.
-Fui a ver una exposición de pintura –prosigue tras besar el tinto-, entré por casualidad. Los cuadros eran muy buenos, tenían una onda cósmica. Llegué al último cuadro y me quedé helado.
Se interrumpe de pronto, gozando por anticipado el efecto que su revelación va a producir en mí.
-¿? -levanto una ceja, aguardando.
En ese momento llega Aníbal y se suma a nosotros. Ni que tuviese un radar…
-¿Te acordás que te conté de una mujer que se nos apareció en la ruta a Graciela y a mí en plena noche, con un vestido de fiesta rojo?
-Sí, me acuerdo.
-Yo también –tercia Aníbal, quien no se pierde una.
-Bueno, esa misma era la mujer del cuadro –suelta la bomba Héctor.
-No, pará… -protesta Aníbal- ¿cómo podés saberlo?
-Era esa. Me quedó grabada su cara.
Aníbal y yo nos miramos. Héctor presenta una convicción cerrada, sin fisuras.
-Okey… -concedo, mientras mi mente busca explicar la coincidencia.
-Ahí no termina la cosa –advierte Héctor-. Me fui a hablar con el autor de la pintura, que estaba presente en la sala.
-Ajá…
-Le dije: “Yo conozco a esa mujer”. El tipo me responde: “Es imposible, esa mujer no existe”. “Yo la conozco”, repetí. “¿De dónde?”. Ahí le conté mi encuentro en la ruta. El tipo me miró raro.
-No es para menos. Vos también…
-¿Sabés qué me dijo el tipo? “Esa mujer se llama Naida, y se me aparece en sueños”.
-A la mierda…
-Tal cual. Le pregunté si él era de Capilla. Y me respondió que no. De hecho, no tenía acento cordobés. El tipo se llama Pablo Minardi, y es de El Bolsón.
-¿Pero entonces cómo ve a esa mina en sus sueños?
-¿Y porqué expuso justo en Capilla del Monte, si no es de ahí? –interroga Aníbal con lucidez.
-Yo le pregunté lo mismo… y la explicación que me dio responde sus dos preguntas al mismo tiempo.
-¿O sea?
-Agárrense muchachos... Esa mujer que vio el pintor en sus sueños, Naida… proviene de Erks.
-Nooo…
Los tres nos miramos, maravillados. El resto de los invitados apenas forma un telón de fondo para la historia –o mejor, para la barbaridad- que acaba de contar Héctor.
-Me estás jodiendo…
El narrador sonríe, satisfecho, y calla. ¿Para qué decir más?
Googleé “Naida”, a ver qué aparecía en la web. “Precesador de sonido Naída CI Q30” fue lo primero que apareció. “Advanced Bionics proporciona funciones innovadoras que le harán escuchar mejor…” eso no. Luego había una gran tienda de electrodomésticos en Venezuela llamada “Naida Hogar”… eso tampoco. Una soprano italiana, añosa y obesa. Una modelo guatemalteca. Otra modelo. Otra más. Una atleta. Un dibujo animado llamado Naida Riverheart. Aquí me detuve un rato a leer sobre este personaje, por si había algo interesante. Pertenecía a la serie Lego Elves, según su descripción: “Naida the water elf is an adventurer at heart. She is a sensitive daydreamer, who is not afraid to follow her dreams and loves to sail the Izdur Ocean...” Suficiente para mí. Es un elfo inventado para un comic online.
Conclusión: Ni una sola Naida en la Argentina.
-¿Vos le creés a Héctor?
Estoy tomando un café con Aníbal en Boedo. Llevé el auto al mecánico y como es cerca de su casa aproveché para encontrarme con él.
-¿Por qué no? -contesté.
-No sé, es medio versero aquél.
-Ya lo conocemos.
-Y reconocer a una mujer que viste en la ruta por un retrato es difícil. Sobre todo si es linda.
-¿Y eso por qué? -pegunté.
-La belleza suele ser simétrica –Aníbal se puso filosófico-. La fealdad, en cambio, rompe la simetría. Alguien feo, con rasgos muy acusados, es más fácil de reconocer. En cambio dos muñecas pueden confundirse.
-Es cierto. Habría que ver ese retrato.
-Exacto. Si es una belleza convencional, olvídalo. Puede ser cualquier mujer.
-Héctor está muy convencido de que es la misma que él vio.
-Sí, pero no la describió bien.
-Voy a tratar de contactarme con el pintor ese del Bolsón. Quiero ver el retrato por mí mismo -decidí.
-Suerte con eso.
Nunca confíes en testimonios ajenos cuando puedes conocer la evidencia por ti mismo.
33
Mensaje de Watsapp de Héctor Peña Alvarado para Roger Lefevre: “Ahí te paso el contacto de Pablo Minardi”. Apenas lo recibí me quedé pensando. Estábamos en mayo, y yo planeaba un viaje a Bariloche para hacer senderismo entre los montes nevados. Quería llegar hasta un refugio de montaña, para tener las mejores vistas del lago Nahuel Huapi. ¿Y si me voy al Bolsón? No es lejos de ahí… Decidido. Le escribí a Minardi, y la respuesta no se hizo esperar. Sí, estaba en El Bolsón, y no tenía inconvenientes en recibirme para hablar sobre el personaje femenino retratado en sus cuadros.
Preparé mi mochila con ropa de invierno y no olvidé meter en ella mis ilusiones. Cada vez que viajo a la Patagonia me espera una aventura, un misterio… una razón para vivir. Me estaba ahogando en Buenos Aires, y ahora respiraba una nueva bocanada de magia. Soy un anfibio espiritual, alguien que soporta mal la rutina. ¿Se nota?
Iba caminando por el centro de El Bolsón mirando mi celular, con los dedos morados de frío. Calle Balcarce 530… Es acá. Toqué timbre a la puerta de arrayán y me quedé esperando. Las casas del sur tienen un aspecto acogedor que no se encuentra en otra parte, seguramente a causa del frío. Prometen un interior con aroma a café y canela, o a chocolate caliente… me abrió la puerta un hombre joven de chivita y aspecto reconcentrado.
-¿Pablo Minardi?
-El mismo.
-Roger Lefevre. Un gusto.
-Encantado.
Nos dimos la mano y me invitó a pasar. Apenas entré me vi rodeado de cuadros y esculturas: el taller de un pintor.
-Guau…
No pude evitar la exclamación ante obras que parecían ventanas a lo desconocido. Delante de mí tenía un collage hecho con largos listones de madera atravesando el lienzo y cartulinas plegadas y pintadas en la parte superior: una ciudad en zancos.
-¿Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino?
Mi huésped sonrió, afirmando con la cabeza. Había leído ese libro. De hecho, parecía estar contemplando toda una serie de collages inspirados en esa obra del escritor italiano.
-¿Gusta un coñac?
-Si usted me acompaña…
-Claro.
Nos fuimos a sentar a unos sillones de cuero sobre cuyos respaldos descansaban pieles y Minardi sirvió dos copas, despaciosamente. Un fuego dorado crepitaba en la chimenea.
-Salud.
-Salud.
Sentí calentárseme el pecho a medida que el licor bajaba por
mi garganta como miel fundida. La hospitalidad patagónica no está nada mal.
-Mi amigo Héctor Peña me habló de su cuadro –fui directo al grano-. El vio a la mujer retratada por usted paseando sola en la ruta, con un vestido de fiesta… parece que otros también la han visto.
Minardi asintió pensativo.
-Para mí fue un shock saber que existe más allá de mis sueños. Todavía me cuesta creerlo.
-Cuénteme por favor sus visiones oníricas. ¿Cuándo la vio por primera vez?
-Déjeme pensar… sí. Hará siete u ocho meses. Yo acababa de componer un collage sobre una ciudad invisible, usando técnicas mixtas: arena pintada con aerosol azul y verde para sugerir un crepúsculo jaspeado detrás de una montaña oscura hecha con papel maché; la ciudad en sí era de celuloide transparente, y en el subsuelo, a manera de piedra fundacional, un bezoar.
-Eso lo producen los venados en su estómago ¿no es así?
-Sí. Alguien lo había encontrado en un viaje al Uritorco, y me lo regaló.
-Dicen que tienen propiedades mágicas…
-Algo de cierto habrá en tales dichos, porque esa misma noche se me apareció Naida en el sueño. Dijo que venía de Erks, la Ciudad de la Llama Azul. Ella llegó a través del collage.
-No entiendo.
-Según me explicó la aparición, las ciudades invisibles son limbos que crecen a partir de un error. Son los tumores de la geografía, aprovechan las ilusiones ópticas para generar islas fantasma en el horizonte, o los errores de los mapas antiguos para proyectar espejismos. La piedra bezoar es un error de la naturaleza, y como tal, apta para dar origen a la ciudad mística de Erks.
-¿Pero cómo te encontró ella?
-Por la piedra bezoar. Mi collage funciona como un mapa dimensional.
-O una tabla ouija…
-Algo así. Naida dijo que el Más Allá es infinito. Hay Cielo e Infierno, hay pozos de oscuridad, y hay limbos donde habitan almas y seres vivos por igual.
-¿Cómo es eso? ¿Los habitantes de Erks están vivos o muertos?
-Yo pregunté lo mismo. Y ella me contestó que los vivos pueden atravesar un portal dimensional y encontrarse en Erks, regresando eventualmente a la Tierra para contar su experiencia. Y también hay auras sin cuerpo, Maestros ascendidos que conservan su forma inmortal.
Era demasiada información junta, y necesitaba tiempo para asimilarla. Me puse de pie y me acerqué a un collage que había llamado mi atención: era un mapa erróneo de la Patagonia, con un tajo en forma de medialuna junto a los Andes australes, y una costa inverosímil enfrentada a él, con topónimos sin sentido. Profusas rosas de los vientos decoraban este disparate geográfico, sin contribuir en nada a aclarar la representación. O bien era un lago escondido, o bien un fiordo que llegaba desde el Pacífico atravesando la cordillera. “Ciudad de los Césares”, leí junto a la medialuna, y quedé pasmado. Minardi había utilizado mapas antiguos originales para su collage, cuyo origen preferí no averiguar. Probablemente los había robado de bibliotecas importantes, o bien había gastado una fortuna en adquirirlos.
Más allá se exponía una pintura del mar hecha con trazos rectilíneos, donde se colaba una isla fantasma en un punto abierto del horizonte que parecía un descuido del pintor. “Isla Pepys” declaraba sin escrúpulos el título de este capricho. Me volví hacia Minardi.
-¿Puedo ver el retrato de Naida?
-Seguro. Acompáñeme arriba.
Subimos por una escalera crujiente de pinotea y entramos al dormitorio del pintor. Allí, frente a la cama, estaba el retrato de una mujer de alta frente y rasgos ligeramente asimétricos que no supe si considerar increíblemente hermosa o muy fea. Con razón Héctor recordaba esta cara.
-Es impresionante…
Minardi asintió sin decir palabra. Bajamos las escaleras y me despedí.
-Gracias por recibirme, Pablo. Es usted un auténtico talento.
-Ha sido un placer. Disfrute su estadía en El Bolsón.
34
Había vuelto del sur la semana pasada, y aún perduraba el aire fresco en mi espíritu. La rutina no me pesaba, cumplía mis quehaceres con liviandad. No buscaba romance ¿para qué? Ya a mi edad me encontraba mejor solo. Y las mujeres de mi generación parecían compartir semejante sentimiento. Experimentaba por primera vez esa sensación de paz con la vida y conmigo mismo que en la juventud es difícil alcanzar.
Pero el Diablo nunca descansa, según dicen. Y así, un día, de manera completamente inesperada, recibí un Watsapp de Amatista. Miré el remitente dos veces, porque no me lo creía. ¿Y ésta qué quiere ahora? Después de tantos años… abrí el mensaje:
“Hola Roger, cómo andás? Espero que no te hayas olvidado de mí. Necesito consultarte algo, es… difícil de explicar. Algo incomprensible está pasando en casa, y sos la única persona capaz de entenderlo. Si querés te paso mi dirección y combinamos para vernos.”
Confieso haber releído atentamente el mensaje para decidir si me estaba buscando de nuevo como hombre, y decidí que no. Durante el tiempo en que nos veíamos, siempre me había ocultado celosamente su domicilio, por eso me llamaba la atención que ahora ofreciese revelarlo gratis. Le contesté positivamente, y poco después recibí su dirección. Era lejos de El Conjuro, así que supuse que se había mudado de barrio. Ahora vivía en Recoleta.
Toqué el timbre a la hora acordada y esperé. El edificio era “cheto”, ni hace falta decirlo. Con el sueldo que debe ganar una directora de la AFI… aunque no había motivo, estaba un poco nervioso. Esta mujer me había vuelto loco años atrás. Había sido el último romance intenso de mi vida. Y ahora… ¿qué quería de mí? Sexo, seguro no. Por fin se abrió la puerta y apareció, tan hermosa como la recordaba. Mi corazón empezó a galopar, pese a mis intentos por controlarlo.
-¿Cómo estás?
-Roger ¡te ves igual!
Mentira, ya empiezo a declinar.
Le di un beso en la mejilla y me aparté de nuevo para admirarla.
-A una diosa como vos no la afecta el tiempo…
-Ja ja… siempre ingenioso vos. Vení, subí.
La seguí y entramos juntos al ascensor. Durante el viaje nos miramos a los ojos, sin hablar. ¿Qué esconde tu mirada?. El encanto se rompió al llegar al quinto piso.
-Pasá…
Entré a un departamento lujoso, sin duda decorado por un arquitecto. Sillones blancos, alfombras blancas y… juguetes. De atrás del sillón apareció un niño pequeño, de unos dos años.
-No me digas que… ¿tenés un hijo?
-Sí. Se llama Gael.
-Vaya, mujer… ¡te felicito!
-Gracias –su sonrisa era radiante.
Apenas lo podía creer. ¡Amatista mamá! Nunca había pensado en ella de ese modo. Me acerqué y acaricié la cabeza del niño.
-¿Qué tal Gael?
-Bien.
Respondió con esa inocencia de quien ha caído del cielo hace poco, y no se contaminó aún de toda la suciedad terrestre.
-Contale al tío Roger lo que viste el otro día en la cocina.
Gael me miró, dubitativo. No sabía si sincerarse con un extraño.
-Dale Gael, contame -lo animé-. ¿Qué viste en la cocina?
-Había un carro con un caballo –respondió-. Todo hecho con puntitos.
Para su edad, hablaba ya muy bien.
-¿Y arriba del carro había alguien? –preguntó Amatista, aunque ella sabía la respuesta.
-Sí, había un señor.
-¿También hecho con puntitos? –repregunté, asombrado.
-Sí.
-¿Era grande el carro?
Gael hizo un gesto que abarcaba toda la cocina.
-¿Tan grande? ¿Ocupaba toda la cocina?
El niño asintió con la cabeza.
-Pero en el ascensor no cabe un carro tan grande –observé-. No pudo subir hasta acá.
Gael permaneció mudo. El carro con el caballo y su conductor estaban en la cocina, a él no le incumbía explicar cómo llegaron ahí.
-¿Y qué pasó después?
-Me dijo que me vuelva a la cama.
-¿El señor te dijo eso?
Vuelta a asentir con la cabeza.
-¿Y vos qué hiciste?
-Me fui a la cama.
Amatista le revolvió el pelo cariñosamente, dando por concluido el interrogatorio.
-Muy bien Gael, andá a jugar ahora.
El niño se fue a la otra habitación, dejándonos solos. Amatista me miró a los ojos.
-¿Qué pensás de esto, Roger?
Para eso me había citado a su domicilio. Quería que oyese de primera mano lo ocurrido. Antes de responder formulé algunas preguntas, por método.
-¿Gael es sonámbulo?
-No que yo sepa.
-¿Tiene pesadillas frecuentes?
-No. Nunca me cuenta sus sueños. Lo que a mí me impactó fue el tono de su voz cuando me lo contaba. Parecía reprocharme “Mamá, vos sos la jefa de esta casa. ¿Cómo dejaste entrar a ese tipo?”
-Claro, él captó que estaba sucediendo algo fuera de tu control.
-Exacto. ¿Entonces…?
Yo reflexioné unos momentos antes de dar mi opinión.
-El chico parece haber iniciado un viaje astral y empezó a ver entidades, como ocurre siempre que el espíritu abandona el cuerpo. Suerte que el conductor de ese carro lo mandó de nuevo a la cama. Podía no haber vuelto…
-¿Podía haberse cortado el cordón de plata… es eso?
-Podía, pero por suerte no pasó.
Amatista se estremeció visiblemente ante la sola idea de que su hijo sufriese una muerte súbita e inexplicable.
-Roger, tengo miedo. Vos sabés lo peligroso que puede ser el Otro Lado.
-Ambos lo sabemos. Aquellas personas que desaparecieron en el Uritorco fueron tragadas por la dimensión desconocida.
-No puedo exponerle a nadie más mis temores. Prometeme que vas a estar cerca si te necesito.
-Claro…
¿Por qué recurre a mí? ¿Y el padre del niño?
Era un poco rara la situación. La mujer que rechazó a un hombre normalmente lo evita después, para no alimentar esperanzas vanas. No suele acordarse de él años más tarde…
-¿Qué edad tiene Gael? –me encontré preguntando casi sin querer.
-Dos años y tres meses.
Mi mente empezó a hacer cuentas. Nuestro último encuentro fue hace tres años, sí, tres años justos. Según las fechas, Gael podría ser mi hijo. Pero qué estoy pensando… Era incapaz de oír siquiera lo que Amatista decía, inmerso como estaba en mis pensamientos.
-¡Ey! ¡holaa! –Amatista pasaba la mano frente a mi cara- ¡Estoy acá!
-Perdón, me colgué.
-Te decía que está empezando el Jardín Maternal…
Y el
niño se parece a mí… No podía concentrarme en la conversación. ¿Un hijo a mi edad?
-Estás distraído, Roger. Mejor te dejo irte a casa.
-Sí, claro –reaccioné-. Estaremos en contacto.
Nos pusimos de pie y ella me acompañó a la puerta, pero antes quise despedirme de Gael. Lo encontré jugando con un dinosaurio, muy concentrado.
-Ya conoce los nombres de varias especies –apuntó la mamá, orgullosa.
-Es un chico inteligente. Chau, Gael –le di un beso.
-Aviso abajo y te abren.
-Chau, Amatista -la besé en la frente.
Algo había cambiado en mí durante la visita. No era el mismo hombre que entró a este edificio media hora atrás.
35
Mensaje de Watsapp a Amatista: “Necesitamos hablar”. Period, como dicen los norteamericanos. Punto aparte. Esta vez quien busca el encuentro soy yo. Unas horas después me contesta: “¿Es sobre Gael?”. Claro, si no fuera sobre Gael no me das ni la hora. “Sí”. Enseguida: “Decime”. “No por acá. Veámonos en Pertutti de Santa Fe y Ayacucho.” Ese día no me contestó. Ni el otro. Al siguiente: “Disculpame, estuve ocupada. Te parece bien esta tarde a las seis?”. “Ahí nos vemos” fue toda mi respuesta.
Había pasado una semana desde mi visita a su casa y ya era hora de aclarar los tantos. Llegué puntual y pedí un capuccino, sabiendo que ella iba a hacerse esperar. Media hora después apareció, y en su expresión percibí una hostilidad encubierta.
-Hola –me saludó con un beso.
-¿Qué vas a pedir?
-Un café.
Solo. Sin crema. Ni canela. Una pura dosis de cafeína para estar en forma, pues se avecinaba la batalla. Hice el pedido al mozo y me la quedé mirando. Ella me sostuvo la mirada, pues la vergüenza no entraba dentro de su repertorio de emociones.
-Debiste habérmelo dicho.
-¿Qué?
-Sabés qué.
-No vine a contestar adivinanzas.
-No es tan difícil adivinar quién es el padre de un niño, cuando nace nueve meses después de haber tenido sexo con él en una carpa.
-Ah no… -su actuación era muy buena, considerando las pocas posibilidades de obtener un aplauso- ¡nada que ver! ¿De verdad creés que sos el papá de Gael?
-Ni mi hijo mayor se me parecía tanto cuando tenía dos años.
Ella se tomó la cabeza, interpretando su mejor papel.
-No, pobre Roger. Sabés, tuve otro romance cuando volvimos de Achala. Lo siento, pero no es tuyo.
-Claro. Mirá –abrí el teléfono con la foto de mi hijo mayor cuando tenía la edad de Gael-: parecen hermanos.
Ella negaba con la cabeza, pero había quedado sin palabras ante esta evidencia inesperada.
-De hecho, lo son -rematé.
-Nada que ver…
Yo me mantuve en silencio mientras el mozo nos servía los cafés. Ella no me miraba. El silencio entre nosotros duró cinco minutos enteros, mientras ambos bebíamos y mirábamos para otro lado.
-Si querés me voy –dije-. Pero no vuelvas a pedirme ayuda con nuestro hijo.
Me puse de pie y me encaminé a la salida.
-Roger.
Me di vuelta.
-Volvé.
Era demasiado orgullosa para admitir el fracaso de su actuación, y quiso disimularlo con una orden.
-¿Conocés la expresión “por favor”?
Se rió. Era mi única manera de desarmarla. Me acerqué a ella, aún de pie, y nos quedamos mirándonos.
-Ya llegamos demasiado lejos para seguir disimulando ¿no te parece?
Ella asintió apenas. Cómo le cuesta tratar a un hombre de igual a igual. Volví a sentarme
y llamé de nuevo al mozo.
-Una cheese cake de maracuyá, por favor. ¿Vos querés algo?
-Lo mismo. Y un capuccino italiano.
-Otro para mí.
Sentí el impulso de tomarle la mano, pero me contuve. Ahora había un lazo de sangre entre nosotros.
-No quiero que intervengas en la crianza de mi hijo –disparó.
-Y dale con “tu” hijo. Es “nuestro” hijo.
-De acuerdo. Pero quiero criarlo yo sola.
-Vaya persona egoísta…
-Vos ya tenés tus hijos. Y un nieto.
-¿Por eso me elegiste como padre? ¿Para no tener que compartir la crianza con un padre primerizo y más joven?
-Podés verlo así si querés.
-Claro. Conmigo no habrá demandas por derechos de visita…
-Tenés un espíritu libre, eso me gusta.
-Y una familia ya formada… ideal para no meterte presión.
-No voy a pedirte alimentos para Gael, ya lo sabés.
-Ja ja… ganás mucho más que yo.
-Exacto.
Llegaron las porciones de cheese cake y los capuchinos. Ambos estábamos conformes con la situación, pero debía pensar también en el niño.
-Gael necesita una figura paterna. ¿Nunca pensaste en eso?
-¿Para qué?
-¿Querés criar un maricón?
-¿Cómo???
Su indignación era tal, que pensé me iba a abofetear.
-¡Sos prehistórico!
Preferí no responder al insulto.
-¿Y qué si es homosexual? ¿Algún problema?
-Ningún problema. Pero me pregunto si de grande él no te pedirá cuentas por eso.
-¿Ves por qué no quiero compartir la crianza? Sería una discusión interminable…
-Allá vos. Haceme un favor al menos: al chico contale la verdad. Nada de “tío Roger”… papá Roger, aunque nos veamos cada muerte de obispo.
-Okey. Lo voy a pensar.
-No lo pienses demasiado. Contáselo ahora que aún estás a tiempo.
Amatista pareció reflexionar unos momentos
-Tenés razón… mejor ahora. Cuando empiecen los compañeritos a hablar de su papá ya será tarde.
-Exacto. Y otra cosa: alguna vez querré hacerme una escapada con él, para ir a pescar o hacer senderismo…
-¡Uh, cosas de hombres!
-Ja ja… sos graciosa.
-¿Por qué?
-Dejalo así.
36
La sala es pequeña, para ser el despacho directivo de un Jardín Maternal. Amatista está sentada al lado mío, con pose atenta de niña buena. Enfrente nuestro la directora, una señora muy bien puesta, casi de mi edad. Habla dirigiéndose a mi compañera e ignorándome ostensiblemente. Yo hago uso de mi mejor cara de póker, mientras escucho atentamente los progresos de mi hijo en el uso de los bloques encastrados y las letras, que ya conoce a la perfección. Me siento un outsider en ese ambiente dominado por las mujeres; no hay un solo docente varón.
-Es bueno que la familia coopere en el aprendizaje del niño –la directora me mira por primera vez-, no sólo la madre, también el abuelo… ¡ay, perdón, quise decir el padre!
-No tiene por qué disculparse –respondo al ataque bífido-. De hecho, soy abuelo. Pero no de Gael.
Esta información no parece caer muy bien a la directora, que vuelve a dirigirse sólo a Amatista.
-La maestra jardinera Julia notó algunas conductas extrañas en Gael. Parece que anuncia cosas antes de que ocurran. Una vez dijo “eso se va a caer”, señalando al borrador apoyado en la repisa del pizarrón. Y enseguida el borrador se cayó al suelo. Otra vez cuando recién llegó al jardín dijo “Bruno no viene”, aunque todavía no era la hora de entrar al aula y estaban llegando sus compañeritos. Pero en ese momento la mamá de Bruno avisó que no venía porque estaba enfermo.
Amatista me lanza una mirada rápida y vuelve a prestar atención a la directora.
-También su hijo dice ver colores alrededor de las personas…
-¿Cómo?
-Eso le dijo a Julia. Que ve como un fuego de colores envolviendo a la gente. Casi siempre está azul, pero cuando la persona se enoja, se pone rojo.
-El aura… -murmuro asombrado- ve el aura de las personas.
-Me imagino que el color de ese fuego debe cambiar muy rápido en los niños – dice Amatista, captando al vuelo la idea.
-Ahora que lo menciona, parece que sí. Según su hijo, el fuego que envuelve a sus compañeritos se pone rojo a menudo.
Apenas recuerdo cómo siguió la conversación. La directora recomendó prestar atención a tales conductas, pero era como ese cartel que vi en un parque nacional de El Bolsón recomendando “Precaución. Aquí habita el puma”. ¿Y qué se supone debe hacer el turista? Si el puma aparece en medio de esa soledad, te va a comer igual…
Me despedí de esta educadora echándome hacia atrás al darle la mano, para evitar infectarme con su ponzoña. Ya en la calle nos quedamos en la puerta del Jardín esperando la salida de Gael.
-De tal palo tal astilla –no pude menos que decir.
-Es mi hijo, ya ves.
-Sí señora. Igualito a mí, pero es tuyo solo.
-La maestra me había comentado que Gael tenía algunas conductas raras… y sospeché que iban por el lado paranormal. Por eso te hice venir, para que te enteres vos también.
-Thank you.
-¿Qué hacemos al respecto?
-“Precaución. Aquí habita el puma”.
-¿Y eso?
-Yo me entiendo. No hay nada que hacer, si el puma aparece, te come.
-Qué alentador…
-Gael convivirá con su don, como tanta otra gente que tiene dichas capacidades.
-Eso me gusta de vos. No querés controlarlo todo.
-Se aprende con la edad.
-A mí me cuesta. Yo quiero controlar a Gael, para que no le pase nada malo.
-“Un barco está más seguro en el astillero. Pero no fue concebido para eso”.
-Fue concebido para navegar…
-Y para encontrarse con tempestades en alta mar.
En ese momento empezaron a salir los niños. Tiernos, indefensos en apariencia. Pero felices de ser. Gael salió el último, con su mochila cargada de cartulinas y crayones para dibujo. Me agaché para darle un beso.
-¡Hola Gael! –exclamé contento.
-Saludá a papá Roger –instó Amatista.
-Papá Roger –pronunció el niño tras vacilar un poco.
Me despedí de ambos y eché a caminar hacia mi casa, aunque estaba lejos. La voz de mi hijo resonaba en mis oídos durante todo el trayecto. Dijo sólo dos palabras, pero… ¿las hay mejores que esas?
37
(Artículo publicado por Redacción Vía Córdoba)
“Imponente y misterioso: un templo escondido en Córdoba que despierta la curiosidad de los turistas.
Capilla del Monte es una localidad cordobesa que encierra miles de misterios relacionados a avistamientos y ovnis. Sin embargo, también es conocida por ser una zona espiritual y energética. Un camino de tierra se desprende de la ruta 38 y lleva a un misterioso e imponente templo que despierta la curiosidad de los turistas.
Se trata de Arkadia, un centro espiritual que alberga el Templo a María Magdalena. El lugar está escondido en un camino accesible para pocos vehículos. Pero quienes llegan se encuentran con una serie de edificaciones poco usuales. En sus canales oficiales, la agrupación detalla que el templo guarda la única imagen de María Magdalena custodiada por Templarios en el mundo. La Arkadia es una réplica del santo sepulcro de Jerusalén y el convento de Cristo en Portugal ‘La Chatola’.
Con bóvedas y símbolos poco frecuentes en la fachada, Arkadia llama la atención de los turistas y locales. Si bien el sitio alberga a los fieles de la figura de María Magdalena, los visitantes tienen la posibilidad de realizar meditaciones, recorridos por el predio y una vista panorámica de ensueño. El templo de Arkadia es un punto obligado para los curiosos. Con una entrada de 2.500 pesos aproximados, el sitio propone responder algunas preguntas religiosas y espirituales. El lugar está ubicado en la ruta provincial 92 km. 11, a 200 metros de la Posta del Silencio.”
Respondo por Watsapp a Aníbal, quien me envió el artículo.
Roger: "Templarios en Córdoba... me suena haber leído algo sobre eso hace tiempo."
Aníbal: "Vos sabes por qué Capilla del Monte se llama así?"
Aníbal: “Te lo copio de Wikipedia: ‘Capilla del Monte se refiere a la primera capilla fundada en la zona por la familia española Jaimes hace ya casi 500 años, según las actas oficiales se trataría de una capilla que luego recibiría el nombre de iglesia de San Antonio de Padua’."
Aníbal: "Sí. Y la iglesia actual es octogonal, siguiendo el modelo de las construcciones templarias."
Roger: “Los templarios construían sobre centros energéticos señalados por adoratorios prehistóricos.”
Aníbal: “Precisamente. Al pie del Uritorco se encontró un objeto ritual comechingón conocido como el Bastón de Mando, un toki lítico de 1,10 metros hecho en basalto, perfectamente pulido. Su descubrimiento se atribuye a un personaje oscuro llamado Orfelio Ulises Herrera, supuesto iniciado en los misterios herméticos. La leyenda dice que quien posea el Bastón gobernará la Argentina.”
Roger: “Sería la versión argentina de Excalibur.”
Aníbal: “Con una diferencia: el Bastón de Mando tuvo un poseedor moderno, Alfredo Terrera, quien publicó fotos y se lo mostró a mucha gente. Dicen que Perón se lo pidió y él no se lo dio. También quiso tenerlo Menem, pero la respuesta fue nones. Por fin, cuando Terrera murió, el Bastón fue puesto sobre el ataúd, y hubo una batalla campal entre amigos y herederos por su posesión, en pleno velatorio. Después se perdió el rastro.”
Roger: “Interesante historia.”
Aníbal: “Yo tengo la sensación de que Orfelio Ulises es un personaje inventado por Terrera.”
Aníbal: “Nadie más habla de él, sólo Terrera parece haberlo conocido. Dice que peregrinó por el Tíbet, y al volver unos lamas lo guiaron telepáticamente para encontrar el Bastón.”
Aníbal: “Pienso que se inventó esa historia para darle un toque místico a esta impresionante pieza aborigen. Terrera creía firmemente en el poder mágico del Bastón.”
Roger: “Y por lo que vos contás, no era el único. Si es cierto que Juan Domingo y el Turco quisieron poseerlo, es porque el mito proyecta su poder sobre el ánimo de la gente, y termina influyendo y modificando la realidad.”
Aníbal: “Así es. Suele subestimarse el poder del mito”
Roger: “…Hasta que encarna en un hombre, o en un lugar sagrado, o en la historia de un pueblo.”
Aníbal: “Los templarios creen que Capilla del Monte es el centro energético de la Argentina. Por eso los seguidores de la Tradición construyeron una capilla octogonal allí. Y por eso creen que el Bastón de Mando está predestinado a encontrarse con su poseedor legítimo.”
Roger: “El Hombre Gris profetizado por Parravicini…”
Aníbal: “Nuestra mitología es completa.”
Al día siguiente.
Aníbal: “Orfelio Ulises recibió otro mensaje telepático de los monjes lamas del Tibet. Se refería a un Templo de la Esfera en las entrañas del Uritorco, donde se guardan los Tres Espejos de piedra que permiten viajes astrales a los Maestros que viajan a Erks. Ningún demonio puede usar los espejos para entrar o salir, porque no lo reflejan. Sólo un Maestro Ascendido.”
Roger: “Ajá… y se conoce a alguno de tales Maestros?”
Aníbal: “Sí”
Roger. “Quién?”
Aníbal: “Saruma”
Roger: “Claro, cómo no lo pensé…”
Aníbal: “En ese templo subterráneo también se guarda el Libro Que Se Lee y No Se Lee”.
Roger: “Ah bueno…”
Aníbal: “Terrera habla de tres entradas que conducen al Templo. Una es en la gruta de Ongamira. Otra está en El Pajarito, justo donde aterrizó el ovni que dejó la marca indeleble. Y la tercera en el Valle de los Espíritus, a 1570 metros de altura, en pleno ascenso al Uritorco”.
Roger: “Se puede acampar ahí a ver qué pasa”.
Aníbal: “Lo tenemos planeado con Héctor. Y ahora que lo pienso, si te prendés vos también, podemos acampar uno en cada uno de esos puntos de entrada, la misma noche”.
Roger: “Mmm… mejor paso. Es una situación ideal para que alguien se pierda.”
Aníbal: “Eh, dónde está esa juventud?”
Roger: “Sabés que no me acuerdo?
Aníbal: “Ja ja… yo tampoco!”
38
Hombre o buho, no puedo decidir qué es. Suele ocurrir con las pictografías rupestres, eran intencionadamente ambiguas. La idea del símbolo es que sea polivalente, así lo entendían las antiguas culturas. Un único significado se agota pronto, el argumento encuentra su contraargumento y ambos se anulan. Pero el símbolo permanece, su riqueza es inagotable. Los petroglifos de Cerro Colorado grabados por el pueblo comechingón son prueba de ello. A veces, estos hombres-buho son representados junto a un triple círculo, o incluso llevan grabado un triple círculo en el pecho, símbolo del año y otros ciclos temporales mayores y menores. Al cumplirse el ciclo se ofrecía el sacrificio, para propiciar a los dioses y obtener su ayuda, o al menos, evitar su enojo. Sin duda los hombres-buho son chamanes, en algunas pinturas se los ve abrazados, aparentemente danzando. ¿Y por qué se identificaban con esa ave? El buho es un cazador nocturno, y como tal, hijo de la luna. Su reino es la noche, pues las aves solares como el águila y el halcón no cazan en la oscuridad.
Las pictografías del norte cordobés son obra de los brujos comechingones. Es lícito creer que practicaban magia negra bajo la pálida luz lunar… pues los espíritus propiciados por ellos aparecían al amparo de la noche. Cuando una sociedad cimenta su poder en la oscuridad, el día mismo es apenas una antesala de la obra principal, que se representará cuando el sol esté ausente. Una espera sazonada con trabajo y otros quehaceres para el plato fuerte, que llega con la noche. Porque a la noche hablan los espíritus, más poderosos y sabios que el hombre. Y a la noche se oyen los chillidos escalofriantes de aquellas entidades, cuya sed de sangre se debe aplacar.
Los ojos del búho son un triple círculo conformado por un contorno de piel negra alrededor del iris dorado y la pupila oscura en el centro. Y ese ojo hipnótico induce sueños proféticos y también obediencia a los poderes de la noche. Seres ultraterrenos se hacen presentes alrededor de las personas, adonde no alcanza a alumbrar el fuego. Seres que nadie ve, pero sus frías caricias se sienten a veces… con un repeluzno. Y puedes hablar con ellos, y te contestan en tu mente. Pero no les pidas favores… aparte que te dejen en paz. Y aún esto habrá que pagarlo. El chamán dirige la ceremonia, no cualquiera debe invocarlos pues hay peligro en no hacerlo de manera apropiada. El chamán sabe, porque se lo han transmitido sus mayores desde tiempo inmemorial.
Hoy la víctima es un chulengo recién destetado, se le abrirá el pecho con un cuchillo de pedernal y se ofrecerá su corazón palpitante a las potencias invisibles. El hombre-búho lo quema en una hoguera y el humo complace a los dioses, que absorben la sangre chorreada sobre la tierra. ¿Es necesario esto? ¿Hubo algún alma rebelde en aquellos tiempos oscuros que se rebelase contra la tiranía de los dioses y sus siervos, o tal vez debería decir, sus sicarios? Nunca lo sabremos. Quiero pensar en nombre de la dignidad humana que las hubo. La historia precolombina no registra revoluciones filosóficas o religiosas comparables a las del Viejo Mundo. Aquí los dioses parecen haber ejercido una tiranía absoluta, sin un Prometeo que les robase el fuego y lo entregase a los hombres. Ni un Buda que los ignorase y pusiese el foco en el propio espíritu.
Aunque sí hubo un Tonapa, avatar anterior a Jesucristo, que se opuso a los sacrificios humanos y fue empalado a orillas del lago Titicaca, según la leyenda aymará. Me corrijo entonces: hubo un revolucionario, aunque su revolución religiosa fracasó. El espíritu humano mostró su valor también en estas tierras, más allá del resultado de sus acciones. Y aunque el lugar del hombre en el cosmos sea insignificante, su progreso espiritual es importante para construirnos como seres dignos de la chispa divina que habita en nosotros. Uno se construye a sí mismo, aprende y se reinventa para llegar a ser, como el oro se forma en las entrañas de la tierra a partir de materiales menos nobles. Seamos oro, no permitamos que las fuerzas oscuras nos degraden y conviertan en deshecho espiritual. Siendo incorruptibles seguiremos el sendero de la luz, a despecho del laberinto que las tinieblas tejan a nuestro alrededor.
39
“Ayer hubo apagón generalizado en Capilla del Monte. ¿Se enteraron?”
Tal el mensaje de Héctor al grupo de Watsapp llamado “Luces de Erks”, que integra junto con Aníbal, Rodrigo y yo.
Rodrigo: “Acabo de leerlo en La Voz del Interior. Dicen que fue por una falla en la central eléctrica. Quedó toda la región a oscuras”
Héctor: “Yo tengo otra versión, muchachos. Parece que fueron afectados también los autos”
Rodrigo: “Opa! Entonces la cosa cambia…”
Héctor: “Mi amigo Arnold me escribió desde Capilla. Anoche hubo actividad alienígena.”
Rodrigo: “Interesante”
Héctor: “Reenvío el mensaje de Arnold”
Mensaje reenviado: “Escuchá ésta Héctor. Yo volvía manejando tarde de la zona de El Zapato junto con mi primo, cuando vimos un tren de seres encorvados persiguiéndose por la acera. Estaba muy oscuro y no podíamos verlos bien; arrastraban los brazos como monos, aunque eran muy flacos. Apenas pasamos frente a ellos se apagó el motor, y el coche siguió por inercia unos cien metros hasta pararse del todo. Yo traté de darle arranque pero no funcionaba la batería. Al mismo tiempo la ciudad entera se había quedado a oscuras, fue muy raro. “Dale, arrancalo” urgía mi primo, nervioso. Pero la batería estaba muerta. Los dos mirábamos para atrás, aunque no se veía nada. Mi primo dijo “me parece que vienen” y nos quedamos esperando, sin atrevernos a respirar. En eso sonó un golpe brutal contra el vidrio de atrás, que se astilló todo. También empezamos a sentir patadas contra las puertas y el techo del auto. “Dale, dale!” chillaba mi primo, mientras yo intentaba dar arranque de nuevo. Con el último intento el motor arrancó, y salimos haciendo chirriar los neumáticos a toda velocidad. Las luces de la calle se encendieron, por el retrovisor no se veía a nadie; pero yo no paré hasta llegar a casa. Mirá cómo quedó el auto”
La foto reenviada por Héctor mostraba un coche semidestruido, con los
vidrios hechos añicos y abolladuras profundas en puertas y techo.
Rodrigo: “Tendrá
seguro contra meteoritos?”
Más tarde.
Héctor: “Ustedes qué opinan de lo que contó Arnold, muchachos?”
Roger: "No sé qué pensar”
Aníbal: “Ahí está el problema, en querer pensar. Las cosas pasan, más allá de lo que pensemos nosotros”
Roger: “Parecés un economista describiendo un cisne negro”
Aníbal: “Buena comparación”
Roger: “Una cosa sí sé de cierto”
Aníbal: “Cuál?”
Roger: “Arnold y su primo se cagaron en las patas”
Aníbal: “Ja ja… eso seguro”
Héctor: “El mes que viene hay un congreso ovni en Capilla. Vamos?”
Roger: “Es un circo eso. Hay mucho charlatán”
Aníbal: “A vos te divertiría”
Roger: “Estoy con otras cosas. Si me decido a ir les aviso”
Héctor: “Dale”
Nuevo mensaje en “Luces de Erks”.
Aníbal: “Arnold dice que sobre el cerro vio luces haciéndose señales, yo no sé quién puede estar acampando allá arriba con este frío de locos.”
Roger: “Yo vi también la última vez que estuve”
Aníbal: “La gente anda muy inquieta por allá. Oyen voces murmurándoles al oído”
Roger: “Y eso?”
Aníbal: “Yo qué sé. Ya tres personas distintas me dijeron lo mismo”
Roger: “Qué dicen?”
Aníbal: “Nada inteligible. Murmuran en un idioma desconocido”
Roger: “A la pucha. Viajan millones de años luz para hablar boludeces al oído de la gente”
Aníbal: “Así parece”
Reenviado por Héctor:
“Mensaje de los seres de Andrómeda para estos tiempos: Queridos hermanos, la paz sea con vosotros. El mundo
atraviesa un período crítico, las fuerzas del
mal quieren destruir a la raza humana para enseñorearse de la Tierra.
Nosotros somos los mensajeros de la
Luz Increada, hemos escogido al Maestro Aarón
para guiaros a través de la oscuridad hacia la Nueva Era donde tendrá
lugar un cambio en la Conciencia Cósmica…”
El texto seguía por el equivalente a muchas páginas,
repitiendo lugares comunes New Age y amenazas vagas para
nuestro planeta. Decidí dejar de leer.
Roger: “Me están queriendo amansar para el congreso ovni?”
Héctor: “Leelo, leelo que vas a aprender mucho”
Roger: “Dejame de joder”
Héctor: “Ja ja”
Rodrigo en Luces de Erks:
“Estuve en Capilla el finde pasado, y a que no saben a quien vi?”
Aníbal: “No soy adivino. Eso lo dejo para nuestra amiga tarotista”
Rodrigo: “A Naida”
Aníbal: “¿Eh??”
Rodrigo: “Estaba bailando tango con un tipo en la rotonda que hay a la salida de Capilla, yendo para San Marcos Sierras”
Aníbal: “Me estás jodiendo”
Rodrigo: “Te juro que no. Debía ser medianoche, la rotonda estaba totalmente a oscuras. Las luces de mi auto iluminaron a la pareja bailando, Naida estaba con su vestido rojo de fiesta. Yo me acordé de cómo la describió Héctor, por eso supe quién era. De la impresión erré la salida a la rotonda, y agarré para el lado de Charbonier. Cuando me di cuenta de mi error di la vuelta en U y volví para la rotonda. Entonces los faros iluminaron al tipo solo que venía hacia mí pidiéndome que pare. Yo paré, porque lo vi desesperado. “¿La vio?” “¿Vio para dónde se fue?” Repetía el tipo con desasosiego. “Ya nunca podré ser feliz”. Nunca en la vida vi a un hombre tan destruido. “¿Quiere que lo lleve a algún lado?” ofrecí. “No, voy a seguir buscándola” dijo el tipo, y desapareció en la oscuridad.”
Aníbal: “Tremendo!”
Rodrigo: “Sí, tremendo”
40
Es el día del Padre. Me he reunido con mis hijos y mi nieto para celebrarlo. Asado y pin pon, tenemos una mesa profesional en la terraza, y todos jugamos bien. Pasamos un día hermoso, con risas, juegos y amor. At the end of the day es lo único que te queda, tus hijos. Por la tarde tomamos la merienda y ellos se van, dejándome la sensación de haber hecho algo bueno en la vida. A última hora recibo un mensaje de Amatista: “Feliz Día del Padre!” Respondo escuetamente “Gracias”. No quiero imaginar los sentimientos encontrados que batallan en su pecho en este día. ¿Se puede borrar de la memoria un crimen? Lo dudo. Para mi sorpresa, ella vuelve a escribir: “Si estás libre, venite a ver a tu hijo”. No lo estás haciendo mal, Amatista. “Voy”. Por ella y por mí. Y sobre todo, por el niño.
Compro unas masitas en la confitería de la esquina y llego a mi segundo hogar al caer la noche.
Estamos sobre la cama, Amatista, Gael y yo. Una luz cálida baña la escena, proveniente del velador. El niño se ha dormido entre ambos. La vida continúa a través nuestro como un río, y no nos corresponde a nosotros dirigir su curso. Gael, simplemente, será. No pienso en él como mi heredero, ni como quien tomará revancha de mis fracasos. El universo le abrirá un camino y él lo seguirá, eso es todo.
-“Papá Roger” –dice Amatista imitando a Gael- Todavía me suena raro.
Se ríe, ni ella sabe cómo debe sentirse al respecto. Lleva una vida odiando a los hombres y ahora luce desconcertada, pero feliz.
-La vida te da sorpresas.
-Ya lo creo.
Me mira a los ojos.
-¿Y vos, cómo te sentís con eso?
-Ser o no ser no es un dilema para mí. Yo elijo ser, siempre.
-¿Ser padre?
-Claro. Y mi hijo es un nuevo ser, infinitamente superior al no ser.
-Uy, qué filósofo.
-Ya parezco “Yes man”.
-Ah sí. Qué película tan rara…
-Y tan sabia. La gente no conoce el poder del sí.
-Yo siento que el “no” me da poder sobre los hombres.
-Pero fijate adonde llegaste con el sí que me diste…
-Llegué más lejos.
-Exacto. Ese “no” te estaba limitando también a vos.
-Es cierto…
Gael se removió inquieto y murmuró algo difícil de entender. Al mismo tiempo sentimos unos arañazos en la puerta de entrada. Yo me asomé a la mirilla y no vi a nadie. Volví y vi a Gael despierto en brazos de su madre.
-Tranquilo, Gael –decía ella, acariciándole el pelo- es sólo un sueño.
-Están ahí –dijo el chico, señalando a la puerta.
-No hay nadie, ya miré.
Pero los arañazos se volvieron a sentir. Amatista estaba aterrorizada y apretaba al chico contra su pecho.
-No abras –susurró.
Yo estaba confundido, y no atinaba a moverme. De pronto sentimos un golpe brutal contra la puerta: alguien exigía entrar.
-¿Quién es? –alcancé a proferir pese al miedo.
Los golpes se repitieron, cada vez más exigentes y brutales. Haciendo acopio de valor me asomé de nuevo a la mirilla… ¡Nada! Los golpes provenían de una mano invisible.
-¡Te rechazo en nombre de Cristo! ¡Fuera! –grité con furia- ¡Vuelve a tu infierno! Aquí no tienes lugar.
Los golpes cesaron por completo. El corazón me latía a mil. Me volví hacia Amatista y el niño, que sollozaban abrazados.
-Ya pasó –les dije abrazándome a ellos- ya pasó.
Permanecimos largo rato juntos. Por fin fui a la puerta y la abrí, pese a las protestas de ella. Sentía que allí no había nadie ya. Le mostré a Amatista las marcas de arañazos sobre la madera. Eran profundos y paralelos, dejados por unas uñas larguísimas, como de oso. Ella se abrazó a mí.
-No te vayas, por favor.
Armamos una cama en el sofá y dormí allí, haciendo de barrera entre la entrada y el dormitorio de la madre y el niño.
-No vuelve –le dije a la mañana, con el sol disipando los temores- ya no vuelve.
Había sido mi primer exorcismo.
Me fui a casa, pero en las noches siguientes volví a dormir en el sofá de Amatista. Sentía que debía protegerlos. Ella cocinaba para mí y cenábamos juntos. ¡Ya era hora!
-¿Te acordás allá en Capilla del Monte? No querías hacerme ni un huevo frito…
-¡Ahora entiendo! Contrataste a alguien para que golpee la puerta y tenerme aterrorizada, así te cocino.
-Me hubiese salido más barato contratar un cocinero.
Se paró de la silla y me dio un largo beso. Lo saboreé como un manjar prohibido.
-Eso compensa la diferencia –dije, y volví a mi plato.
-Menos mal que estabas vos esa noche. No sé qué hubiese pasado si estaba sola con Gael.
-¿No era que no necesitabas un hombre?
-Tiene que pasar algo sobrenatural para que yo necesite uno.
-Ja ja
-Quien ríe y canta, su mal espanta.
-Vos sabés mucho de lo invisible, sos de gran ayuda.
-Vos también sabés… y sentís.
Amatista dejó los cubiertos sobre el plato y apoyó la cabeza en las manos.
-Cuando nació Gael le di la espalda al mundo espiritual, dejé de comunicarme con los de arriba. No quería meter al chico en esto. Pero “esto” me viene a buscar de nuevo. Y necesito respuestas. Y un plan de acción. No voy a quedarme esperando que esa cosa infernal toque a mi puerta de nuevo.
-¿Qué vas a hacer?
-Voy a invocar a mi espíritu guía.
-¿El ángel que escribe las hojas en blanco?
-No el que te escribió a vos. Mi ángel.
41
Les conté a mis amigos lo que había pasado. Todos quedaron shockeados, nunca habíamos sentido lo sobrenatural tan cerca. Aníbal me escribió: “Parece el mismo tipo de entidad que atacó a Arnold hace poco en Capilla del Monte. El patrón de los golpes se repite. Y a tu amiga vino a buscarla apenas dos semanas después que apareció en Capilla”. Yo no le dije que Gael es mi hijo. Una revelación por vez. Pero sí, estaba claro que lo que fuera golpeó a la puerta de Amatista, era lo mismo que destruyó el auto de Arnold. Contesté en el grupo de Watsapp:
“Amatista tuvo una experiencia de tiempo perdido en el
Uritorco hace tres años. De algún modo, sigue vinculada
espiritualmente a ese lugar. Y la actividad alien de ese umbral dimensional
la envuelve a ella también, aunque esté
lejos”. Todos estábamos de acuerdo en el diagnóstico, pero nadie conocía la cura del mal. ¿Cómo se combate
algo que no puedes ver, ni sabes cuándo te va a
atacar? Me dije que con desesperar no ganaba nada, lo mejor era seguir mi
vida sin obsesionarme. Me fui a jugar al paddle con amigos de mi hija.
La invité a Amatista, pero ella ya había llegado a la misma conclusión que yo, y salía con sus amigas. En mis búsquedas de Youtube eludía los
canales consagrados a lo paranormal y
me distraía con noticias de la guerra. Por cierto que a éstos no les faltaba tema. Pero lo extraño, lo siniestro,
lo terrorífico, pronto volvió a
reclamar mi atención.
Mensaje de Héctor en el grupo Luces de Erks:
“Miren estas fotos muchachos. Qué les parece que son?” Las imágenes mostraban dos animales momificados, aparentemente patos u otra ave grande. Se apreciaba el cuello largo, las costillas escuálidas cubiertas de pelusa y dos patas terminadas en dedos con uñas largas… ¡un momento! Ese pico tiene dientes. Sí, dientes y colmillos.
Roger: “¿Onactornis?” acompañado por un emoji que expresaba suspicacia.
Héctor: “Los perros de Carlos, el dueño de Cabañas Nueva Esperanza”
Roger: “¿Quéee? No me digas que esos son Tranca Rúas y Good boy”
Héctor: “Te lo digo. Perdieron las patas delanteras y los músculos del cuello, por eso se ven así”
Roger: “Yo conozco esos perros. Y no puedo creer que Carlos los haya dejado tirados a la intemperie, sin enterrarlos”
Héctor: “Aparecieron así de un día para el otro”
Roger: “Nooo… qué les pasó?
Héctor: “La historia es confusa. Parece que cerca de su propiedad empezaron a aparecer unas huellas raras: eran círculos hundidos como pisadas de elefante, donde no crecía el pasto. Pero en el centro había un círculo más pequeño donde sí crecía. Carlos pensó al principio que podía haberlas dejado un caballo, pero había dos problemas: los círculos eran demasiado grandes para corresponder a cascos de caballo, y estaban demasiado hundidos. Eso por no hablar del tercer problema…”
Roger: “¿Cuál?”
Héctor: “Ese supuesto elefante era bípedo”
Roger: “Ah bueno”
Héctor: “Los perros no querían acercarse a esas pisadas. Gruñían con desconfianza y reculaban con el rabo entre las piernas. Carlos observó que las huellas se perdían en el arroyo, sin poder determinar si entraban o salían de él. Este enigma duró un tiempo, por temporadas las pisadas aparecían y luego volvían a desaparecer. Hasta que una noche, mientras estaba cenando con Gloria, los perros empezaron a ladrar furiosos. Carlos se levantó alarmado, pensando que podía merodear un ladrón. Fue en busca de su linterna y su carabina, a Gloria la dejó encerrada adentro. Los perros lo siguieron toda la vuelta a las cabañas, sin encontrar a nadie. Se dirigió al arroyo, seguido por los perros… no había luna, sólo veía lo que alumbraba la linterna. De pronto los perros escaparon sin una razón aparente. Los llamó a voz en cuello, pero no obtuvo respuesta. Siguió la vera del arroyo por un rato hasta el comienzo del bosque. Ahí volvió a escuchar ladridos lejanos, aunque no podía determinar su procedencia. En cierto momento estuvo seguro de que ladraban justo sobre su cabeza, y enfocó las copas de los árboles con su linterna. Nada”
Roger: “Como si los perros trepasen árboles…”
Héctor: “Yo pensé lo mismo mientras me lo contaba. Ahora viene lo raro… Carlos cuenta que mientras estaba enfocando las frondas cayó algo pesado al suelo. Corrió a ver, y era su perro Good boy envuelto en una gelatina espesa. Lo limpió como pudo, sólo para encontrarse con una momia”
Roger: “¿Pero no estaba ladrando un minuto antes?”
Héctor: “Si”
Roger: “Cosa de locos… ¿Y el otro perro?”
Héctor: “Apareció al día siguiente en el bosque, en el mismo estado que su compañero”
Roger: “Carlos y Gloria no se habrán quedado muy tranquilos” Héctor: “Qué te parece”
Roger: “No sé si podré dormir esta noche”
Héctor: “No era mi intención inquietarte. Vos también pasaste por algo feo hace poco”
Roger: “Alguien dejó abierto el portal dimensional, y están entrando desde el Otro Lado”
Héctor: “Hay que apurarse a cerrar la puerta”
Roger: “Pero ¿cómo?”
42
“Soñé con una piedra. Es plana, redondeada, lisa. Está en los límites de mi visión, apenas la veo con el rabillo del ojo. La pierdo, pero al rato vuelve a aparecer. Sobre una cara tiene un signo que no entiendo. Siento que ahí está la clave para librarnos del peligro.”
Tal es Watsapp de Amatista que recibo el domingo por la mañana. Algo es algo. “¿La clave es el signo o la piedra?” contesto al toque. “La piedra con el signo”, me contesta. “¿Y dónde la encontramos?”. “Ni idea”. Al rato, sin embargo, resuelve el problema: “Puede ser una piedra cualquiera con esa forma. Yo debo pintarle el signo”. “Ah okey”. “Conseguime una”. Amatista vuelve a dar órdenes. “Bueno… tamaño aproximado?” “Medio metro de diámetro”. “Upa” “Sí. Debe ser grande”.
Estamos paseando por el Jardín Japonés, Amatista, Gael y yo. El cielo es azul y contrasta con los puentecitos rojos sobre el lago, los cerezos en flor y… las rocas artísticamente redondeadas en medio del agua.
-¿En serio te pensás afanar una piedra de ésas?
-Son como las que viste en tu sueño, ¿no?
-Sí, son perfectas –reconoce, pero agrega- Por las dudas yo no te conozco.
Gael está feliz persiguiendo pececitos dorados, y Amatista se va con él. Yo debo arriesgarme al bochorno de ser descubierto robando para que la señora practique su magia. Pero no es momento de lamentarse: debo robarme una piedra de un jardín público custodiado por yudocas o karatekas, o quién sabe qué sádicos samurais. Nada más fácil. Sobre una pequeña isla decorada con pinos cuyas ramas podadas semejan bandejas verdes, veo una laja bien pulida de bordes suaves. Me acerco y pondero su tamaño: sí, tiene fácil medio metro de diámetro. Es mía. Ahora viene el problema de llevármela sin que se enteren docenas de paseantes y pongan el grito en el cielo. Espero un rato largo con paciencia oriental, hasta que el universo conceda mi deseo. Esa familia acaba de pasar… ¡ahora! Me agacho y levanto la piedra con esfuerzo –debe pesar más de cincuenta kilos-, resoplando la meto debajo de mi chaqueta y huyo a buen paso sosteniéndola con ambas manos, como una embarazada a punto de parir. Amatista me ve de lejos y se tienta. Claro, reíte, desgraciada… No la espero, qué va. Camino derecho a la salida, rojo de ahínco y vergüenza. Si alguno me para le dejo caer la piedra sobre los pies.
Por suerte nadie se fija en mí y llego con mis últimas energías hasta el Fluence. Dejo la piedra en el suelo y caigo con ella, no doy más. Me obligo a levantarme para no quedar en evidencia, con las manos agarrotadas abro el baúl y meto la piedra –se dice fácil- adentro. En ese momento llega Amatista con Gael de la mano, desternillada de risa.
-Fácil ¿no?
Esa misma noche recibo un Watsapp con la foto de la piedra, que ahora lleva un signo sánscrito pintado sobre una cara. Lo he reconocido: representa a Om, el sonido creador del Universo. “Qué caligrafía!” respondo admirado. “Es pintura indeleble” me contesta. “Y ahora?” “Veremos. Yo cumplí las instrucciones del sueño”.
Pasó una semana. Yo empezaba a confiar en la eficacia de la “piedra Om”, cuando sonó mi teléfono.
-¿Sí?.
-Hola Roger. Anoche volvieron a oírse arañazos sobre la puerta.
-Oh no…
-No quise llamarte para no arruinarte el sueño.
-Sabés que estoy para vos.
-Sentí que no iba a entrar. La piedra lo mantuvo afuera.
-No podés vivir así…
-No. Gael no pegó el ojo en toda la noche.
Sentí impotencia. Mis seres queridos corrían peligro y no sabía cómo ayudar.
-Preguntale al ángel.
-Llevo sobre el pecho un papel carta desde hace una semana.
-¿Te contestó algo?
-Nada. Sigue en blanco.
-Los seres sobrenaturales son caprichosos. Aparecen cuando ellos quieren, y cuando los llamamos nos ignoran.
-Tal vez estoy perdiendo el toque. No siento la misma confianza de antes…
-Hace mucho no te comunicabas con tus guías. No te desanimes.
-No hay tiempo, Roger. Tendrías que verlo a Gael…
De pronto tuve una idea.
-¡Ya sé! Vayamos al Conjuro. Ahí respondían siempre.
-¿Te parece?
-Claro. No habrás dejado algún clavo ¿no?
-¿Cómo?
-Digo, comías siempre ahí, tenías una cuenta de gastos importante.
-Les cancelaba a fin de mes.
-Bueno, si no dejaste nada impago, podemos volver.
-Esta noche?
-Hecho. A las nueve paso a buscarlos.
43
Estamos en el patio trasero del Conjuro, frente al jardín vertical. Este sitio me trae recuerdos agridulces, aquí reencontré viva a Amatista, y aquí la perdí. Dany –el mozo que conocemos- se acerca y la saluda con un beso.
-¡Que alegría verla de nuevo, señora!
-Igualmente, Dany. ¿Cómo va tu salud?
-Perfecto. No volví a tener convulsiones desde que tomo agua de mar.
-¡Santo remedio!
Hacemos nuestro pedido, y yo me inclino hacia el niño.
-Gael ¿qué te gustaría comer?
El piensa un poco y responde.
-Esos panes redonditos…
Miro a Amatista, intrigado.
-Mc Donalds –contesta ella-. Le gustan las hamburguesas. Y la cajita feliz.
-Puedo traerle una hamburguesa –sugiere Dany.
-Perfecto.
Amatista se lleva la mano al pecho, pero yo apoyo la mía sobre ella, impidiéndole sacar el sobre con el papel.
-Todavía no. Dale tiempo.
Me mira con ese fuego en los ojos que me consumió tiempo atrás, pero obedece. Aprendió a apreciar mis consejos. Llega la comida, pollo asado con ensalada para ambos, junto con la hamburguesa para el niño. Comemos con apetito, Amatista se ve distendida y realizada en su papel de mamá.
-Extrañaba este lugar… Siento que volví a casa.
Yo no digo nada, pero ésa es precisamente la sensación que buscaba producir con esta salida. Me confiesa que vivía enfrente, pero no recibía a ningún hombre allí para mantener el secreto profesional. Ahora yo he pasado esa barrera, porque la sangre tiene sus prerrogativas. Hay algo predestinado en esta mujer, hasta la altura de su antiguo edificio coincide con el número profético de Parravicini.
Terminada la cena nos vamos a jugar a los dardos, mientras esperamos el postre. Yo hago mi tirada y emboco un triple. No está mal. Ella tira un solo dardo y acierta justo en el centro.
-Significa que me tenés flechado –digo señalando el blanco.
Por un momento nos miramos y ambos comprendemos que ha hablado lo invisible. Saca de su pecho el sobre con el papel carta y lo mira asombrada.
-¡Contestó!
Me muestra el papel que exhibe un dibujo complejo junto con una inscripción: “Debes cerrar la entrada”. Nos vamos a la mesa y examinamos el dibujo con atención; parece una especie de laberinto, con una cruz marcada en el centro de siete círculos concéntricos. Todo alrededor, torres piedra y animales fabulosos.
-No entiendo –dice Amatista, desconcertada.
-Yo sí.
Me mira extrañada.
-Es el Pozo de Luz, construido por el Profeta Kropp –digo señalando el dibujo.
-¿Y eso qué viene a ser?
-Una construcción en San Marcos Sierras consagrada a la medicina ilegal.
-Pero ¿qué tiene que ver con nosotros?
-Sospecho la conexión. ¿Vos cómo formulaste la pregunta?
-Le pregunté al ángel cómo debo usar la piedra con el signo Om.
-Y su respuesta es un mapa con una cruz, junto con la orden de “cerrar la entrada”. Evidentemente, la piedra debe usarse para clausurar la entrada a nuestra dimensión, en el punto señalado por la cruz.
-¿Por qué ahí, precisamente?
-Dicen que por el Pozo de Luz pasa un expreso subterráneo que comunica con Erks.
-Entiendo… ¿y las entidades que ve Gael y arañan nuestra puerta vienen de Erks?
-Así parece.
-Es una locura…
Le conté –ahora sí- que en Capilla del Monte habían aparecido unos seres que atacaron un auto con golpes brutales, pocos días antes de sufrir nosotros un ataque similar.
-Vienen a buscarme porque yo estuve perdida en la zona Erks, ¿no es cierto?
Amatista era rápida para captar las implicaciones de la situación.
-Cuando vos los ves, ellos también te ven. Pueden seguirte y encontrarte donde sea, aunque te vayas al fin del mundo.
-Entonces hay que cerrar la puerta de comunicación con Erks. ¿Es eso?
Asentí con la cabeza.
-Voy a hacerlo –declaró ella sin miedo.
-No –dije con firmeza-. Voy yo.
Me miró desafiante.
-¿Quién te creés que sos para impedírmelo?
-Alguien con mucho menos que perder que vos.
Sonrió para sí misma, incrédula.
-¡Ah cierto! Arriesgar la vida es cosa de hombres…
-Además, no tenés la fuerza necesaria para alzar esa piedra.
-Eso es cierto. Pero si vamos juntos…
-No. Alguien debe cuidar a Gael.
Me miró profundamente, como cuando se despidió de mí aquella vez hace tres años.
-De acuerdo.
Iba a agregar algo más, pero le tembló la voz y se calló.
44
La carretera es una cinta gris que allá a lo lejos invade el cielo por momentos. El Fluence avanza hacia ese espejismo a 120 km/hora, como un barco perdido en la llanura. A mi lado va Héctor, y en el asiento de atrás Aníbal. No quisieron perderse la aventura, o más bien, no quisieron dejar solo a un amigo en este difícil trance. Acepté su propuesta de acompañarme porque los necesito. Arrastrar una piedra de cincuenta kilos yo solo por un pasillo claustrofóbico está más allá de mis fuerzas. Podría colapsar mi corazón, y fracasar miserablemente en mi intento.
-Al congreso viene Sixto Paz Wells –afirma Héctor rompiendo el silencio.
-¿No se murió ése?
-No… andás desactualizado, Roger.
-¿Quién más va a estar? –Aníbal aviva el tema que nos permite distraernos de nuestro sombrío objetivo.
-Creo que Yosip Ibrahim…
-¿El autor de “Yo visité Ganímedes”?
-Ese sí se murió –retruca Aníbal.
-¿No viene Luis Burgos?
-No… él es un investigador serio. No le gusta el circo.
-Nosotros queremos pan y circo, como los antiguos romanos –confiesa Héctor.
-¿Y von Daniken?
-A ese hay que pagarle el cachet.
-En francos suizos.
-Va a haber un grupo… “los contactados de Sirio”.
-¿En serio?
-Sí –responde Héctor consultando su celular- Acá lo anuncian.
-Qué hdp…
-Mañana arranca el congreso con ellos.
-Ustedes no se lo pierdan. Yo creo que estaré durmiendo…
Ya cae el sol, y vamos llegando a Capilla del Monte. La mole del Uritorco aparece a nuestra derecha, oscura y ceñuda. Ahora la siento distinto a la primera vez, parece un centinela siniestro. Nos registramos en un hotel y salimos a comer algo. Hay carteles en las calles anunciando el congreso ovni, el tema se ha convertido en un negocio rentable.
-Vos no vas al congreso, ¿no Roger? –pregunta Héctor ya sentados en una pizzería.
-No… Quien huyó nadando de una orca en el mar, no contrata una excursión para avistar ballenas.
-Buen punto.
Cenamos sin hablar mucho, absteniéndonos de cualquier bebida alcohólica.
Afuera es noche cerrada.
-A esta hora ya no debe quedar nadie en el Pozo de Luz. Aníbal mira su reloj: son pasadas las diez.
--El horario de visita terminó hace rato.
-En marcha.
Caminamos hasta el auto, antes de entrar compruebo que esté todo en el baúl: una bolsa de cemento, otra de arena y una espátula de albañil para hacer la mezcla. Un bidón con agua. Un balde. Una linterna. Y la “piedra Om”, que hoy temprano retiré de la casa de Amatista. No quise dejarlos sin su protección ni una sola noche. Y ya partimos hacia San Marcos Sierras.
Durante el viaje vemos relampaguear a lo lejos, pese al cielo estrellado.
¿Habrá tormenta más adelante? Es raro ese resplandor azul, nunca se apaga del todo. Mis amigos van en silencio. Aquí estamos, tres hombres rumbo a lo desconocido, cada uno por sus propios motivos. Yo me arriesgo por un niño que no veré crecer, y por una mujer que no será mía. Y mis amigos por amor al misterio, y porque ciertas cosas simplemente se deben hacer.
Casi una hora después llegamos a San Marcos, que dormita tiritando en esa noche fría. Tomamos la avenida Los Quebrachos y seguimos por camino de tierra hasta un paraje solitario donde anida el Pozo de Luz, sumido en la oscuridad. Estaciono junto a la entrada y bajamos las cosas del baúl. Aníbal carga una bolsa, Héctor otra y yo la “piedra Om”. Alumbrándonos con la linterna nos adentramos en el laberinto de edificaciones hasta encontrar el “canal de la vida” que nos lleva directo a los siete círculos concéntricos. Hacemos un alto para reponernos y bajamos con los materiales hasta la boca misma del Pozo de Luz.
-Pasame el agua.
Los tres estamos agitados por el descenso abrupto llevando una carga pesada y nos tomamos un respiro antes de ingresar al pozo. Héctor entra el primero iluminando con la linterna, Aníbal y yo lo seguimos alumbrándonos con el celular. El pasaje es estrecho, debemos caminar encorvados con cuidado de no golpearnos la cabeza. A medida que nos adentramos, crece mi preocupación. Las paredes del túnel son irregulares, y el piso está lleno de agua… ¿cómo sellar esto con una piedra de sólo medio metro? Algunos metros más allá el suelo asciende y se produce una angostura donde apenas podría pasar una persona arrastrándose. Héctor se detiene y alumbra al otro lado con su linterna: oscuridad impenetrable, aunque una corriente de aire llega por la abertura denotando que el túnel sigue indefinidamente.
-Dejame ver –digo acercándome a la abertura.
-El tamaño parece el adecuado –apunta Héctor.
-Ajá… sí, tiene poco más de medio metro.
Aníbal se suma al examen pasando la mano por los bordes.
-Acá hay una jamba natural que puede servir para sostener la piedra.
-Perfecto… sólo tenemos que rellenar la base con cemento para afirmarla.
-¡Manos a la obra!
Volvemos al aire libre y respiramos aliviados.
-Ahora van a ver a un albañil profesional –dice Aníbal, abriendo la bolsa de cemento, al mismo tiempo que Héctor hace lo propio con la de arena.
Vuelcan el contenido en el balde en proporción de uno a cuatro y lo mezclan con la espátula.
-Vos Roger andá echando agua de a poco.
A medida que revuelven, la mezcla va adquiriendo una consistencia fluida y espesa.
-Ya está.
Me preguntaba si podría transportar la “piedra Om” agachado por el túnel, pero Aníbal se me adelantó.
-Dejame a mí.
Levantó la piedra con vigor y se internó en el Pozo de Luz, alumbrado por Héctor. Ya desde adentro le oí decirme:
-Vos traé el balde con el cemento y la espátula.
Los seguí por ese tosco túnel hasta la angostura, donde bostezaba aquella boca tenebrosa. La puerta de Erks, pensé, tomando conciencia de pronto del peligro. Pero no había vuelta atrás. Dejé el balde en el suelo y palpé a tientas la abertura; efectivamente, había una jamba natural en forma de arco recorrida por una profunda ranura donde podía calzar la “piedra Om” perfectamente.
-A ver, pasame la piedra, Aníbal.
La sostuve con esfuerzo contra la abertura y calculé que entraba justa; sólo debía ahuecar la base quitando tierra para poder meterla entera en la jamba. Retiré lo que ya consideraba como una puerta lítica y me puse a quitar tierra de la abertura con la espátula. En ese momento creí oír una voz lejana, y me detuve.
-¿Oyeron eso?
-¿Qué cosa?
Guardamos silencio unos momentos.
-Yo no oigo nada.
-Tal vez me lo imaginé.
Seguí quitando tierra, ahora había una estrecha fosa en la base de la abertura. Tomé el balde y me puse a rellenar esa fosa con cemento… De nuevo oí la voz, esta vez más cerca.
-¿Oyeron?
-No –respondió Héctor- ¿Vos qué oís?
-Es una voz de mujer… cantando.
-Puede que el viento traiga las voces de San Marcos Sierras –aventuró Aníbal.
-Puede ser.
Seguí poniendo cemento hasta acabar el balde, pero aún faltaba bastante para llenar la fosa.
-Hay que preparar más cemento.
Aníbal y Héctor retrocedieron llevándose el balde y yo me quedé solo alisando el cemento. Entonces la voz habló más claro.
-Soy Naida… vení a bailar tango conmigo.
Se me erizaron los pelos frente a ese abismo de negrura de donde surgía una voz incomprensible.
-No bailo tango… y menos con vos.
Me abracé a la “piedra Om” mientras esperaba que mis amigos trajesen el cemento. Parecieron tardar una eternidad; al fin oí sus pasos.
-¿Seguís oyendo la voz?
No respondí y tomé el balde que me ofrecían. Entonces se empezó a oír un ruido diferente, era como un tren lejano que se aproximaba.
-¿Qué carajo…?
-¿Pasa el tren por acá?
-No. No hay ferrocarril.
El ruido se hacía más fuerte y nos empezamos a poner nerviosos.
-Terminá de poner el cemento y meté la piedra –me apuró Héctor.
Empecé a meter cucharadas de cemento en la fosa frenéticamente, mientras el ruido del tren crecía mezclado a un coro de voces plañideras, las voces de los condenados.
-¡Dale, dale! –apuraba Héctor.
-¡Volcá el balde entero en la fosa! –gritó Aníbal.
Le hice caso y la fosa quedó cubierta de cemento hasta la superficie. Tomé la "piedra Om”, y en ese momento caí en la cuenta de que no sabía hacia dónde debía orientar el signo. El tren ya llegaba, los gritos de los condenados se hacían más fuertes y desesperados… querían llevarnos con ellos. A último momento decidí que la cara con el signo debía ir hacia adentro, hacia el abismo negro de donde provenía la amenaza: funcionaría como una señal que prohíbe el paso a lo que sea intente atravesar el umbral dimensional. Con mis últimas fuerzas alcé la puerta lítica y la calcé en la jamba en arco, mientras su base se hundía en el cemento y quedaba perfectamente ajustada. Al mismo tiempo una cacofonía ensordecedora pasó del otro lado, el ruido de un expreso lanzado a toda velocidad cargado de almas condenadas vociferando… el expreso de Erks.
Eso es todo. El peligro fue conjurado. La gente sigue viendo a veces la Ciudad de la Llama Azul, pero no es secuestrada y arrastrada a ella. O al menos, no en la mayoría de los casos. Hay un delicado equilibrio… y el signo puesto en la puerta impide que nuestra realidad sea invadida por lo invisible. Amatista y Gael no volvieron a ser molestados, eso me consta. En cuanto a mi corazón… mejor no hablar de eso.
